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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

miércoles, 23 de marzo de 2011

día 1976. “The Corrections”, de Jonathan Franzen, y el “Diario de una traducción”, de Ramón Buenaventura. (VI)


DIARIO


Capítulo 20

Este capítulo es, como los otros, un trueno. Y voy a intentar superar hoy la “vaguería” de copiarlo entero y ya está. ¿Quién dijo que traducir era fácil?

Incumplo en el primer párrafo: «No es broma: «The jismic grunting butt-oink. The jiggling frantic nut-swing»: «A topetazos en el culo, gruñendo como un cerdo. Con las pelotas zarandeándosele frenéticamente». Más o menos. Donde jismic (jism es semen, en jerga) se sustituye por topetazos —transmite la misma idea de fornicación sonora, pero con mayor claridad en castellano que si dijéramos orgásmica—; culo procede de butt; «gruñendo como un cerdo» se inspira en oink, y lo demás se entiende sin explicación. Yo no pregunté nada, pero a una de las traductoras tuvieron que hacerle el boca a boca, a juzgar por las dudas que transmitió al autor (a quien imagino carcajeándose de puro morbo).» Conocer las dudas de esa traductora sería delicioso. Pero yo, como traductor, creo que directamente me habría tirado por la ventana.

Los dos párrafos siguientes están dedicados a la traducción de unos regalos de Navidad. En este caso, “and two calico throw pillows”. Es algo que ha puesto el autor, como podríamos pensar que podría haber puesto otra cosa. “¿Y si lo quito, qué pasa?”, es una pregunta que muchas veces se hace un traductor. La respuesta inmediata es “¡Qué más quisieras tú, so-traidor, cabronazo!”. Así que hay que ponerse a trabajar duro con algo que, a lo mejor, no tiene la menor importancia para el libro... Pero el autor lo puso, y basta. Y dice Buenaventura: « Throw pillow no es término inventado por el autor: lo encontramos por miles en catálogos interneteros y viene a ser un equivalente especializado de nuestro cojín; esto es: no un cojín cualquiera, sino un cojín suelto, de cualquier formato, siempre ornamental, que se coloca encima de un mueble (de un sofá, por ejemplo, pero también de una silla, para ablandarle el asiento)». Así que acaba poniendo “dos cojines”, porque por mucho que se venda por internet, son cojines y haber puesto “ornamentales” despistaría más que facilitaría la comprensión.

¿Y “calicó”? Existe la palabra española, está en nuestro diccionario (“tela delgada de algodón”), con “dos cojines de calicó” el trabajo de traductor se ha cumplido. Pero leyendo enciclopedias, una vez traducido el libro, descubre que resaltan que es un algodón basto y barato. Y termina así, con ese humor con el que describe su trabajo: «Con lo cual resulta, ¡ay!, que hemos hecho un pan como unas tortas: el autor quería darnos idea de un regalo pobretón, y nosotros, traduciendo «cojines de calicó», le hemos comunicado al lector hispanohablante una sensación de cosa cursi —a eso suena calicó—, pero no de baja calidad… Por supuesto: ahora, entrando en los detalles, sin tasa de tiempo, es fácil percibir estos matices. Trabajando a destajo, como trabajamos los traductores, nadie puede estar a semejantes finuras. Lástima.)».

Capítulo 21

Miren ustedes, si hay alguien capaz de expresar lo que expresa este capítulo sobre las “trampas” de la traducción, quitando aunque sea una coma, ese alguien no soy yo. Solo digo que cada vez que lo leo, disfruto. Es más, pienso en los traductores excelentes como en héroes casi de las mismas proporciones de los bomberos que enfrían con agua los reactores nucleares japoneses. Aunque los traductores no corren peligro de radiación, sí lo corren de tener pequeñas explosiones mentales que les causen una vejez intranquila. Copio y pego, que es lo fácil, para que disfruten de la primera a la última línea.

También se presentan, a veces, trampas en las que puede uno caer, en cualquiera de los muchos días tontos que ocurren durante un largo proceso de traducción. Miren ustedes esta frase: «he piled his Foucault and Greenblatt and hooks and Poovey into shopping bags and sold them all for $115». ¿Qué pintan ahí esos «hooks» o ganchos? El personaje está vendiendo objetos que tiene en casa, para pagarse la tontorrona existencia que lleva: libros, sobre todo, pero nada impide que también pignore alguna propiedad que quepa en la anchurosa definición de hook. Claro que... También puede tratarse de una errata, de un apellido mal escrito, con minúscula inicial. ¿Ponemos Hooks o buscamos algo que se acerque a hooks —perchas, por ejemplo— y pueda venderse a un chamarilero? La cuestión requiere un poquitín de ingenio, porque sabemos de antemano que la búsqueda hooks no puede darnos nada claro en Google. ¿Y si acudimos a Amazon.com, explorando la posibilidad de que pueda tratarse de un escritor? ¡Bingo!, como dicen los exclamadores originales: bell hooks, una escritora y crítica literaria que, como e.e. cummings, gusta de humillarse el nombre escribiéndolo en plan todo minúsculas.
Y, bueno: hemos resuelto el problema, pero, seguramente, dejamos al lector hispanohablante in albis. Recuérdese que el autor nos tiene prohibido, a los traductores, explicar nada que él no explique a sus lectores aborígenes, de modo que... Supongo que 999 de cada 1000 lectores de Las correcciones habrán pensado que hooks es una errata. Sólo que, ¿quién demonios es bell hooks? ¿No resultará parecida la proporción de lectores norteamericanos que haya pensado lo mismo? Bien podría ser que el autor hubiera puesto su migaja de cachondeíto en el asunto, porque, a fin de cuentas, ¿qué trabajo le habría costado escribir bell hooks, nombre y apellido, eliminando así toda posible confusión?
No conviene excluir siempre la posibilidad de que el autor tenga razón. A veces acierta.
Capítulo 22

Una digresión de lujo, ejemplo de numerosos casos semejantes que se le plantean a un traductor del inglés al español. Ha de traducir  «You’ve got your In-Sink-Erator». No cuesta mucho averiguar que es un “triturador de desperdicios bajo el fregadero”. Pero... y en los “peros” están los problemas...

