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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

sábado, 17 de septiembre de 2011

Día 1950. “Los caballitos de Tarquinia”, de Marguerite Duras




A Gonzalo y Sandra, que me regalaron el libro

Da gusto, cuando lo ha escrito una maestra, leer una novela que no necesitas leer dos veces, que cuenta lo que cuenta y lo hace bien. Y te interesa lo que cuenta, porque los personajes resultan creíbles: hasta representativos de una época que yo, casi viví… con un poco de retraso. Burgueses franceses que se van de viaje al extranjero y son de izquierdas en los años 50.

Precisamente del año 50 es el affaire Mourre (ver http://en.wikipedia.org/wiki/Notre-Dame_Affair), que casualmente podemos ver en la Wikipedia en casi todos los idiomas menos en español. No tiene que ver con la novela, pero sí con los “estilos” de la izquierda francesa de la época: el mandarinato intelectual de Sartre, que sigue al pie de la letra al PC francés, partido que se mantiene pegado como una lapa a la URSS, negando cualquier evidencia de que el estalinismo soviético fuera una dictadura brutal; el Hombre Rebelde todavía no ha muerto en un accidente sospechosamente provocado; Argelia sangra las conciencias de los franceses de izquierdas. Mourre pertenecía al movimiento Letrismo, que fue la base desde la que se construyó la Internacional Situacionista que tanto influiría.

Quizá este párrafo anterior parezca una introducción petarda, pero me parece necesaria como “fe de credibilidad”. Sin esos antecedentes políticos, sin esa necesidad de llevar la liberación a la esfera personal (dejemos fuera a los prochinos y a un 50% de los del PC), la libertad con la que hablan en grupo los personajes de sus sentimientos, del amor, de la fidelidad e infidelidad, no resultarían creíbles hoy. Ahora ya no se habla así entre en los grupos de amigos. Pero durante unas decenas de años fue así. También aquí, en España (ya en los 60 y 70).

En ese “ambiente” intelectual, nuestros personajes marxistas, burgueses y rebeldes se reúnen de vacaciones en un lugar sofocante, junto a la ancha desembocadura de un río. Solo ellos tienen nombre, Sara y Jacques, su hijo el “niño”, en cuya casa  vive la “chica” que ha de cuidarlo (pero que apenas lo hace por la mala conciencia de “tener” chica). Ludi y su mujer Gina, mayores de edad y los que fueron atrayendo al grupo, que se completa con Diana, de la misma edad que Sara y Jacques. Probablemente ha tenido “historias” con él; como Sara la tiene o puede tener con “el hombre”. Debe ser rico, no es intelectual, tiene un fueraborda y se une al grupo. A todos los parece bien, divertido, esa breve experiencia con quien sin duda pertenece a los “otros”… y montar en el fueraborda, les gusta. Después, está “el tendero”, que sabe de la vida, de lo insufrible que es mentalmente, más que ninguno; y otros personajes secundarios, sin nombre (solo una vez en todo el libro, en el momento de la relación física con Sara, “el hombre” es Jean.

La libertad con la que hablan de sus sentimientos, con la que dicen lo que piensan, sería en todo caso el “tema” del libro. Creo que en ese aspecto hemos retrocedido.

La atmósfera es sofocante en ese lado del río; hay un incidente en la montaña, donde un zapador buscaminas de la guerra reciente es despedazado; hay un incendio en la montaña situada a media distancia, que nadie apaga. Y hay mucho bitter Campari: centenares de botellines; dos de las chicas toman un mínimo de 10 al día.
La he leído con placer, de dos tirones. Está dividida en 4 partes: mañana del primer día, que acaba en la siesta; tardinoche del primer día; mañana del segundo día; tardinoche del segundo día. Suficiente para que conozcamos esas vidas y, luego, nos contemos un poco de la nuestra ante el espejo.

