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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

lunes, 14 de marzo de 2011

día 1978. “The Corrections”, de Jonathan Franzen, y el “Diario de una traducción”, de Ramón Buenaventura. (IV)

La novela avanza muchas páginas en las que incluyo subrayados para mi uso personal, pero no tiene relevancia para quien lea esto repetir caracterizaciones y estilos. Por ejemplo, nada remarcable hasta que acaba la sección EL FRACASO, dedicada a Chip, con algunas apariciones de su hermana Denise. Por eso no pondré en esta entrada ningún extracto de esa parte.

Es el momento de avanzar el Diario de Buenaventura. Los añadidos que había puesto yo me han parecido superficiales y los quito (eran más una muestra de solidaridad ya que hace muchos (pero muchos) años practiqué ese oficio.

Por tanto, serán extractos del diario y, desde este capítulo 13, que se refiere a errores y problemas concretos, con su permiso del autor creo que será mejor copiarlos enteros (como están en la web del CVC, al alcance de todos, tampoco es un robo muy grave). No solo por la (maldita) gracia que tienen para un profesional, ni porque dan una explicación cabal de los problemas, sino porque además están muy bien, y graciosamente, escritos.



Capítulo 8

«Cuando le faltaban 100 páginas, solo tenía dos o tres consultas que le quería hacer a Franzen, cuando hubiera terminado. El editor le pasó las consultas de los traductores alemán, italiano, finlandés, etc. ¡Más de seiscientas! Él se las había planteado, pero dedicando horas había logrado resolverlas simplemente dedicando tiempo a internet. Tiene a gala no molestar al autor (aunque como autor, agradece las consultas de sus traductores). Esas pocas consultas, aparecerán en el Diario

Capítulo 9

«El caso era que el autor parecía verdaderamente encantado con las preguntas de sus traductores, y la editorial, por si las moscas (que son muy susceptibles, ellas), me aconsejó que yo también enviara mi lista de dudas. Obedecí como el dócil esbirro que soy: logré juntar diez o doce preguntas justificables y se las envié directamente a Franzen, que me contestó a vuelta de correo electrónico. Ningún problema.
Las dificultades —no pequeñas— surgieron después, cuando, a requerimiento del autor, enviamos como muestra las ciento y pico primeras páginas traducidas (aunque en ese momento ya estaba prácticamente terminado el trabajo).

[...]

