Paul Auster, Diario de invierno. Editoria
Anagrama; primera edición, febrero de 2012. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. 243 páginas.
Es un libro raro, sencillo y extraordinario a la vez, que me
resistí a leer porque los libros de este autor me parecían todos iguales, pero
al final lo hice por la insistencia de una amiga. Y efectivamente, no es igual
a los anteriores.
Es raro porque, escrito durante un invierno, es la historia
real de un hombre corriente que sabe que ha empezado el invierno de su vida y
cuenta la vida cotidiana de un hombre, lo que nos sucede a todos, con
independencia de que sea un “hombre famoso como escritor”. Pero no entra en él
la vida del escritor, salvo en ligerísimas ocasiones y en el final, donde narra
la “epifanía” que le mostró lo que debía pretender con su escritura, durante un
ballet-ensayo con la coreógrafa explicando cada pocos minutos lo que habían
hecho los bailarines. Entre el júbilo que le producían los movimientos de los bailarines
y el aburrimiento de las explicaciones de la coreógrafa, tuvo su epifanía,
comprendió el sentido de la escritura y se hizo el escritor que conocemos:
«Al cabo de cinco o seis minutos
volvieron a interrumpirse, y una vez más Nina W. salió a hablar, de nuevo sin
conseguir captar la centésima parte de la belleza que acababas de contemplar, y
así siguió el espectáculo, de acá para allá durante una hora, los bailarines
turnándose con la coreógrafa, cuerpos en movimiento seguidos de palabras,
belleza seguida de un rumor sin sentido, júbilo seguido de aburrimiento, y en
cierto modo algo empezó a abrirse en tu interior, te encontraste cayendo por la
fisura entre el mundo y la palabra, el abismo que separa la existencia humana
de nuestra capacidad de entender o expresar la verdad de la vida ...». (pp.
232-242).
Y no busquéis más “escritor” en el libro: es la única parte
(más extensa que el extracto que he puesto) en la que Paul Auster hombre se
refiere a Paul Auster escritor. El resto es una vida común, marcada por la
época y la nacionalidad, de un hombre común y, como siempre, particular.
Algunas veces coincide que le han sucedido cosas como a nosotros; otras veces
no. Y como todos solemos ser cotillas, nos encanta que en un bar nuestro
fontanero bosnio cuente algunas de sus cosas. Pero si ese fontanero escribiera
un libro de 240 páginas sobre esa vida que nos gusta escuchar, no lo leeríamos.
¿Por qué no lo leeríamos? Porque este libro tiene Trampa:
habla de un hombre, un tal Paul, pero este Paul es escritor y sabe escribir, transmitir, organizar las partes. Así
que he entrado con placer en la trampa de que un escritor me cuenta su vida de
no-escritor. Y el resultado de entrar ha sido positivo.
El primer acierto es que se distancia de quien es ahora,
usando la segunda persona.
Ya en el primer párrafo, une su destino al de todos los
hombres (o sea, cuenta la historia de un hombre como todos).
«Piensas que nunca te va a pasar,
imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás
ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual
que le suceden a cualquier otro». (p. 7).
«Tus pies descalzos en el suelo
frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana,» (p. 7)
«Tienes diez años, es pleno
verano y» (p. 8)
«Que ya no eres joven es un hecho
indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no
es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta,
no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos como
tú». (p. 8)
Ya estamos informados, en las dos primeras páginas, de qué
es lo que va a contar (lo que le pasa a cualquiera, dependiendo de la cultura y
país en que viva) y cómo nos lo va a contar: con ese distanciamiento imperfecto
(y tan difícil) de la segunda persona. Y con separaciones de varios espacios,
va enlazando con motivo evidente o sin él los diversos sucesos de su vida. Como
no es un relato lineal, como lo que fue su futuro se enlaza con lo que había el
pasado, hay repeticiones (que resultan muy bien venidas).
***
Por ejemplo, y solo voy a citar
algunos ejemplos de las múltiples vicisitudes a las que se refiere (quien
quiera conocer al Paul hombre corriente, tendrá que leer el libro) en las
páginas 20-22 escribe del alcohol y el tabaco; cuenta con naturalidad que bebe
como un adulto normal y que el tabaco le puede. Lo explica muy bien; y
aprovecha para que haga la primera aparición de su maravillosa Siri, la
sensatez de esta, que cuando se conocieron él llevaba mucho tiempo bebiendo y
fumando:
«...pero
cuanto más viejo te haces menos probable parece que vayas a tener la fuerza de
voluntad o el valor de abandonar tus adorados puritos y frecuentes copas de
vino, que tanto placer te han procurado a lo largo de los años, y a veces
piensas que si tuvieras que suprimir esas cosas de tu vida a estas alturas, tu
cuerpo simplemente se vendría abajo, tu organismo dejaría de funcionar. Sin
duda eres una persona precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su
interior desde el principio mismo (¿por qué, si no, te has pasado tu vida
adulta vertiendo palabras como ange en una hoja de papel?), y las recompensas
que te brindan el alcohol y el tabaco te sirven de muletas para que tu lisiado
ser se mantenga erguido y pueda moverse por el mundo. Automedicación, como lo llama tu mujer. A diferencia de la madre de
tu madre, ella no quiere que seas de otra manera. Tu mujer tolera tus
debilidades y no te riñe ni te suelta sermones, y si se preocupa, es sólo
porque quiere que vivas eternamente. (p. 21)
Puede hablar, por ejemplo, de algo tan normal como las veces
que tienes una necesidad perentoria de orinar; contando cómo por aguantarse
terminó teniendo un accidente de coche tremendo cuando iba toda la familia, sin
consecuencias graves más que para el coche.