Está claro como el agua clara de lavar los platos: la pronunciación de In-Sink-Erator se acerca muchísimo a la de incinerator, artilugio que, para un anglohablante, no guarda tanta relación con su ceniza etimológica como con el hecho simple de destruir algo en trozos pequeñitos. Y —lujo añadido— el terminacho contiene sink, fregadero. O sea que: verde y con aza, calabaza.
La reflexión «es la falta de sentido del ridículo que, vista y oída por un hispanohablante, puede llegar a exhibir la lengua inglesa. A ello se presta, claro, la facilidad de combinación que ofrecen sus abundosas palabras monosilábicas: maquine usted ingeniosos juegos de palabras con fregadero y triturar a ver qué le sale». Cualquiera que sea el intento de “copiar” esas construcciones en español, da como resultado una mamarrachada. Los dos últimos párrafos del capítulo, nos devuelven el centro al sentido común.

No hay casi nada que el traductor pueda hacer para copiar el desparpajo de la lengua inglesa en este terreno. En Las correcciones nos resignamos a poner: «Tienes triturador de basuras en el fregadero», que, la verdad, tampoco está mal, como texto exótico.
Confieso, por otra parte, que yo sólo conozco una familia, en toda España, que posea tan devorador adminículo en su casa

Capítulo 23

Este capítulo, dedicado a la traducción de una frase aparentemente fácil, pero que contiene dos escollos: “percentile” y “Chapter 11”. Desde aquí, mi admiración por la laboriosidad o la suerte de haber encontrado la solución al segundo escollo; y a la habilidad para poner la comprensión del lector hispano por encima de la traducción literal en el primero. El capítulo entero es una muestra de la dificultad extrema de la labor del traductor, sobre todo cuando, por razones de prisa, no piensa suficientemente qué es lo que va a entender el lector (como en el primer escollo) o es realmente difícil conocer el significado de un término (segundo escollo).

In these same twenty-two months, Chip had liquidated a retirement fund, sold a good car, worked half-time at an eightieth-percentile wage, and still ended up on the brink of Chapter 11. No es tan difícil como parece, pero ocurre que el uso de percentile, en inglés, no está tan reducido al ámbito técnico como el de percentil en español; y, además, la clasificación de los salarios en percentiles es un concepto relativamente común en EE UU y absolutamente extraño en España. Peor aún: si traducimos «un salario en el percentil ochenta» lo más probable es que el lector hispanohablante entienda lo contrario de lo que tratamos de comunicarle, es decir: que el salario de Chip no se situaba en el 20 % superior. De modo que, aun teniendo en cuenta que la definición de percentil en el DRAE no deja lugar a dudas («1. m. Mat. Valor que divide un conjunto ordenado de datos estadísticos de forma que un porcentaje de tales datos sea inferior a dicho valor. Así, un individuo en el percentil 80 está por encima del 80 % del grupo a que pertenece»), parece más prudente optar por una versión explicativa: «un salario situado entre el 20 % de los más altos del país».
Chapter 11 no viene en ningún diccionario, ni parece ser un término muy frecuente en el habla norteamericana, pero está claro que se refiere al capítulo 11 de la Bankruptcy Act, que regula la quiebra o bancarrota de deudores de menor cuantía (está claro si conoce usted estupendamente la legislación estadounidense, o si, echándole paciencia a la tarea, localiza el asunto en Internet). No será mala traducción, pues, nuestro «cuarta pregunta», que sitúa al aludido en muy mala coyuntura económica y que, además, nos remite también a un contexto judicial. (La cuarta pregunta venía, en los interrogatorios, tras «¿tenemos salud?», «¿tenemos ingenio?» y «¿tenemos amores?»; y el reo solía contestarla negativamente, para no pillarse los dedos en las rendijas de Hacienda).

Capítulo 24

En este capítulo, me atrevo a no copiar el segundo de los escollos financieros, porque para ver las dificultades de este tipo, el primero se basta y sobra. Solo añadir que sigo disfrutando como un enano con sus soluciones; minidulces que, dada mi escasa altura, me parecen tartas enormes y deliciosas

Y en la misma línea pasamos al lenguaje financiero: «These were years in America when it was nearly impossible not to make money, years when receptionists wrote MasterCard checks to their brokers at 13.9% APR and still cleared a profit, years of Buy, years of Call, and Chip had missed the boat». Una de esas frases que los traductores leemos con desolación en la trabajadora alma, achicados de horror ante la perspectiva de tirarnos horas en averiguaciones que, luego, cuando se midan por el resultado, van a producirnos cincuenta céntimos de euro. Ésta, en realidad, no es para tanto. APR se encuentra en cualquier buen diccionario y significa ‘TAE’, ‘tasa anual efectiva’; receptionist se puede dejar en recepcionista sin desdoro; lo mismo que MasterCard checks en talones de MasterCard (que el lector español no entenderá exactamente, pero que tampoco parece imprescindible explicar, porque esto es una novela, no un informe financiero). Y «years of Buy, years of Call» se elucida también sin penoso esfuerzo: «Años de Compra, años de Demanda». Al final, lo más osado que nos queda es cambiarle el transporte a Chip, porque en español, cuando perdemos oportunidades, solemos hablar de trenes en vez de barcos.
Jonathan Franzen, Las correciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004

 

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