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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 2 de noviembre de 2012

Día 1941. "Una puerta que nunca encontré", de Thomas Wolfe






 Thomas Wolfe, Una puerta que nunca encontré. Periférica; primera edición, marzo de 2012. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas. 101 páginas. Publicado por primera vez en dos números del Scribner's Magazine correspondientes a 1933 y 1934. Posteriormente pasó a formar parte de Del tiempo y el río

RECOMENDACIÓN DE LECTURA
Es un placer incluir dos libros, este y
El niño perdido¸ como de lectura obligatoria
para todo el que tenga una cultura “terciaria”,
algo menos que “mediana”, de la literatura. el
sentido y el placer que proporcionan los
convierten en “lectura casi obligada.

Prolegómeno prescindible

El nombre de Thomas Wolfe resuena siempre en frases de William Faulkner, que lo consideró un maestro, a pesar de que la primera novela de Wolfe fue publicada en 1929, cuando el otro había publicado ya cuatro, entre ellas El ruido y la furia. Fue el año en que Wolfe publicó su primera, El ángel que nos mira. La leí  cuando la publicó Bruguera, hace muchísimos años, y desde entonces los escritos de Wolfe han formado parte importante de la herencia que he recibido.
Dice Faulkner, y lo avisa la contracubierta, que esta pequeña novela, publicada en 1933, es en realidad la continuación de otra que Wolfe publico en 1937, El niño perdido. Y es cierto, porque el narrador es el mismo, pero en la de 1937 era un niño que vivía con su padre y recordaba a su hermano muerto, mientras que en la de 1933 también el padre ha muerto. No solo eso, los temas de la estructura son mucho más claros y ordenados, están “mejor escritos”, en El niño que en Esta puerta. Con lo que no estoy diciendo que el libro al que hoy me refiero no merezca la más atenta y feliz de las lecturas. Es una pequeña obra maestra que fue seguida, cuatro años después, por otra pequeña obra maestra todavía mejor.
Aunque Faulkner lo reconozca como maestro, y sea su lector fervoroso, aquí es Wolfe el que “usa” la misma estructura que Faulkner en su El ruido y la furia: cuatro partes que llevan por título una fecha no secuencial. Desconozco si esta estructura había sido usada antes por otros, pero es eficaz para contar lo incontable: y si no pretendes contar lo incontable, ¿para qué escribes? Lo que sí sé, como sabe todo el mundo, es que el título procede de un monólogo del quinto acto de Macbeth: “Es un cuento relatado por un idiota, lleno de sonido y furia, sin ningún significado”. Siempre, en privado, he discutido esa traducción, aunque reconozco la “sonoridad” y me pliego al peso de la tradición.
Lo que me importa aquí es que Wolfe homenajea otra vez a Faulkner, en la página 35 de esta edición, cuando dice “una torre de marfil lejos de la furia y el ruido de este mundo”. No me gusta meterme con mis compañeros traductores, porque sé en qué condiciones trabajan. Sé perfectamente que los libros producen eco en los libros y que a los escritores les gusta meter frases de otro escritor, para ver quién lo descubre, y que haría falta una cultura enciclopédica, que no se le puede pedir a un  traductor, para descubrirlo. Pero “el ruido y la furia” es ya una frase hecha lo bastante conocida para no equivocarse en el orden. Quizá esté en otro orden en el original y no debería hacer esta crítica. A cambio, una traducción de 2012 no debería mantener la ortografía que ya en 1998 rechazó la Academia, como el acentuar el adverbio “solo”. No me parece mal, aunque me chocó al principio, el uso del hispanismo “errancia” que, significa algo más que “vagabundeo”, pues incluye un viaje espiritual. Soy de los que creen que va siendo hora de que nos traigamos hermosos y precisos términos de Latinoamérica. He de decir, a pesar de las “pegas” que he citado, y algunas otras que callo, que la traducción se deja leer sin los sobresaltos frecuentes a los que los editores nos tienen ya acostumbrados.

*****

El libro

Está dividido en cuatro partes, identificadas con número romano y fechas:

p. 11, Capítulo I: Octubre de 1931
p. 35, Capítulo II: Octubre de 1923
p. 57, Capítulo III, Octubre de 1926
p. 85, Capítulo IV, Finales de abril de 1928

Si el libro que escribió cuatro años después trataba de un niño perdido, en dos de los capítulos escribe sobre el hombre en que se convirtió, perdido todavía, el niño que estaba perdido; en el tercero escribe sobre uno de sus viajes, a Inglaterra; y en el cuarto, que significativamente pasa del otoño a abril, se plantea una posible solución o encuentro al enigma de la vida. Los dos primeros, y en cierta manera el cuarto, tratan de la voracidad ante la vida que acosó al autor: querer abarcarlo todo, vivir más allá del límite. Una de las partes coincide punto por punto de su vida gargantuesca, para la que nada era suficiente si había algo que aprender. Quizá un estilo de vida agotador que le llevó a morir de tuberculosis a los 38 años. Pero hay una parte, la del viaje a Inglaterra, que estructuralmente no “casa” con el libro. Para entendernos: mataría por leer ese capítulo, pero fuera de este libro.