Y de ahí pasar al tema de la “muerte”, disparado por una
conversación que tuvo con Trintignant momentos antes de que comenzara una
lectura pública, entre los dos, de uno de los libros de Paul. El actor tenía 74
años y el escritor 57.
«Estás sentado en una silla sin
hablar con nadie, simplemente sentado y observando a la gente de la habitación,
y ves que Trintignant, situado a unos tres metros de ti, también guarda
silencio, mirando al suelo con la mano en la barbilla, aparentemente perdido en
sus pensamientos. Finalmente, alza la cabeza, se encuentra con tu mirada y, con
inesperada seriedad, en tono circunspecto, dice: “Paul, quiero decirte una
cosa. A los cincuenta y siete me encontraba viejo. Ahora, a los setenta y
cuatro, me siento mucho más joven que entonces”. Te desconcierta esta
observación. No tienes ni idea de lo que intenta decirte, pero notas que es
importante para él, que está tratando de comunicarte algo, y por ese motivo no
le pides que explique lo que quiere decir. Durante casi siete años ya, vienes
reflexionando sobre sus palabras, y aunque sigues sin saber exactamente cómo
interpretarlas, ha habido atisbos, breves instantes en que te ha parecido estar
a punto de entender la verdad de lo que te estaba diciendo. Quizá sea algo tan
sencillo como esto: que el hombre teme más a la muerte a los cincuenta y siete
que a los setenta y cuatro».
Después cuenta su violento
desarrollo físico juvenil; su primer polvo con una prostituta y su historia de
putero; el cuerpo y todo lo que hace, en lo hermoso y lo escatológico, para
terminar describiéndose como “un hombre que camina” (siempre escribe pensando
primero las historias durante largos paseos”.
Después, entre las páginas 67 y
122, escribe sobre todos los espacios, casas y habitáculos en los que ha vivido
desde que nació. Cada espacio tiene sus habitantes, así que vuelven a repetirse
cosas, como el divorcio de sus padres y el enfrentamiento con los familiares
del padre. Hasta que llega a la última, donde vive con Siri después de haber
arreglado hasta el último centímetro: su punto espacial de máxima felicidad:
«Ahí es donde
vives, y ahí es donde vives y ahí es donde quieres seguir viviendo hasta que ya
no puedas subir y bajar las escaleras por tu propio pie. No, más aún: hasta qye
no no puedas subir y bajar las escaleras a
gasta, hasta que te saquen de ahí para meterte en la tumba».
Hemos llegado justo a la mitad
del libro. Lo que cuenta a partir de ahí va cobrando un interés creciente (su
posición como judío, que aprovecha, al tiempo que cree firmemente en la
igualdad de todos; profundas reflexiones sobre la familia de don de viene,
sobre su primera esposa, sobra la actual. Pero creo que lo dicho es suficiente
para marcar la necesidad del leer el libro.
Si!!! sabía que te iba a gustar. A mí me gustó tantísimo que me enamoré otra vez de él y después de leer tu reseña me dan ganas de releerlo. Me hace gracia que te hayas fijado en lo del tabaco y el alcohol...es la muestra de que cada uno lee un libro distinto.
ResponderEliminarEsas casualidades, tan austerianas. Es el último libro que he comprado.
ResponderEliminarDespués de esa fase de decepción y cierto cansancio de Auster tras sus últimas novelas, que no me han entusiasmado, he decidido darle una oportunidad a esta. Vi que ya estaba en bolsillo y la compré. No he empezado, pero de pronto veo tu reseña, después de once meses.
Quizá sea una señal, después de todo, en estos tiempos tan necesitados de recuperar la fe, a falta de casi todo lo demás.
Beso grande
Bueno, MOLINOS, también me he fijado en otras cosas... Pero esa, ya sabes, la firmo. Gracias por la recomendación. Sin ella no lo habría leído.
ResponderEliminarY besos
Me gustan las casualidades, ETDN. A ver si esta sirve también para que nos veamos más.
Un fuerte abrazo.