Había leído dos o tres novelas de MH (2 o 3, ni siquiera estoy seguro). Siempre con gran placer: siempre con el olvido borrando lo leído a las pocas semanas. Esta no la voy a olvidar: es su gran obra de madurez. Mucha muerte, mucho envejecimiento; mostrar el mundo del arte como un mercado. El Mundo como un gran mercado: pocos libros cuentan tan bien este principio del siglo XXI.
Tiene un prólogo (sin nombrarlo como tal), tres partes y un epílogo. La tercera parte, una investigación policial, me decepcionó en la solución. El resto del libro me ha producido pasión. Y ha sustentado la amargura con la que contemplo el mundo.
Tiene un poco de cuento de hadas: el artista que se hace rico y famoso sin pretenderlo, sin buscarlo: hace lo que tiene que hacer, sin buscar reconocimiento. El sueño de cualquiera, vamos. Pero nada le cambia y sigue viviendo en su taller. Tiene poco de relaciones humanas, casi siempre de echarse a temblar. Tiene descripciones técnicas absolutamente relevantes: la técnica y los procesos son el mundo de hoy, y lo cuenta como el mejor de los redactores técnicos describiría las instrucciones de un frigorífico complicado. ¿Y de la humanidad, que dice? Por lo que parece, no pasaba por allí: por lo que (no) vemos en los medios, la Humanidad ya no existe. En todo caso, su modo de representarla sería como esos vaciados que los jóvenes artistas hacen en las academias, en las que pintan todo de negro y lo que queda en blanco es la estatua representada.
Tiene una cita de Charles D’Orleans con la que empieza el libro; y el libro no la desdice: “El mundo está harto de mí y yo estoy harto de él”.
Creo que bastaría con que copie un largo párrafo del final de la primera página y la segunda y tercera enteras. Pero empezaré con un breve párrafo de la descripción del taller.
«Por “taller de artista” había que entender un desván con un ventanal, un hermoso ventanal, es cierto, y algunas dependencias oscuras, apenas suficientes para una persona como Jed, cuyas necesidades higiénicas eran limitadas.»
Y ahora el párrafo largo: se refiere al último cuadro de una serie de 50, que no consigue terminar nunca: en este caso una reunión entre dos artistas de éxito; una serie de “oficios” y de las relaciones del mundo tal como es: tardocapitalismo neoliberal.
«La frente de Jeff Koons relucía ligeramente; Jed la sombreó con un cepillo y retrocedió tres pasos. Era evidente que había un problema con Koons. Hirst era, en el fondo, más fácil de captar: podías verlo brutal, cínico, al estilo de “me cago en vosotros desde las alturas de mi pasta”; también podías verlo como el artista rebelde (pero siempre rico) que trabaja en una obra angustiada sobre la muerte; había, por último, en su rostro algo sanguíneo y pesado, típicamente inglés, que le asemejaba a un hincha común del Arsenal. Tenía, en suma, distintas caras, pero podían combinarse en el retrato coherente, representable, de un artista británico típico de su generación. Koons, por el contrario, parecía poseer cierta doblez, como una contradicción entre la marrullería corriente del agente comercial y la exaltación del asceta. Hacía ya tres semanas que Jed retocaba la expresión de Koons al levantarse de su asiento con los brazos hacia delante en un impulso de entusiasmo como si intentara convencer a Hirst; era tan difícil como pintar a un pornógrafo mormón.Había fotografías de Koons solo o acompañado de Roman Abramovich, Madonna, Barak Obama, Bono, Warren Buffet, Bil Gates… Ninguna conseguía expresar nada de su personalidad, traspasar esa apariencia de vendedor de descapotables Chevrolet que él había decidido mostrar al mundo, era exasperante, hacía ya mucho tiempo, por otra parte, que los fotógrafos exasperaban a Jed, sobre todo los grandes fotógrafos con su pretensión de revelar con sus negativos la verdad de sus modelos; no revelaban absolutamente nada, se limitaban a colocarse delante de ti y activar el motor de la cámara para tomar centenares de instantáneas a la buena ventura, lanzando risitas, y más tarde escogían las menos malas de la serie, así procedían, sin excepción, todos aquellos presuntos grandes fotógrafos, Jed conocía a algunos personalmente y sólo le inspiraban desprecio, los consideraba a todos igual de creativos que un fotomatón.
