NOVELA
CAPÍTULO 5: EL GENERADOR (pp. 443-596)
ADVERTENCIA: el modo en que he tratado este capítulo ha sido r contando prácticamente todo lo que pasa, añadiendo extractos que corroboran lo dicho o están escritos de tal forma que resultan ejemplarizantes. A mí me gusta que me cuenten las tramas, cuando las hay; e incluso el final. Pero al que no le guste, mejor no leer este post. Si es que alguien dispuesto a enfrentarse a su longitud. Desde luego, si no conociera el libro y leyera esto, estaría ya camino de una librería.
Escena 1 (445-460)
Escena de vértigo en la que empieza a hablar de una persona que no conocemos, Robin Passaforo, y recorre a todos los miembros de su familia, hasta que llega al nombre de su marido, Brian, del que sabemos que se ha hecho rico vendiendo un programa de software. Robin no quiere abandonar Filadelfia y Brian, un hombre tranquilo, al que lo que le más le gusta es comer bien, pretender abrir uno a su gusto (para que vivir allí merezca la pena). Lo recorre todos y contrata a la jefa de cocina que más le gusta: Denise. ¡Ah, ahora se entiende! Este es el capítulo de Denise. Copio 4 trocitos: el primer párrafo, por la maestría en que ofrece la información; una brevísima descripción de un primo de Robin, por graciosa; uno que, brevemente, nos dice de maravilla quiénes son Robin y Brian; y la expresión del restaurante que quiere Brian.
Desde ya, pido la compasión de quien pueda leer esto, si hay alguien que lo hace: el capítulo es más extenso que algunas novelas; luego las notas y los extractos serán extensos. De lo que estoy seguro es de que quien llegue al final se sentirá en deuda con Franzen,
«Robin Pasafaro era de Filadelfia y pertenecía a una familia de gente alborotadora y muy arraigada en sus creencias. El abuelo de Robin y sus tíos Jimmy y Johnny eran todos ellos miembros irreconciliables del sindicato de camioneros. El abuelo, Fazio, trabajó a las órdenes del jefe del sindicato, en calidad de vicepresidente nacional, y llevó la rama más importante de Filadelfia, malbaratando las cuotas de 3.200 afiliados, durante veinte años. Fazio sobrevivió a dos sumarios por asociación para delinquir, una coronaria, una laringotomía y nueve meses de quimioterapia antes de retirarse a Sea Isle City, en la costa de Jersey, donde ocupó su tiempo libre yendo cada mañana al embarcadero a cebar con trozos de pollo crudo sus trampas cangrejeras.»
«Baby Jimmy era famoso en los círculos locales de Drogadictos Anónimos por haberse enganchado a la metadona sin haber pasado por la heroína.»
«Fue muy típico de Brian que, no habiéndole comentado a Robin la inminente venta, tampoco, en la noche del día que se cerró el trato, soltara una sola palabra sobre el asunto hasta que las chicas no estuvieran en la cama, en su modesto halé de adosado yuppie, de las cercanías del Museo de Arte, y mientras ambos cónyuges veían en la tele un documental de Nova sobre las manchas solares.
—Oye, por cierto —dijo Brian—: ninguno de los dos tendremos que volver a trabajar nunca.
Fue muy típico de Robin —de su excitabilidad— que al recibir la noticia se echara a reír y no parase hasta que le entró un ataque de hipo.»
«—Este es el primer restaurante verdaderamente bueno que hay en toda Filadelfia —dijo—. Un sitio de los que haría exclamar a cualquiera: “Oye, pues sí, sí se puede vivir en Filadelfia, si no queda más remedio”. Me trae sin cuidado que haya o deje de haber alguien más de esta opinión. Lo que quiero es un sitio que me haga sentirme a gusto, a mí. En resumen: sea cual sea la cantidad que le están pagando ahora, yo se la doblo. Y luego se va usted a Europa y se pasa dos meses comiendo a mi costa. Y luego vuelve y monta usted un restaurante auténticamente bueno, que también llevará personalmente.»
