Este blog

[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 22 de abril de 2011

día 1967. “Diario de una traducción”, de Ramón Buenaventura (XI)

El penúltimo lote del Diario. A ver si llegamos a los primeros días pascuales con el Diario y la novela terminados.


Capítulo XXXIX

Pasa con todo: en cuarto de carrera, muchos se replantean que para qué, por qué. El que hace una tesis científica, a tiempo completo 11 o 12 horas diarias, de las que se tardan 7 u 8 años, cuando lleva 4 o 5 dice que lo abandona todo y vivirá como un vagabundo. En una traducción tan larga, con tantas complicaciones como esta, puede pasar varias veces. A Ramón Buenaventura le pasó exactamente aquí: quizá tuvo motivos semejantes para que le hubiera pasado 50 páginas antes, o 50 después. Pero fue aquí. Quiero que conste que este párrafo lo subrayé y lo puse en una entrada sobre la novela. Que me pareció magnifico que quienes transportan las medicinas por el cuerpo sean obreros. Copio entero:


«Y llega el momento en que la paciencia del traductor se descompone, estalla en pedacitos, queda prácticamente irrecuperable. Gran crisis. Podría haber sido cualquier otra cosa, pero el párrafo siguiente me exasperó:
In the morning the blood was crowded with commuters, the glucose peons, lactic and ureic sanitation workers, hemoglobinous deliverymen carrying loads of freshly brewed oxygen in their dented vans, the stern foremen like insulin, the enzymic middle managers and executive epinephrine, leukocyte cops and EMS workers, expensive consul-tants arriving in their pink and white and canary-yellow limos, everyone riding the aortal elevator and dispersing through the arteries. Before noon the rate of worker accidents was tiny. The world was newborn.
Un rebuscamiento casi letal; algo que, como escritor, a uno se le antoja mera exhibición léxica del autor, con dos o tres manitas de ingenio echadas encima a toda prisa. Fíjense, por favor: «Por la mañana, la sangre iba repleta de transeúntes, peones de la glucosa, obreros de saneamiento láctico y ureico, repartidores de hemoglobina transportando oxígeno recién producido en sus camionetas abolladas, capataces severos como la insulina, mandos intermedios enzimáticos y epinefrina jefe, leucocitos policías y trabajadores del Servicio Médico de Urgencias, carísimos consultores desplazándose en sus limosinas de color rosa y blanco y amarillo canario, todos ellos agolpándose en el ascensor de la aorta para luego dispersarse por las arterias. Antes de mediodía, la tasa de accidentes laborales era mínima. El mundo estaba recién nacido».
Supongo que en obras tan largas como ésta todo traductor acaba incurriendo en la desesperación. Cuando lleva uno semanas con el texto y aún le quedan doscientas o trescientas páginas por delante, la tarea parece infinita: como si fuese uno a pasar el resto de la vida traduciendo The Corrections de don Jonathan Franzen. Y, francamente, hay otras cosas en este valle de lágrimas, ¿no?
Pero no queda más remedio que arremangarse el ánimo y seguir adelante.»
Capítulo XL

Aunque todo el capítulo trata de lo mismo, me parece que aquí es suficiente, para demostrar lo que pretende el traductor Buenaventura, ponerlo todo menos las dos definiciones de dos diccionarios.

De modo que eso hacemos. Sigo adelante. Algo tenso, sin embargo: me enfada que el traductor italiano haya consultado al autor si «Plymouth Meeting» es una localidad, como si no existiera un internet donde resolver inmediatamente estas dudas; me encocora que pregunte también por la epinefrina, como si a los italianos no les fuera aplicable la química del cuerpo; pero la maldita curiosidad, que le hace perder a uno el sentido de la eficacia, me lleva a consultar el Webster y, luego, el DRAE. Dos definiciones que nos dejan ver con toda claridad el diferente ánimo que rige en ambos
[...]
Caigo, pues, en un nuevo episodio de la enfermedad mental llamada «envidia de diccionario», que llevo toda la vida padeciendo. Si nosotros tuviéramos un Webster, un Petit Robert, un Trésor, un Oxford English Dictionary (aunque soñar con algo parecido a este último es ya puro disparate). Para acabar de fastidiarme, busco la palabra en el OED (soy un privilegiado: lo tengo en el disco duro, aunque lo utilizo poco, porque resulta mucho más sencillo y rápido apelar el Webster en línea). Bueno: remite a adrenalina, pero remonta la etimología del vocablo al griego (igual que el Webster), mientras el DRAE la sitúa en el latín. Imposible seguir viviendo en semejante duda: ¿quién tiene razón: nuestra docta casa, los ingleses, los norteamericanos?
Pierdo un par de horas en comprobaciones inútiles (porque con haber traducido epinefrina —y pasemos a la siguiente— me habría bastado) y, al final, no llego a ninguna conclusión.
Otro de los peligros que acechan al pobre traductor: pasarse de curioso.
Todo profesional tiene su fallo de carácter y, como suele decirse, de algo ha de morir uno.