En la cocina, a unos pasos de él, el calentador de agua emitía una sucesión de chasquidos secos. Se quedó quieto, paralizado, era ya el 15 de diciembre.»
Supongo que os habréis fijado en esa longitud del segundo párrafo, tan proustiana, francesa y enrevesada (y ese estilo es frecuente). Hay que dar las gracias, pero muchas gracias, a la traducción excelente del magnífico JAIME ZULAIKA.
Pues habláis tanto y tan bien de él que tendré que leerlo.
ResponderEliminarA mí las dos novelas suyas que he leído me desasosegaron.
Bueno, PORTOROSA, aquí escribo sobre los libros que me han gustado e intento transmitir los motivos. Añado unos párrafos que muestren el "estilo". Pero no suelo recomendar su lectura (salvo en el caso de obras grandes de gente poco conocida, como el caso de Berta Vías Mahou) porque los libros son tan raros como las personas. Hace falta que salte una chispa, que se dé una "afinidad electiva" entre el libro y el lector: y eso no puedo asegurarlo.
ResponderEliminarAbro opciones.
Pero dicho esto, creo que este te puede ineteresar.
Un abrazo
Eso, la chispa de qué hablas es particular y además depende hasta del momento de la lectura.
ResponderEliminarYo estoy leyendo por vez primera a Houellebecq en "Las partículas elelmentales" y a pesar de que tengo los momentos idóneos no ha surgido la chispa que me ate al libro, claro que voy por la mitad, a ver que pasa.
Hoy empiezo con él..... ojalá encuentre chispa!.
ResponderEliminarBesi
A mí me gustó bastante. Hasta este libro no había leído nada de él.
ResponderEliminarLa parte del crimen me pareció como un añadido, como un pegote, como si le hubiera gustado mucho el verse como personaje y hubiera estirado demasiado esa parte.
Respecto a la traducción, y no sabiendo francés, solo puedo decir que era en exceso leísta.
Lo acabo de leer y me ha gustado. Me gusta ese descreimiento, esa mala leche y esa amargura, como dices tú, con la que contempla el mundo. Y cierto disparate general, eso también me gusta.
ResponderEliminarUn abrazo
Anda, cuántos comentarios se han acumulado en los meses en que no abrí el blog.
ResponderEliminarISABEL, es un poco "esquinero", de esos que te gustan o no te gustan y no se puede bucear en el asunto, porque las dos partes de la conversación tienen argumentos de peso. Hay libros en los que eso no pasa: resulta evidente que quien se queja se metió en el libro sin "preparación": siempre digo que la literatura es como un Mecano, ese juguete antiguo que iba por cajas numeradas y ppara que las construcción fuera perfecta siempre necesitabas una pieza de alguna caja anterior (que, por supuesto, no tenías). En el caso, de Houellebec (y me pasa lo mismo con Amelie Nothomb, a la que adoro pero prefiero no recomendar), es un caso de que salte la chispa o no.
Besos
¡Ay, NO, qué tarde! Me quedo con las ganas de saber si saltó o no la chispa.
ND, entre los que no has gustado el libro, hay una pequeña secesión: los que como tú ven esa última parte como un pegote alargado (fallo estructural) y los que lo perdonan porque las conversaciones de los polis son las más inteligentes que hemos leído en ese tipo de literatura.
Un abrazo y perdona por el retraso. De no ser por el comentario actual de José Luis (no solo no abría el blog, sino tampoco la cuenta de correo asociada), no os habría podido atender, aunque tarde.
Coincidimos al 100% en esos rasgos, JOSÉ LUIS. Una de las bondades de sus libros es que te remueven el suelo que pisas... y que creías más sólido.
Un abrazo
Houllebecq siempre vuelve a los mismos temas pero el aura de vacío vital se encarna en 'El mapa y el territorio'como nunca, incluyendo su propio asesinato...
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