Escena 2 (461-491)
El primer contacto de Denise con el mundo real y laboral, antes de ir al College en otoño. El consejo de Alfred, cuando la lleva en coche el primer día, dice mucho de él:
«—Verás que algunos empleados hacen una pausa para tomar café —le dijo Alfred a su hija en lo rosado del amanecer, mientras bajaban en coche hacia el centro de la ciudad, camino del primer día de trabajo de Denise—. Quiero que sepas que no se les paga por tomar café. Espero que tú te abstengas de hacer pausas de café. La compañía nos hace un favor al contratarte, y te paga para que trabajes ocho horas. Que no se te olvide. Si pones en esto la misma energía que en tus estudios y en tu trompeta, serás recordada como una gran trabajadora.»
Conoce a todos los delineantes, que babean con ella, menos uno Don Armour, que por eso a la joven Denise la cae mal. Va a regar las plantas del profe de teatro, que estará fuera un mes: él es el que le enseñó todo lo que de glamour tiene la vida. Es un personaje importante para ella. Todas las conversaciones en la oficina son banales(o cargadas de un subsentido banal). Estaba en un banco, comiendo y leyendo, y aparece Don, la víctima del orden social. Han sido muchas páginas de contar la vida superficial del trabajo como es, en honor de Denise, que no la conocía. Hay un largo párrafo, con muchas frases que comienzan con “no se le pasó por la cabeza”, donde se resume el sentido, el pasado el futuro y el presente: se anuncia que algo va a pasar entre los dos, que algo salió mal y que, 10 años después, ella sigue sintiéndose culpable. Cuando Franzen quiere contar la banalidad, escribe muchas páginas
«No se le pasó por la cabeza, a Denise, que la sonrisa de Don era por la vergüenza que le daba haber intentado ganarse su comprensión de un modo tan evidente, por el método tan rancio que había utilizado para acercarse a ella. Tampoco se le pasó por la cabeza que el número del pinacle del día antes lo hubiese montado en su honor. Tampoco se le pasó por la cabeza que Don hubiera adivinado que ella estaba en el cuarto de baño y que se hubiera expresado del modo que lo hacía para que ella lo escuchase. Tampoco se le pasó por la cabeza que la táctica fundamental de Don Armour erala autocompasión y que bien podía, con su autocompasión, haberse ligado a unas cuantas chicas antes que ella. Tampoco se le pasó por la cabeza que él estuviera ya planeando —que llevara planeando desde el día en que se estrecharon la mano por primera vez— cómo llevársela al huerto. Tampoco se le pasó por la cabeza que él apartara los ojos no sólo porque su belleza le causara dolor, sino porque la Regla nº 1 de cualquier manual de los que se anuncian en la contracubierta de las revistas para hombres («Cómo conseguir que se vuelvan LOCAS por ti, cada vez que lo intentes») era Ignórala. Tampoco se le pasó por la cabeza que las diferencias de clase y situación que tanto la incomodaban a ella podían constituir, para Don Armour, una verdadera provocación; que ella podía ser un objeto deseable por su condición lujosa, o que un hombre con proclividad a la autocompasión y con el puesto de trabajo en peligro bien podía obtener todo un surtido de satisfacciones por el hecho de acostarse con la hija del jefe, del jefe de su jefe. Nada de todo esto se le pasó por la cabeza a Denise, ni entonces ni luego. Diez años más tarde, aún seguía considerándose responsable.»
“El resto del verano fue un desastre”. Se acostó varios viernes con él. Se hizo la fusión (despidos) de los ferrocarriles. La despidieron. Su padre se sintió orgulloso de ella, por lo bien que había trabajado, y le dijo una frase que tenía un sentido por lo que él sabía; y otro por lo que él no sabía:
«—El caso —dijo su padre— es que ahora ya tienes una idea de cómo es la vida en el mundo real.»