Capítulo I

Planteamiento de su ansiedad ante la Ciudad y el Tiempo: la voracidad del joven que quiere abarcarlo todo, conseguirlo todo, con su estilo casi waltwhitmaniano. El capítulo se planeta como contraste entre un millonario que lo tiene todo y le ha invitado a cenar, a él que no tiene nada y vive en el repugnante agujero del Brooklyn armenio. El millonario, sin embargo, cree que el protagonista, que está solo en su agujero, tiene toda la esperanza y vivacidad. Su estilo es voraz, enumerativo. Un calco de su hambre de vida. Grandioso, pero nunca grandilocuente, porque como lector participas de esa ansiedad.


(pp. 13-14) «Cuando vuelves a la habitación [el salón del millonario] te sientes muy lejos de Brooklyn, que es donde vives, y todo lo que la ciudad te hacía sentir cuando eras niño, antes de que pudieras saber nada al respecto, ahora te resulta no sólo posible sino inminente, a punto de ocurrir.
La grandiosa imagen de la ciudad vive en tu corazón con sus colores fantásticos, tal como ocurría cuando tenías doce años y pensabas en ella. Crees que esa felicidad gloriosa que dan la fortuna, la fama y el triunfo será tuya de un momento a otro, que estás a punto de ocupar tu sitio entre los grandes hombres y las mujeres cariñosas, una vida afortunada y feliz como jamás has visto. Todo eso está allí, esperándote de algún modo, al alcance de la mano, al alcance de una palabra, sólo tienes que pronunciarla. Apenas un muro, una puerta, un paso de distancia, sólo te falta saber dónde se encuentra.
Y de algún modo renace en ti la vieja, indomable y muda esperanza de que finalmente hallarás la puerta por la que debes entrar, que este hombre te dirá dónde encontrarla.»

(p. 14) «Entonces, la vieja perplejidad, la vieja confusión del alma que sentías cada vez que pensabas en el misterio del tiempo y en la ciudad vuelven a ti.»

(p. 32) «Una ventana se cierra. Y otra vez el silencio, la tarde y los sonidos remotos y las voces entrecortadas de Brooklyn; Brooklyn en la informe, incalculable y corrosiva brutalidad de la vida.
Y recuerdas cómo la vieja luz roja se apaga rápidamente en el ladrillo rojo de las viejas casas y hay voces en el aire y la música que viene de no se sabe dónde.
Y recuerdas cómo nos quedamos allí tumbados, átomos ciegos en la oscuridad de nuestros pequeños cuartos, grises y mudos átomos en medio de la hormiguente desolación de la tierra.
Y recuerdas cómo nuestra fama se desvanece, nuestros nombres caen en el olvido, despojados de nuestros poderes como tierra saqueada mientras nos quedamos allí tumbados.
¡Por Dios, nos estamos muriendo todos en la oscuridad!...»


Capítulo II
Es el capítulo más intenso, memorable (digno de recuerdo), el que araña, el que explica por qué, de los 4 capítulos, tres están dedicados a octubre, cuando cree que su proyecto está agotado y regresa a casa, cuando el padre ya había muerto.

(p. 35) «Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia. Por qué o cómo llegó a ocurrir es algo que nunca he sabido. Pero así son las cosas.. Desde los quinces años, excepto por un breve intervalo, he vivido una vida tan solitaria como sólo la puede tener un hombre moderno.  Con esto quiero decir que el número de horas, días, meses y años, el tiempo real que he pasado solo, ha sido extraordinariamente inmenso. [...] Amaba la vida con tanto ímpetu que me volví loco por la sed, por el hambre que tenía de vivirla; un hambre tan literal, cruel y física que quise devorar la tierra y a toda la gente que vivía en ella.»

(36-37) «Pero esta furia que me llevó a leer tantos libros no tenía nada que ver con la educación, nada que ver con los honores académicos, nada que ver con el aprendizaje formal. Yo no era, en absoluto, un hombre de la academia y no quería serlo. Sencillamente, quería saberlo todo, y me volví loco cuando descubrí que no podría conseguirlo. En medio de un rapto furioso de lectura en la gigantesca biblioteca la idea de las calles y de la gran ciudad me atravesó el cuerpo como una espada. Ma pareció entonces que cada segundo que pasara entre aquellos libros sería un desperdicio, que en ese mismo momento algo que no tenía precio, algo irrecuperable estaba sucediendo en la calle, y que si lograba llegar a tiempo para verlo, de algún modo obtendría el conocimiento que buscaba; la fuente, el pozo, el manantial del que procedían todos los hombres y las palabras, todas las acciones y todos los planes de este mundo.»

(p. 41) «la gigantesca planta del tiempo, el deseo y la memoria floreció y se alimentó con su tumos canceroso a través de los tejidos de mi vida, hasta que la tierra de la que vengo y la vida que había vivido hasta entonces me parecieron algo tan remoto y perdido como la ciudad sumergida de la Atlántida.
Un buen día, sin embargo, me desperté y pensé en mi casa. Un cerrojo se desatascón en mi memoria y la puerta se abrió. [...]
  Me dije: “¡Debo volver a casa!”. Todos los hombres que han vagado sobre la faz de la tierra dicen estas palabras en algún momento.»