Capítulo XLI

Si los traductores estuvieran todo lo soberbiamente pagados que merecerían (estoy habando de una jet class que no hiciera tonterías, deberían pasar un examen muy duro para obtener el carné que les permitiera ejercer. Pero no bastaría con eso: deberían presentar un certificado de mantener relación estrecha, con su número de teléfono y dirección, con al menos un representanta de cada una de las profesiones que existen en el mundo. En la segunda parte de este capítulo se ve claramente el motivo.

Y qué remedio: volvamos al trabajo. ¿Qué nos encontramos? Una sorpresa de tamaño mediano: Johnny lived near Veterans Stadium with his wife and their youngest daughter in a vinyl-sided row house… ¿Qué satanases es una casa adosada con los lados de vinilo? ¿Será que los norteamericanos aprovechan los antiguos discos viejos para forrar los edificios con ellos? Pues sí, más o menos. Allí se hacen muchas casas con estructura de madera, y una forma muy barata de proteger ésta es recubrir de vinilo los exteriores... Y, oh cielos, vinilo no está en el DRAE. Ahora sí que vamos a embarcarnos en una búsqueda complicada. O quizá… También existe la posibilidad de llamar por teléfono a mi amigo Fernando, que es arquitecto, y seguro que me lo explica. La llamada no sale demasiado larga y tiene éxito: quedo enterado de que lo llamado «vynil» por el señor Franzen es PVC en las costumbres de nuestros constructores.
De donde cabe deducir que un completo equipo de amigos especializados en distintas ramas del saber podría solucionarnos todos los problemas, a los traductores, sin necesidad de gastar nuestro tiempo en indagaciones interesantes, pero no facturables.
Capítulo XLII

Ahora que el diario va tocando a su fin (y Buenaventura ya tendría su estructura), el desánimo del traductor, autor de este diario, sección a la que reserva la última frase, aumenta gravemente. Y no porque fui traductor en los tiempos de la máquina de escribir, sino por lo que estoy leyendo, temo que este señor tiene toda la razón y el derecho de dejarse abatir. (Esta vez, lo siento, también lo copio entero; no quisiera yo que la ausencia de algún detalle mermara el dramatismo del asunto).

Y, de pronto, hale, volvemos al pasatiempo preferido del autor: una larga frase llena de ocurrencias lingüísticas no muy difíciles de inventar, pero figúrese usted para traducirlas:
From there Billy drifted into the radical underground scene in Philly—that Red Crescent of bomb-makers and Xeroxers and zinesters and punks and Bakuninites and minor vegan prophets and orgone-blanket manufacturers and women named Afrika and amateur Engels biographers and Red Army Brigade émigrés that stretched from Fishtown and Kensington in the north, over through Germantown and West Philly (where Mayor Goode had firebombed the good citizens of MOVE), and down into blighted Point Breeze.
Como mínimo, apunten ustedes todas estas dificultades necesitadas de investigación y, no lo neguemos, muy capaces de volvernos a disparar la curiosidad: Philly, zinesters, vegan prophets, orgon-blanket, MOVE. No está nada mal, para ocho líneas. Vayamos despacito. «Philly», evidentemente, es Filadelfia. ¿Corremos el riesgo de calcar «Fili»? Si no lo hacemos, el lector español quedará sin saber que la gente de Filadelfia emplea muchas veces ese cariñoso diminutivo para referirse a su ciudad. Pero no: Fili es demasiado ridículo en español. Quedémonos con el topónimo para personas mayores. ¿«Zinesters»? El típico juego de palabras intraducible, piensa uno: zine > fanzine, con la
terminación -ters, hacedor de fanzines. (Consultado por otro de los traductores, resulta que el autor nos deja sin juego de palabras, porque no es consciente de que «zinester» se parece demasiado a «sinister» como para no evocar la asociación). ¿«Vegan»? Lo resuelve el Webster en un santiamén: contracción de vegetarian. ¿«Orgon-blanket»? Hombre, uno apenas recuerda las sesenteras lecturas de Wilhelm Reich, pero la cosa tiene que ir por ahí. En efecto, una corta pesquisa nos dice que las orgánicas eran mantas con un recubrimiento de malla metálica, que servían para cazar los orgones y concentrarlos en el sujeto enmantado (no se moleste en buscarlo, se lo digo yo: enmantar, ‘cubrir con una manta’, sí existe en castellano).
Ah, se me olvidaba: MOVE era un grupo revolucionario negro del que lo sé todo, porque perdí el tiempo, otra vez, investigándolo. Pero, como el autor no me permite hacer aclaraciones que él no haga a sus lectores, lo dejo tal cual, y santas pascuas.
Pregunta pertinente: ¿puede una traducción así traerle cuenta a un pobre traductor?
Capítulo XLIII