Escena 3 (491-500)
Una vuelta atrás a Denise, desde el college, cercana mentalmente de Gary y Caroline, pero los traiciona a ellos, traiciona sus estudios, traiciona a Julia Vrais, con la que veía TV sabiendo que, luego, Julia, no recuperaría el tiempo. Son atractoras de hombres. Genial primer párrafo para contextualizar a Denise en el college, copio el principio (también como prueba del funcionamiento del estilo cuando Franzen enciente los Rayos X):
«Hasta que de veras se instaló en Filadelfia, Denise siempre había deseado estudiar en algún sitio que no estuviera lejos de Gary y Caroline. La casa grande que éstos poseían en Seminole Street era como un hogar sin las miserias propias del hogar, y Caroline, cuya belleza la dejaba sin aliento, por el mero expediente de dirigirle la palabra, era estupenda como confirmación del derecho pleno de Denise a que su madre la sacara de quicio.» (p. 491)
El origen y fundamento de su pasión por la cocina:
«Denise pasó el verano siguiente en los Hampton, con cuatro de sus más disolutas compañeras de pabellón y falseó la situación a sus padres en todos los aspectos posibles. Dormía en un cuarto de estar y ganaba su buen dinero fregando platos y haciendo de pinche de cocina en la Posada de Quogue, trabajando codo con codo con una chica de Scardale que era muy guapa y se llamaba Suzie Sterling, y cayendo perdidamente enamorada de la vida entre pucheros. Le encantaban las horas de agobio demencial, la intensidad del trabajo, la belleza del resultado. Le encantaba la profunda quietud que seguía al barullo. Un buen equipo era como una familia electiva donde todos los integrantes del mundo culinario, tan pequeño y tan caluroso, funcionaban en pie de igualdad, donde todos los cocineros tenían un pasado o un rasgo de carácter extraño que ocultar y donde, incluso en medio de la más sudada intimidad, cada miembro de la familia disfrutaba de su ámbito privado y de su autonomía. Le encantaba todo eso.» (p. 493)
Tiene un lío con el padre de Suzi Sterling (ya van dos líos con mayores). Deja los estudios y se casa, no sabemos con quién).
«La tercera vez que se lió con un hombre que le doblaba la edad también se casó con él. Estaba totalmente resuelta a no convertirse en una liberal de chicha y nabo.» (p. 495)
El marido es Emile Berger, que la había contratado para el Café Louche. Se sienten muy unidos como cocineros. Aunque Emile pensaba que con un matrimonio ya había tenido bastante, se casa con ella y compran un edificio para abrir un restaurante. Hay una frase deliciosa que en dos líneas lo expresa todo:
«Hablaban de sabores como los marxistas hablan de revoluciones.» (p. 495)
Pero cuando él ya le había enseñado todo y ella pretendió enseñarle a él, se convirtió en un viejo cerrado y se volvieron una pareja de viejos:
«Su constreñido mundo de veinticuatro horas diarias en casa y en el trabajo, al mismo tiempo, porque eran lo mismo, se le antojaba idéntico al universo de dos en que vivían sus padres. Tenía dolores de vieja en las jóvenes caderas y rodillas y pies. Tenía manos de vieja, llenas de cicatrices, tenía vagina de vieja, seca, tenía prejuicios de vieja y actitudes políticas de vieja, tenía la misma actitud de rechazo a los jóvenes —a sus productos electrónicos y a su manera de hablar— que tienen los viejos. Se dijo, pues: «Soy demasiado joven para ser tan vieja». Tras lo cual su desterrado sentido de la culpabilidad salió volando de la cueva, sobre vengadoras alas, profiriendo gritos, porque Emile seguía tan devoto de ella como siempre, fiel a su inmutable personalidad, y era ella quien se había empeñado en casarse.» (p.496)
Se separan amistosamente y ella pasa a trabajar a la competencia, el Ardennes, que necesitaba una subjefa de cocina:
«En el Ardennes concibió el deseo de estrangular a la joven encargada de preparar los platos fríos. La chica, Becky Hemerling, estaba en posesión del título de una escuela de gastronomía y de una melena rubia rizada y de un cuerpo pequeñito y plano y de un cutis muy blanco que se tornaba escarlata en el caluroso ambiente de las cocinas. No había nada en Becky Hemerling que no pusiera enferma a Denise:» (p. 496)
Ya sabemos lo que pasa cuando Denise odia a alguien: acabaron siendo pareja. Una pareja que pelaba constantemente, por todo. Hasta que se separaron:
—No sé cómo puedes vivir tan increíblemente alienada de ti misma —le dijo Becky—. Tú eres tortillera, sin duda alguna. Y siempre lo has sido, sin duda alguna.