Antes de poner algún extracto, como muestra de cómo Duras construye la historia con los diálogos, y ligeras notas de atmósfera e incidentes del pueblo, una ADVERTENCIA: la traducción que hizo Tusquets en 1989 es deficiente, y la revisión es descuidada (te puedes encontrar un “dijo el vicio” en lugar de “dijo el viejo”). Hay veces que tropiezas, que avanzas a trompicones: y enseguida ves los “calcos del francés”, que no cuajan en nuestra lengua. No culpo a Caridad Martínez, que puede que ahora sea una traductora excelente, o no se la apoyó en su momento. Pero me parece que esa buena editorial no debería haber sacado al mercado esa traducción. Y 22 años ya es demasiado tiempo para mantenerla.

«–Para el amor no hay vacaciones –dijo–, no existen. El amor hay que vivirlo totalmente, con su aburrimiento y todo; para eso no hay vacaciones posibles.
Hablaba sin mirarla, de cara al río.
–Y el amor es eso. Sustraerse no es posible. Ocurre lo mismo con la vida, con su belleza, su mierda y su aburrimiento.»

«–Yo creo –dijo Ludi–, que el mal viene de que lo hacemos todo demasiado tarde, cenamos tarde, vamos a la bolera tarde. Y así, por la mañana, no hay quien se levante, y nos vamos a bañar tarde, y vuelta a empezar…
–Qué duda cabe –dijo evasivamente Diana–, pero ¿qué es lo que no hace uno demasiado tarde en la vida? ¿Qué importancia tiene levantarse a su hora?

lunes, 12 de septiembre de 2011

Día 1951. Realidades de humo, de María Zaragoza



Curioso libro compuesto por tres historias largas o tres novelas cortas. Esta joven autora me ha interesado mucho solo con este libro editado en febrero de 2007. Sin duda repetiré con uno más actual. Formalmente, las tres historias están construidas mediante pequeños textos separados unos de otros al menos por el especio de tres líneas: como un patchwork de trozos que el lector puede ir cosiendo a su gusto (o intuición) para obtener la colcha que desea… o incluso la que no desearía, pero la fuerza de “esa” desagradable realidad se le impone. Con sus textos no se camina sobre suelo firme, pero las atmósferas que crea han dejado en mí una sensación de verdad más fuerte que otros libros que cuentan hechos.

Es un trabajo sutil, y Sutileza es el nombre de una historia cruel: una repetición sanguinaria que pasa de madres a hijas sin padre. La segunda, que da título al libro, se dice inspirada en un relato de García Márquez que no he leído: dos personas se encuentran en los sueños y se convierten en amantes; pero como la construcción a base de extractos permite que unos nieguen la realidad de los otros, cuesta decidir el nivel de realidad de la historia.

Me impresionó sobre todo la primera: Cuna de cuervos. Comparte con las otras dos el modo de construcción del relato y que las realidades pueden evaporarse en cualquiera de los párrafos. Una prostituta fea, con medio rostro quemado por su padre, acoge a un joven que le paga cinco días, tras los que se suicidará. Se cuentan historias; en realidad solo ella las cuenta, e incluso las varía, haciéndolas más o menos amables según el momento. A eso dedican los cinco días.

Lo mejor de María Zaragoza, lo que tiene de única, es la facilidad para convertir la Realidad en Humo. Copio a continuación algunos extractos, que dan una idea bastante aproximada de las conversaciones de esos cinco días.

«Tú fumabas y reías como ahora peinas el pelo de la parte sana de tu cabeza, indolente. Y le llamabas Niño o Chico. O cualquier otra cosa que se te pasase por la cabeza, como Corazón, Tesoro o Cielo. Y entonces él decía:
–Prefiero Niño o Chico. Es más impersonal.
Y a veces añadía:
–Después de todo he venido a matarme.»


«La piel de tu cara es brillante en su mitad derecha. Está abrasada por un accidente de tu más tierna infancia. A ti te gusta llamarlo accidente provocado, aunque fuese más lo segundo que lo primero.
–Las cosas son como las llamas que lo que son –le decías al Chico.»


«Acogiste al Chico porque te pareció dulce. Porque era tan joven y tan triste que te pareció inofensivo. Dijo que tenía dinero para pagarte cinco días. Que cuando te marcharas se ahorcaría.»


«Él dijo que llevaba viéndote por la calle desde niño, con esa mitad tuya quemada y ese pelo rojo cubriéndote sólo media cabeza. Y ese ojo seco y el otro inteligente y vivo. Y pensó que eras perfecta. Que podrías entenderle porque estabas viva y muerta al mismo tiempo.»