De todas formas, la respuesta del autor superó con creces las peores predicciones que cualquier Casandra habría podido hacer. Es lástima que no podamos entrar en el pormenor del asunto (haciéndolo aquí incurriría en una traición que no quiero ni debo permitirme). Baste decir que el portero madrileño de la escritora neoyorquina a quien aludíamos en el capítulo 2 merecía un holgado sillón académico, comparado con la asesora del señor Franzen. Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre. Al final, la posición firmísima de la editorial bastó para zanjar el problema.»
Capítulo 10
«Pero la discusión dejó secuelas. El autor se reservaba aún más el derecho de revisión de la traducción e imponía, sin discusión posible, una norma que el traductor no consideraba aceptable: quedaba prohibido explicar al lector español nada que él no explicase al lector norteamericano en la versión original. PA no podía ser Pensilvania, ni se admitía explicación para ninguna sigla. Prohibido revelar en dos palabras para qué sirve una medicina que va a tomarse un personaje y que nadie en España conoce. Prohibido aclarar ninguna referencia histórica 100 % norteamericana totalmente indescifrable en Europa.
No hubo más remedio que eliminar todas mis brevísimas apostillas al texto, aun sabiendo que ello perjudicaba mi trabajo y aun temiendo que el lector español me considerara una especie de vago redomado, por no haberme tomado la molestia, al menos, de averiguar qué significaban ciertas cosas. Nada que hacer. Comprendo que en algún caso hubo un exceso de celo por mi parte: no hace falta traducir «it smelled like the inside of a Lexus» por «olía como el interior de un automóvil Lexus», porque la marca es suficientemente conocida en España (mi temor era que el lector español no supiese que hablábamos de un automóvil, porque el contexto no lo aclaraba, y que la frase siguiente, muy dramática, le resultase ridícula). En otros casos, la adaptación al medio español me parecía imprescindible; y, de hecho, estoy convencido de que el libro se habría leído mejor de habérseme permitido mantenerla. Pero no hubo modo.
¿Tiene derecho el autor a inmiscuirse tanto en el trabajo de un traductor? Dependerá, al menos, de dos factores: a) la distancia cultural existente entre el país de origen del libro y el país de recepción de la traducción; b) el conocimiento que el autor tenga del país de recepción. En cuanto al punto a), ya comentamos al principio la profunda extranjería de Las correcciones. En cuanto al punto b), nadie querrá discutirme que el señor Franzen es uno de los escritores norteamericanos que lo ignora todo de Europa, hasta extremos que sería divertido demostrar, si nuestro propósito aquí fuera un análisis del libro, y no una crónica de su traducción.»
Capítulo 11
«De todas formas, honrado será reconocer que el texto enviado al modo corre-corre contenía dos errores graves (que ya estaban corregidos cuando se recibió el informe condenatorio, pero cuya presencia no cabía negar). Dos errores míos de lectura, que nos vendrá bien comentar aquí, por lo que tienen de aleccionadores.
Primero. Había entendido mal una frase del párrafo inicial del libro, «the whole northern religion of things coming to an end», dando «toda la religión nórdica de las cosas que llegan a su fin», cuando lo que está llegando al fin no son las cosas, sino la religión nórdica. Pasa a veces. El traductor traduce lo que cree haber leído y no se para a pensar. Luego, en relectura, se dice uno: «Y este tío ¿cómo habrá escrito una cosa tan carente de sentido?». Etcétera. Hay una regla de oro, muy sencilla: «¡Oh traductor, nunca llegues demasiado pronto al convencimiento de que el autor es imbécil y dice tonterías!» No es imposible, pero asegurémonos siempre.
Segundo. Leí mal un diálogo. Donde Julia dice «I’m feeling good about the fact that it’s the first time in my life I’ve ever acted self-interestedly in a relationship», yo puse lo contrario: que era la primera vez en su vida que había actuado desinteresadamente en una relación (v. pág. 37 de la edición española.»
Capítulo 12

«Una de las facetas más crueles de la tarea truchimana está precisamente en la imposibilidad de la perfección: tarde o temprano, unas páginas más arriba, unas páginas más abajo, aparece un izquierda donde el original pone right o droite.
[...]
Bueno, el caso es que el conflicto con el autor pudo solucionarse y que la traducción se publicó y que el libro obtuvo un notable éxito de crítica y que incluso tres o cuatro de los reseñadores llegaron a mencionar mi trabajo, poniéndole buena nota. (No sé evitarme un comentario entre paréntesis. El gremio de traductores lleva muy mal eso de que los críticos no hablen casi nunca de la traducción en sus reseñas. A mí, en cambio, esa abstención me parece un primor de honradez, en muchos casos, cuando el crítico no puede, ni sabe, ni quiere leer la obra en el original. Sería, en el mejor de los supuestos —que pudiera y supiera y quisiera—, leer dos veces, con lo mal de tiempo que andamos todos… No, en serio, hay ocasiones en que uno se siente ridículo. Hace años, formé parte de un jurado que otorgó el premio nacional de traducción a la versión española de una refulgente joya de la literatura china. Trabajo muy meritorio, sin duda, dignísimo de aplausos y de premios, sin duda; pero que, sin duda, los miembros del jurado de ninguna manera podíamos valorar. Si el traductor se hubiera inventado un texto y le hubiera puesto el título del clásico chino, como a chinos nos habría podido engañar. Y conste que no me declaro inocente, porque yo también voté por el chino).