—Yo no soy nada —dijo Denise—. No soy más que yo.
Quería, por encima de cualquier otra cosa, ser una persona privada, un individuo independiente. No quería pertenecer a ningún grupo, pero mucho menos a un grupo de gente mal peinada y con normas resentidas y extrañas en lo tocante a la vestimenta. No quería ninguna etiqueta, no quería ningún estilo de vida, y terminó por donde había empezado: con ganas de estrangular a Becky Hemerling.»
Convencida de que, dijese lo que dijese Becky, no era lesbiana, pasó de jefa a un sitio nuevo Mare Scuro, de cocina marinera. Y durante un año no salió con nadie. No quería que Emile se enterara de que “había picado con otro hombre”.
«Más le valía trabajar mucho y no ver a nadie. La vida, en su experiencia, tenía una especie de lustre de terciopelo. Si mira uno desde cierto punto de vista, sólo se ven cosas raras. Pero basta con desplazar un poco la cabeza y todo parece razonablemente normal. Actuaba en el convencimiento de que no podría hacerle daño a nadie si se limitaba a trabajar.» (p. 500)
Escena 4 (500-)
Una mañana de mayo, Brian aparece en su casa, la sube el Volvo y le pide que se tape los ojos. ¿Hay algo que surge?
«Brian parecía empeñado en no hacer, ni decir ni obligarla a oír nada que no le gustase. Llevaba tres semanas llamándola por teléfono y dejándole mensajes en voz baja. («Hola, soy yo».) Su amor se veía venir de lejos, como un tren, y le gustaba. La excitaba por delegación [...] pero tampoco evitaba alentar a Brian en sus aspiraciones; y esta mañana se había vestido en consecuencia. No era justo, el modo en que se había vestido.» (p. 501)
La conduce a la antigua nave industrial elegida para el restaurante: para cada problema que ve Denise, él tiene una solución. Se reafirma el viaje a Europa, en el que él la acompañará 15 días, desde París. Conoce un domingo a la familia de Brian. Robin aparece lo justo y tiene la sensación de que está empujando a su marido en sus brazos. Muchas frases ambiguas. Denise piensa que los hijos acabarán por gustarle. Una llamada de Enid, rompe el espacio y la narración. Empieza el instructivo pero aburrido viaje europeo. Hasta Paría y Brian. Siente de nuevo que Robin se lo echa en sus brazos:
«¿A qué idiota se le ocurre, pensó, permitir que su marido se vaya a París con una mujer como yo? (p. 514)
Él no se lanza hasta dos días antes de terminar, aunque al final no pasa nada porque Denise no quiere, la descripción de los trabajos preliminares es deliciosa:
«Brian le puso las manos en todos los sitios en que ella esperaba que le pusiera las manos. Denise le desabrochó la camisa, como corresponde a la mujer, llegados a cierto punto. Le lamió la tetilla diciendo que sí con la cabeza, muy resuelta, como un gato. Le puso una avezada mano, ahuecada, en el bulto de los pantalones. Estaba siendo hermosa y ávidamente adulta, y le constaba. Se embarcó en trabajos de hebilla, en proyectos de ojales y botones, en labores de elástico, hasta que empezó a hinchársele dentro, apenas perceptible, y, luego, de pronto, muy rotundo, y, luego, no ya rotundo, sino cada vez más doloroso por el modo en el que le presionaba el peritoneo y los ojos y las arterias y las meninges, un globo tamaño cuerpo, con la cara de Robin, lleno de no está bien.» (p- 517)
Lo que queda en pie es una guerra abierta: ¿Conseguiría Brian convertir ese especio, en el pequeño tiempo asignado, en una maravilla? ¿Hablarían los periodistas de la comida? Copio un texto algo largo que me rece la pena, porque no solemos pensar en lo que hay detrás de un trabajo bien hecho. Lo que significa preverlo TODO, hacerlo bien TODO.