«–Cuéntame la historia de los niños que te gritaban en el colegio –pedía el chico.
Pero la historia había cambiado y ya no te tiraban piedras. Incluso habías aprendido a leer y escribir.
–Me gustaba más cuando era una historia triste –decía él.
–A veces las historias cambian solas cuando las cuentas, Tesoro.
–Llámame Chico.
–Está bien, Chico. La niña de la cara quemada, esta vez, consiguió no temer a los demás. Y aprendió mucho.
–¿Leyó la historial del Loco?
–Leyó un libro en el que no recuperaba la cordura antes de morir.
–Entonces leyó la versión piadosa.»


«Luego, cuando te despertaba de tus constantes pesadillas, te deba de beber y te preguntaba por qué te había quemado tu padre.
Si tenías fuerzas para mentir le decías que por fea. Si te sentías imaginativa le contabas que había sido un accidente. Si estabas lo bastante borracha ni siquiera contestabas.
Él te acariciaba las quemaduras y decía:
–Ni siquiera tú lo sabes, ¿verdad?


Lo cierto es que tu padre murió antes de dar explicaciones. Y tú quisiste ser monja exactamente durante dos horas. El tiempo justo para contárselo a tu tía, que se hizo cargo y te quitó la idea de la cabeza a pescozones, Cuando murió y empezaste a cobrar por el sexo, era demasiado tarde para recuperar la fe.»


«Dijo:
–Nos estamos empezando a creer nuestras propias mentiras.
Dijo:
–Claro que, quizá sea mejor así.
Dijo:
–La mentira siempre amortigua la caída.
Dijo:
–Me hace feliz no morir solo.
Dijo:
–Gracias.»


Y entre estas realidades de humo, lees y te das cuentas de que alguien te está leyendo; alguien que eres tú y no lo eres. Cerca ya del final, en uno de los párrafos, hay una frase que me asustó: «Y te aterra pensar quién podrá ser la primera persona de esta historia. La que te la está contando.»

sábado, 3 de septiembre de 2011

Día 1952. “Las aventuras de Huckleberry Finn”, de Mark Twain



Esta es una novela sobre la amistad, la adolescencia y la felicidad, dice la contracubierta. No puedo recordar si cuando lo leí tenía once o trece años, pero por ahí sería. Lo que recuerdo es que lo leí con el corazón en un puño: esa libertad, tantos peligros en los personajes con los que sin duda me sentía unido producían miedo. Ahora lo he releído, en verano, bajo un cerezo enorme que nunca ha sido podado (hemos sacrificado las cerezas a cambio de la belleza espléndida), y la sensación ha sido de sonrisa, de risa, de felicidad. Es un libro para releer en un mal momento y regresar a la plenitud dela infancia y el principio de la adolescencia.

Roberto Bolaño empieza el prólogo con estos párrafos:

«Todos los novelistas americanos, incluidos los autores de lengua española, en algún momento de sus vidas consiguen vislumbrar dos libros recortados en el horizonte, que son dos caminos, dos estructuras y sobre todo dos argumentos. En ocasiones: dos destinos. Uno es Moby Dick, de Herman Melville, el otro es Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.
El primero es la llave de esos territorios que por convención o por comodidad llamamos los territorios del mal, allí donde el hombre se debata consigo mismo y con lo desconocido y generalmente acaba derrotado; el segundo es la llave de la aventura o la felicidad, un territorio menos acotado, humilde e innumerable, donde el personaje o los personajes ponen en movimiento la cotidianidad, la echan a rodar, y los resultados son imprevisibles y, al mismo tiempo, reconocibles y cercanos.»

Por esta vez, no voy a poner ningún párrafo del libro, lo dicho por Bolaño es más que suficiente para saber lo que uno va a encontrar. Por otra parte, todo es una aventura disparatada (y peligrosa) vista y comentada desde la mente de un jovencito: no he podido elegir unos párrafos sobre otros. Y además, apuesto a que al menos los chicos lo leísteis todos cuando erais pequeños y felices.

Traducción de J.A. de Larrinaga, para la colección Grandes Clásicos de Mondadori, 2ª edición de agosto de 2009