Jesús M. Tessier, Jorge M. Reverte y Javier Reverte, Soldado
de poca fortuna. RBA ; Barcelona, junio de 2011.
Recomendación de
lectura:
Un libro raro y
extraordinario
que todos deberíamos
leer
Aunque no lo parezca, Jesús es
el padre de Jorge y Javier. Padre e hijos comparten la señal de borrar el rastro
del apellido paterno, dejando la inicial en los dos primeros casos y
eliminándola en el tercero. Es raro cómo me llegó el libro: Jorge es vecino de
barrio y a veces nos encontramos tomando el vermú o vino; tuve que confesarle
que en épocas prehistóricas leí uno de sus Gálvez,
pero que no había leído ninguno de sus libros de fondo, porque son de la Guerra
Civil y no leo ni veo películas de esas época, porque me ponen de mala leche. Hace
tres meses me trae el libro y me dice “Este lo vas a leer”. Lo empecé con
aprensión y a las pocas páginas me encontré con un relato vital de un joven que
no cargaba las tintas. Prácticamente, un libro de aventuras. Las de un joven de
ideas nacionales que le pilla la guerra en Madrid y lo destinan a la Brigada de
Choque de El Campesino. Y, como cuenta, se pasó la primera mitad de la guerra
“chocando”, hasta que lo pasaron a Comunicaciones, “donde también morían, pero
morían menos”. En cualquier otro país, por el tono de aventuras se habría
convertido en un bestseller. En nuestro país, seguimos amargados los de uno y
otro lado; y los que no, han preferido olvidar, o desconocer totalmente, lo que
pasó.
A pesar de sus ideas, pocos
soldados tan leales y valientes debió tener la República. Al fin y al cabo, las
bombas, disparos y ametrallamientos de los ideológicamente suyos caían sobre él
y sobre aquellos con los que compartía la vida. Terminada la guerra, cuando
había vuelto al periodismo y la corbatas de seda, fue declarado “desafecto”
(por razones largas de explicar) y después purgó su desafección yendo a Rusia
con la División Azul y muy pocas ganas de ir.
El libro lo escribió, ya muy mayor,
a petición de su hijo Jorge, porque nunca había contado nada de la Guerra. Lo dice
en el primer párrafo:
«Jorge, el
tercero de mis vástagos, que es un verdadero plomo, me viene pidiendo con
insistencia infinita que le haga un relato de mis vivencias de la Guerra Civil,
y yo, que cuando eran pequeños no les conté a mis hijos ninguna de mis
batallitas, me veo hoy, 20 de marzo de 1993, sentado ante una Olivetti Linea 98
para intentar complacerlo. No trataré, pues, de aquí en adelante, de hacer la
historia de aquellos años, ni de las razones que los dirigentes de ambos bandos
tuvieron para hacer unas cosas u otras; no voy a desentrañar las causas de los
acontecimientos. Voy, sencillamente, a contar lo que me pasó. No esperes, por
tanto, Jorge, más que la exposición de unas vivencias de un muchacho de veinte
años, educado en el seno de una familia
humildísima y a quien la suerte empujó al centro de una vorágine de las enormes
dimensiones que tuvo la Guerra Civil española.»
Y a este primer párrafo le sigue
una narración extraordinaria de alguien que seguía creyendo en los suyos pero
veía lo que veía, que conoció las condiciones más duras sin que en ningún
momento se queje de su perra suerte más de lo que pudieron quejarse todos y
cada uno de los que vivieron aquello en ambos bandos. Sin moralinas. Añadamos
que fue una buena persona, de lo que dará fe algunos de los extractos que voy a
poner de él y de la continuación del libro.
Porque este libro es
extraordinario porque contiene una segunda y una tercera parte escritas por sus
hijos Jorge y Javier; y hasta una cuarta, publicada en El País, sobre un
encuentro de estos hijos con los de un compañero, cuyo contacto se había
dificultado por la pérdida del apellido real.
El libro tiene, pues, cuatro
partes. La más larga, escrita por Jesús; un addendum, titulado Noticia de la guerra, de Jorge M.
Reverte, otra, titulado Un elegante
superviviente, de Javier Reverte, y Padres
e hijos, de Xavier Moret.
No voy a contar la historia, que
espero que algunos leáis algún día, sino que pondré algunos, poquísimos,
extractos clarificadores de quién fue Jesús. M. Tessier. La parte de la
desdicha, la desventura y la aventura de un joven lleno de vitalidad y buen
humor, hay que leerla entera.