Capítulo 13

«Dejando aparte ciertos problemas con los nombres de árboles del primer párrafo, resueltos a base de Internet y de enciclopedias botánicas (la mejor solución, cuando se puede, es buscar, a partir del inglés, el nombre latino del árbol o planta, y comprobar a qué equivale en español), la primera pregunta que plantea uno de los traductores se aplica a la frase «there were chairs and tables by Ethan Allen» (pág. 15), donde el hombre no sabe si el mencionado señor es el soldado revolucionario del siglo XVIII o algún diseñador moderno. Servidor de ustedes, en vista de http://www.ethanallen.com/, ni siquiera se había planteado la duda. Quizá habría encajado bien aquí una pequeña orientación, porque Ethan Allen es un fabricante de muebles sólidos y duraderos, pero no elegantes, dato que, conocido, habría contribuido a que el lector español también fuera haciéndose en la cabeza la imagen de la pareja protagonista. En nada pecaminoso habríamos incurrido si hubiésemos puesto «sólidas sillas y mesas de Ethan Allen»; pero recuérdese que el autor prohibió rotundamente toda explicación que no estuviera en su texto.
El siguiente momento de embarazo viene cuando Franzen habla de «the brick palisades of the East River waterfront» (pág. 30). En efecto, palisade nos remite a empalizada, pero ésta, en castellano, en italiano o en francés, sólo puede ser de madera. Dejándome llevar por la leve excusa que me brindaba la acepción 2.ª de la palabra en DRAE (‘defensa hecha de estacas y terraplenada para impedir la salida de los ríos o dirigir su corriente’), opté por traducir «empalizadas de ladrillos». Me equivoqué, por gandul: si hubiese consultado el Webster, habría aprendido que en el inglés norteamericano palisade puede también ser acantilado. Y habría quedado mucho mejor traduciendo «los acantilados de ladrillo». Mea culpa.»

Capítulo 14
Una «HMO» (pág. 33) es una Health Maintenance Organization, es decir una aseguradora sanitaria, pero de las que no incluyen la libre elección de médico (según el Webster, confirmado por el autor). Otra pincelada a los personajes, cuya situación económica es saneada, pero no especialmente brillante: no les alcanza para pagarse un seguro de primera calidad. El lector español se quedará sin el detalle, porque el traductor no está autorizado a explicarlo.
Me salí con la mía, en cambio, en «by getting out of bed much earlier than his grad-school classmates, who slept off their Gauloise hangovers until noon or one o’clock» (pág. 48), donde pude colar cigarrillos entre «sus resacas» y «Gauloise». Por descontado que a un español que lee Las correcciones no hace falta explicarle que Gauloise es una marca de cigarrillos, pero en este párrafo me preocupaba el desconcierto que pudiera provocar la combinación de un vocablo como resaca —directamente vinculado con el alcohol, en este contexto— con una palabra en francés; que, además, ateniéndome a la normativa ortográfica vigente, tendría que haber escrito con minúsculas y en plural: gauloises.
«His back patio overlooked a waterway known to college administrators as Kuyper’s Creek and to everybody else as Carparts Creek» (pág. 51). Aquí, afortunadamente, el supresor de explicaciones debía de andar modorro, porque se le pasó eliminarme la apostilla: «Su patio trasero daba a una corriente de agua que los regidores del college conocían por el nombre de Kuyper’s Creek, pero que todo el mundo llamaba Carparts Creek, es decir riachuelo de las piezas usadas de automóvil». Tampoco es que el dato sea imprescindible para la recta interpretación de la existencia humana en este mundo, pero, al menos, sirve para que el lector español se haga una idea de que aquello era un desastre de feo y de sucio.
Capítulo 15
Hubieron de enfrentarse, todos los traductores, con una tienda especialísima, que más parecía dedicada a vender objetos para jíbaros —o sombreros— que a ninguna otra cosa: head shops. Bueno. Nada especialmente difícil, para un sesentero como servidor, porque está bien claro, por el ambiente que nos describe el autor, que esos heads a quienes se sirve en tan dignos establecimientos son pura y simplemente unos caballeros muy excesivos en la veneración de santa Juana la Verde. Pero conste que la cosa tenía su miga.
Gran discusión entre los traductores motivó también el nombre de un curso que imparte uno de los personajes en el college donde trabaja (desesperado y ligón, como todos los profesores de esta escuela novelística norteamericana, cultivada precisamente por profesores que se avergüenzan de los demás profesores): Consuming Narratives. Aquí, en realidad, daba lo mismo qué se tradujera, con tal que el título resultara burlón de la tendencia académica (minoritaria, pero espesa y abundante) a poner las modas por encima de la ciencia. Yo le añadí un «Introducción Teórica» al asunto, para cundirle el ridículo. El italiano proponía «Comprensione del Messagio». Ya ven.
Luego venía el más practicado de todos los deportes de taberna y bar, tras los chinos: el foosball, que, en fin, viene en el Webster, pero que algún traductor no encontraba por ninguna parte: futbolín, claro. Seguramente del alemán Tischfussball, fútbol de mesa. Podemos añadir aquí una nota curiosa, que servirá de consejo: todos tendemos a pensar que las palabras raras no van a venir en los diccionarios, y para localizarlas acudimos a cualquier otra fuente; pero hay lexicones, como el Webster, donde se encuentra prácticamente todo.
Capítulo 16