(pp. 43-44) «Había vuelto a casa y no podía creer que mi padre estuviera muerto: a veces creía escuchar en la calle la llamada de su portentosa voz y pensaba en que lo vería caminar hacia mí por la plaza, con su desgarbado paso de trotamundos, o que me toparía con él cada vez que doblara una esquina, o que lo vería correr hasta casa con la lengua fuera y toda su descomunal provisión de comida y carne; llevándonos a todos la seguridad inmortal de su fuerza, su poder y su pasión; llevándonos a todos una vez más el mensaje atronador de su fuego, que hacía tambalear hasta el tubo de la fogosa chimenea con su formidable estruendo; dándonos una vez más el exultante placer de saber que los buenos días, los mágicos días, los tiempos dorados de nuestras vidas volverían de nuevo, y que este mundo fantasmal y de ensueño donde me hallaba daría paso de inmediato a toda la gloria de la tierra sólo si mi padre volvía para revivrlo, para hacernos vivir una vez más. [...] y recordaba mi vida, la casa familiar y el millón de extraños y secretos rostros del tiempo, pensando, sintiendo, pensando: “He vuelto a casa una vez más y mi padre está muerto... y ése era el tiempo... el tiempo... el tiempo... ¿Adónde iré ahora? ¿Qué debo hacer? Pues octubre ha vuelto una vez más, pero algo de la riqueza de la vida tal como la conocíamos se ha desvanecido y estamos perdidos.»

Capítulo III

Tras la intensidad del capítulo II, del que solamente he copiado un mínimo de párrafos ardientes, no se entiende este capítulo. Habla de un viaje a Inglaterra, quizá porque en su vida hizo seis viajes a Europa y, presa como siempre de la ansiedad y la voracidad, se quejaba del tiempo perdido en los trayectos. Fuera de este libro, habría celebrado el texto, sobre todo por la crítica humorística de la comida inglesa.

(p. 74) «La comida tenía muy buen aspecto y era, como el espíritu de la nación, sosa. De qué manera lo conseguían era algo que nunca sabré decir: todo era de primera calidad, pero uno siempre acababa masticando sin ganas, desconsoladamente, tragando con la paciencia tediosa del hombre condenado a una dieta perpetua de espinacas hervidas sin sal. Había una especie de magia negra en el modo en que conseguían elegir las mejores carnes y vegetales para extraer de ellas toda su suculencia y luego servírtelos con magnificencia pero sin sabor; o con  el sabor del heno estofado o de la franela bien cocida.»

(p. 76) «Ahora me parecía que los ingleses habían escrito de un modo tan maravilloso sobre la comida, no porque disfrutaran de ella a todas horas, sino porque era algo tan excepcional que elaboraban grandes fantasías sobre ella.»

Capítulo IV

El único abril (primavera) del libro. El capítulo termina con un discurso soberbio del que, como ya he puesto muchos extractos, pondré un  trocito.

(pp. 97-99) «Todo el saber de sus millones de lenguas se hallaba en aquélla única voz inefable: el conocimiento que un hombre acumula a lo largo de toda una vida de trabajo, rabia y desesperación me hablaba al atardecer y permanecía dentro de mí durante toda la angustia de la noche: “Hijo, ten paciencia y fe, porque la vida es larga y todo este dolor y esta locura que vives ahora pasará pronto. Has caído en la furia, te has llenado de odio y de angustia y de todas las oscuras confusiones del alma. Tu sed y tu hambre eran tan grandes que creíste que podrías tragar la tierra entera, pero es así como les ha ocurrido a todos los hombres, vivos o muertos, durante su juventud.
[...]  Porque no volveremos a marcharnos, no nos marcharemos más, porque nuestra errancia por el mundo ha terminado y nuestra hambre ha quedado saciada.
[...] Pero sabemos que los niños desaparecidos, los ancianos desaparecidos, nuestros padres, nuestros hermanos, los llevados a toda prisa al cementerio para ser rápidamente enterrados, permanecerán aquí cuando este mundo hecho de cemento o de hormigón no sea más que ruinas, Sabemos que el polvo de los amantes enterrados durará más que el polvo de las ciudades.»

(p. 101) «Bajo las pulsaciones del pavimento, bajo los edificios que se estremecen como en un llanto, bajo los restos del tiempo, donde el casco de la bestia se junta con los huesos rotos de las ciudades, algo está creciendo como una flor, siempre brotando de la tierra, siempre inmortal y obstinado, algo que vuelve a la vida una vez más, como abril.»


Quien después de esto no lea estos dos librillos, ya sabe lo que se pierde.





2 comentarios:

  1. Ya sé lo que me pierdo, de Faulkner no quise perderme "Mientras agonizo", lo leí hace años y quedé impactada.
    Hay escritores que te dejan así, literalmente.

    Gracias de nuevo y besos.

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  2. Pues no te pierdas estos; tómatelo con tiempo, pero al menos El niño perdido no te lo pierdas.

    Besos

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