Si, alejados ya de la traducción literaria, que es lo único que acepto como “traducción” (pasé una larga época en una empresa dedicada a la “localización” y mi pobre suegro, cuando comprendió que no buscaba cosas perdidas, ni paisajes para las películas, murió de viejo sin saber en qué trabajaba su yerno), se ha conocido lo que es un jefe de proyecto que solo sabe inglés coordinando a traductores de 30 lenguas, se comprenderá que me ponga de parte de Buenaventura, considerando “lloricas” y poco menos que tontos a los que se dedican a llenar una hoja de “preguntas” con las cosas más peregrinas, que vienen en todos los diccionarios e Internet. Cuánto tiempo hacen perder. Yo solía hacer una pregunta cada tres años... porque si algo necesitaba explicación, en 24 horas los alemanes lo preguntarían y la respuesta me valdría (sin tener que haber puesto mi nombre: en una oficina grande, a la larga el anonimato es más útil que pasearse con las plumas de avestruz levantadas). Ni qué decir tiene que de este capítulo elijo lo bien que le vino a Buenaventura la query de un alemán.

Viene a continuación una trampa para traductores apresurados o cansadísimos (no es, a mi entender, que el escritor las ponga conscientemente, pero en todo libro yace alguna. De pronto, un personaje utiliza la expresión «attentive deficiency disorder», que nos suena la mar de bien, porque no tenemos la cabeza muy afilada en ese momento, y procedemos a traducir con impecable precisión: «trastorno por déficit de atención» (sí, trastorno, mejor que desorden, sin duda alguna). Y seguimos adelante, y no volvemos a pensar en el asunto. Es un error que nunca habríamos descubierto, en sucesivos repasos, si no hubiera sido porque el traductor alemán anduvo un poco más espabilado al respecto y le hizo la pregunta al autor. ¡Dios santo! ¿Cómo ha podido pasársenos un detalle así? Fazio, personaje de no mucha ilustración, ha oído campanas y no sabe dónde, quizá por algún trastorno de la atención, y dice... ¿Qué dice, en español? No podemos calcar. ¿Vale «trastorno de atención deficiente»? Pongamos que vale. Pero hemos estado a punto de caer en la trampa y no salir. Loada sea la precisión germana.

Capítulo XLIV

Antes o después, tenían que aparecer las comidas. Aunque el primer párrafo es muy gracioso, elijo este por la pesadilla de traducir platos, cuando de un país a otro los cambios son brutales. Que en respuesta a uno de los traductores, el autor añadiera su “secretillo” para cocinar ese plato, no sé si me produce ternura o irrisión.

Here she found a tossed salad, a fruit salad, a platter of cleaned ears of corn, and a pan of (could it be?) pigs in blankets. Bueno... Un «cerdo en su manta» —«cerdito» nos quedará mejor, sin duda alguna— es un pincho de carne picada envuelto en col. Comprendo que les cueste creerlo, pero aquí tienen la receta, incluso, si les apetece: http://tinyurl.com/3dwbt (es a la variante número 3 a la que nos referimos aquí). No encontré modo español de denominar semejante exquisitez, pero cabe suponer que entre latinos norteamericanizados sí exista una designación más o menos convenida.
(Se me olvidaba: el autor, en su respuesta a uno de los traductores, que no acababa de ver claro lo de la manta y el cerdo, añade su toque personal a la receta: hay que añadir una salsa de tomate ligerita).
Jonathan Franzen, Las correcciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004

No hay comentarios:

Publicar un comentario