¿Recuerdan ustedes la moda trapecio? Sucedió por los años sesenta, y consistió en meter a las mujeres (tipo Audrey Hepburn: delgaditas) en vestidos cuyo diseño se acoplaba a una línea horizontal a la altura de los hombros y otra línea horizontal, muchos más larga, en el borde inferior de la pollera (homenaje a Argentina que, de paso, me ahorra la cacofonía larga/falda). Un trapecio. La obra solía rematarse con un sombrerito de sinóloga aficionada. Y ahí tienen ustedes una de las dificultades que se derivan de la juventud: no se acuerda uno de esos detalles tan antiguos, y tiene que preguntarle al autor por el significado de trapeze dress. Transcurrido un tiempo —cuando ya no vivamos los vivos depósitos de cultureta siglo XX—, la edición crítica de The Corrections requerirá una nota a pie de página. Como ahora albatara, más o menos.
Lo que viene a continuación es para nota: «At the weekly farmers’ market near D—— he loaded up on heirloom tomatoes, white eggplants, and thin-skinned golden plums. He ate arugula (“rocket,” the old farmers called it) so strong it made his eyes water, like a paragraph of Thoreau». Dejando aparte la cocecita a Thoreau, y admitiendo que «white eggplants» no va más allá de berenjenas blancas, y que las «thin-skinned golden plums» bien podrían ser ciruelas doradas de finísima piel, y que arugula se puede encontrar en internet, donde los sabedores, en español, la llaman ruca, nos quedan los «heirloom tomatoes». Los tomates de herencia o legado. «Hizo una buena provisión de tomates como los de toda la vida», puse yo, y coincidí con la explicación dada por el autor a los traductores que le preguntaron al respecto. En los mercados españoles tiende a hablarse de productos ecológicos, pero no es exactamente lo mismo: el tomate de toda la vida es el de los tiempos en que no se practicaba la biogenética, ni había híbridos. (Entre paréntesis: habrán ustedes observado que traduje «thin-skinned» por de finísima piel. No es raro que, como traductor, a veces me sienta obligado a hinchar el adjetivo, que en español puede quedar flojo sin hipérbole. Por supuesto que she’s a beautiful girl puede traducirse por es una chica guapa, pero —me parece a mí— el inglés quiere decir algo más con esa frase. Quiere decir es una chica muy guapa. Porque una chica guapa, así, a secas, en español más bien suena a callito disimulado).
Jonathan Franzen, Las correciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004

2 comentarios:

  1. Me está encantando el diario.

    Me parto con esto: "Hay una regla de oro, muy sencilla: «¡Oh traductor, nunca llegues demasiado pronto al convencimiento de que el autor es imbécil y dice tonterías!» No es imposible, pero asegurémonos siempre."

    De todos modos..ya sé de donde ha sacado la ironía y el humor mi amigo.

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  2. Es un trueno, el Sr Buenaventura (aparte de un sabio en lo suyo). Comprenderás lo que me cuesta "reducir" lo que él ha escrito y que cada vez más vaya optando por copiarlo entero.

    No solo aprendo lo que es la traducción (y no como profesional, sino como lector de traducciones), sino que me lo paso tremendo con frases como la que has copiado.

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