I,
Soldado de poca fortuna
«Y aunque mi corazón y mi
cerebro estaban en las filas nacionales, mis piernas, mi estómago, mis huesos y
mis entrañas estaban en las filas rojas. Y esta sensación de alegría por las
victorias de los de enfrente y de pena por las nuestras es indescriptible,
horrorosas. Porque no te alegras por la muerte o las heridas de tus compañeros
de trinchera; pero tampoco celebras las bajas que pueda sufrir el de la
trinchera de enfrente. Y de ahí sale un rencor por los que tú crees culpables
de esta tremenda situación que no pasa ni con el transcurso del tiempo.»
Sobre los 80.000 muertos de la
Batalla del Ebro escribe (el hombre que “chocó” con las fuerzas de El
Campesino, arregló en campo abierto los cables de comunicación destrozados por
los proyectiles, vivió la Batalla del Ebro y, finalmente, pagó por ello yendo a
Rusia con la División Azul):
«Yo me resisto a considerar a
esos ochenta mil hombres como meros guarismos, contados como granos de arroz en
una paella. En mis largas noches de insomnio, los he visto desfilar, todos
juntos, nacionales y rojos, rotos, verdes, con las miradas fijas en no sé
dónde, reptando los destrozados, a paso lento todos, silentes, con las heridas
ya secas de sangre y, no me avergüenzo diciéndolo, he llorado muchas veces por
ellos, por todos, por lo que sufrieron y por lo que han dejado de vivir, por
las madres y las novias, por los hermanos y los padres de los rojos y de los
azules. De todos cuantos formaban en la lenta procesión de los muertos. A pesar de los sesenta años
transcurridos, a pesar de la enorme capacidad de olvido que tenemos los
humanos.»
En una parte del libro cita a un
intelectual que escribió “La guerra no la ganó Franco, sino que la perdió
Stalin”, añadiendo que comparte plenamente la idea. También yo la comparto (de
ahí la mala leche que me produce leer sobre ese período). Sus bestias negras
son los comunistas. Yo no me meto con los compañeros comunistas que creían de
buena fe en una liberación de la clase trabajadora, pero sí con Stalin, un
asesino de masas brutal, que traicionó a la clase trabajadora del mundo con su
tesis sobre el socialismo en un solo país, privándola de la mejor herramienta:
el internacionalismo. Stalin metió a sus hombres en la guerra para tener
controlado el país “cuando la guerra se ganara”. Mil veces se enfurece Jesús
con los comisarios políticos, que no tenían ni idea de lo militar. Pero, como
contrapartida, dedica los mismos improperios a los “enchufados” del otro lado,
como Serrano Súñer y Dionisio Ridruejo.
En un libro tan duro por el
tema, no falta el tratamiento humorístico, como los uniformes que les hacían
las mujeres antifascitas, que picaban como mil demonios. Y la versión segunda,
para la Batalla del Ebro, que seguían picando pero además llevaban 6 botones
dorados que permitían al enemigo hacer puntería fácilmente. En una ocasión, se
encontró un italiano muerto en un granero y se puso su estupendo uniforme,
hasta que lo vio El Campesino, le amagó un golpe en broma al estómago y le
preguntó: “¿Qué haces tú vestido de italiano?”.
Dice mucho de él cómo conoció a
su gran amigo en la orilla del Mediterráneo, donde había ido a parar y
descansar cuando la buena suerte le metió cuatro trocitos de metralla en el
cuerpo. Empezaron a caer bombas y todos se echaron al suelo menos Jesús y el
que sería su amigo. Uno le preguntó al otro, “¿Por qué no te has echado?”; y el
otro le respondió: “Por la misma razón que tú”. La amistad duró toda la vida y
el amigo catalán puso a su disposición un apartamento en Blanes para que pasara
las vacaciones todos los veranos.
El libro de Tessier tiene ocho
capítulos, todos contando la dureza y, al mismo tiempo, muchas de las veces con
un buen humor desbordante (no quiero spoilear). Al principio llenos de datos y
precisiones; los del final, afectados por la edad y una enfermedad. Estos son
los títulos:
1. El personaje
2. Una mañana de julio
3. En primera línea
4. Frente de Teruel
5. La madre de las batallas
6. Camino de Montjuic
7. Gott mit uns
8. La Guerra Mundial
Al final del 8, todo se acelera.
Finaliza una subsección titulada RELEVO
con el párrafo corto que transcribo y añade una brevísima despedida.
«Lo único que recuerdo de mi
fobia a la nieve y el hielo es que a mi vuelta del Vóljov estuve varios años
bebiendo whyski solo, sin hielo. En cuanto a las marchas, me dejaron la poca
afición por los paseos que aún perdura, como protesta física por los mil
kilómetros a pie.
ADIOS
Pero no sé si voy a poder seguir
con el relato. Estoy muy cansado y me siento incapaz de hilar las historia.
Adiós, Jorge. Cumplido mi
encargo.»
***
Sé, porque Jorge me lo ha
contado, que durante cinco años no fue capaz de leer esta historia. Luego
hicieron los añadidos que aumentan lo extraordinario del libro. La visión del
padre de cada uno de los hijos escritores.
Noticias de la guerra, por Jorge M.
Reverte
Es una tierna y cálida historia
de un niño del bando nacional, que sabe que su padre fue un “héroe de Rusia”,
pero desconoce que luchó en el bando republicano y no entiende que su padre,
como su tío, no le enseñe las medallas conseguidas. Unos párrafos resumen muy
bien la situación. Hijo de periodista, con nueve años lee todos los días de
cabo a rabo Arriba y la sección de
sucesos sangrientos del ABC.
«Hay días en los que me leo el
periódico de cabo a rabo. Y uno de esos días me topo con el asunto de
Gibraltar, que yo sé que es una roca amada por todo español, como asegura la
canción. Me aplico a ello, y me indigno como el columnista por lo que ha
sucedido. Si España hubiera entrado en guerra junto con Hitler, podría haber
cambiado el rumbo de la contienda mundial, y Gibraltar sería español.
Desde luego, se lo comento a mi
padre cuando vuelve a casa, muy tarde. Él asiente con gravedad: lo de Gibraltar
es humillante, pero me dice que no sabe si habríamos ganado la guerra, y que
habríamos tenido muchos muertos. Arrastrado por el espíritu patriótico que el
articulista me ha metido en el cuerpo, le digo que sí, pero que habría sido por
la patria.
Mi padre me abraza con ternura,
me sube sobre sus rodillas, pese a mis años, y me dice entre risas incontenidas
que él ya ha muerto mucho por la patria, que con ese muerto en la familia
basta.
Puede en mí la tibia sensación
de sus brazos sobre la humillación de mi incipiente pero arrollador patriotismo
guerrero, y la ligera decepción que la actitud tan poco ejemplar me provoca.»
Un elegante superviviente, por Javier
Reverte
A diferencia de Jorge, que
cuenta la historia desde su infancia, Javier lo hace desde el momento en que
está escribiendo. Recuerda al padre enigmático, melancólico y, sin embargo, la persona
más alegre que ha conocido, junto con su madre, Josefina. Se amaron la mitad de
su vida y dejaron de hacerlo, durante la mayor parte de la vida de Javier. Pero
juntos o separados, les agradece a ambos que “nos hicieron a todos los hijos
gente alegre”. Se centra en el atractivo de su padre Jesús, en su elegancia. Es
muy interesante el análisis que hace de los “falangistas camuflados”, a los que
detecta inmediatamente porque los conoció durante dos décadas. Pero elijo un
párrafo que me hizo reír especialmente. Conforme los hijos van creciendo, la
casa del padre se vallenando, sin que él lo impida, de pósters del Che Guevara
y Ho Chi Min.
«Todos los hijos le salimos de izquierda. Y él
se lo tomó con humor, porque no creía ni en la izquierda ni en la derecha. En
las primeras elecciones democráticas de 1977, votó una lista de extrema
izquierda, porque Jorge formaba parte de la lista como candidato imposible. En
las segundas, votó al Partido Comunista, porque yo era miembro del partido y,
según me dijo: “Ahora te toca a ti”. Eso nos dijo, al menos. Después votó a
Miguel Roca y debió ser el único voto que Roca sacó en Madrid. Mi padre, que
era honradamente castellano, sin embargo admiraba a Cataluña más que a ninguna
otra región de España. Quizá porque el mejor amigo que tuvo en su vida, junto
al que combatió en el Quinto Regimiento de El Campesino, era catalán. Se
llamaba Vaqué y, tras la guerra, puso en marcha la fábrica de plumas Inoxcrom y
se hizo millonario. Todos los veranos, Vaqué le dejaba a mi padre una casa en
Blanes, al lado del mar, y allí veranearon todos mis hermanos –yo ya no estaba
en su casa—y luego él solo con su novia, con la que se casó poco después de
morir mi madre. Mis hermanos y yo, nacidos todos en Madrid, compartimos el
mismo cariño y admiración hacia Cataluña que él profesaba.»