«Se convenció de que si, cuando abriera El Generador, las reseñas prestaban más atención al espacio que a las comidas, ella habría perdido y Brian habría ganado. De modo que se mató a trabajar. Asaba chuletas en el horno de convección, hasta tostarlas; luego las cortaba muy finamente, al hilo, para mejorar la presentación, reducía y oscurecía la salsa de col, para resaltar su sabor a nuez, a tierra, a repollo, a cerdo, y remataba el plato con un par de patatas nuevas, testiculares, de unas cuantas coles de Bruselas y de una cucharada de judías blancas estofadas que rociaba ligeramente con ajo asado. [...] de cerdo que le compraba directamente a uno de los pocos criadores orgánicos de los años sesenta que seguía en activo, haciendo él mismo la matanza y distribuyendo por sus propios medios. Invitó al tipo a comer, visitó su finca de Lancaster County y trabó conocimiento con los gorrinos en cuestión, pasó revista a su ecléctica dieta (yame hervido y alitas de polo, bellotas y castañas) y recorrió el recinto con asilamiento acústico donde se sacrificaban los animales. [...] Organizó festivales de rellenos a altas horas de la madrugada, ella sola. Sin salir de su sótano, preparaba chucrut en grandes cubos de veinte libras. Lo hacía con lombarda y trozos de col rizada en jugo de repollo, con enebro y granos de pimienta negra. Aceleraba la fermentación con bombillas de cien vatios.» (p.519)
De alguna manera, Robin y Denise intiman (¿desde que la había confesado que no se acostaba con hombres?). Sale la culpa de Robin por su hermano y hay un diálogo que me extrañó, que no sé toda vía si entiendo:
—Pero tú no has hecho nada malo —dijo Denise—. Nada de eso es culpa tuya.
Robin se dio la vuelta y la miró de frente.
—¿Para qué vivimos?
—No lo sé.
—Yo tampoco. Pero no creo que sea para triunfar.
Caminaron en silencio. Denise, a quien triunfar importaba muchísimo, hubo de observar que, para colmo de su colmada suerte, Brian estaba casado con una mujer de principios y con carácter.
Pero también observó que Robin no se distinguía por su lealtad.» (p. 527)
Ese acercamiento, del que también participaban las hijas, iba de maravilla. Pero en el fondo pensaba que Robin y Brian no tenían vida sexual: el día que les ve hacerse arrumacos. Todo es más complicado de lo que parece:
«después de las doce, extrajo su abrigo del fondo del montón de abrigos y salió corriendo de la casa. Se pasó más de una semana magullada como para llamar a Robin o ir a ver a las niñas. Estaba colgada por una mujer hetero casada con un hombre que a ella no le habría importado tener por marido. Era un caso razonablemente imposible. Lo que san Judas da, san Judas quita.» (p. 533)
Enid se le había quejado de que Alfred se pasa el día durmiendo en un sillón. Denise piensa (y calla) y regresa a Filadelfia.
«Si yo viviera con una persona histéricamente inclinada a estarme criticando todo el rato, pensó Denise, me echaría a dormir en un sillón.
A su regreso a Filadelfia, la cocina de El Generador estaba por fin a punto de funcionamiento. La vida de Denise volvió a sus niveles normales de locura, mientras reunía y entrenaba a su equipo, provocaba un competencia frontal entre los últimos jefes de repostería que tenía preseleccionados y resolvía mil y un problemas de suministros, horarios, producción y `recios de carta. [...] Mientras encendía la Garland y fomaba a sus empleados y afilaba sus cuchillos, pensó: Una mente ociosa es el taller del diablo.» (p. 537)
A pesar de escudarse en el trabajo, Robin la persiguió y la cazó. Se hizo amante de la mujer de su patrono.
Numerosas páginas de explicación del deseo, que explotaban y quedaban en nada, tanto trabajo por hacer y recibir una llamada de ¿Tienes un minuto?, estorbándolo todo con ese minuto. La capacidad de introspección de Franzen es asombrosa, como se ve en este extracto.
«Robin venía lista para consumir. No hace falta receta ni preparación para comerse un albaricoque. Aquí está el albaricoque y, bum, aquí está la gratificación. Denise había conocido barruntos de esta facilidad en su trato con Hemerling, pero hasta ahora, a sus treinta y dos años no había entendido bien de qué iba la cosa. Una vez que lo entendió, empezaron los problemas. En agosto, las niñas se fueron a un campamento de verano y Brian se fue a Londres, y la jefa absoluta del más famoso restaurante de la región, entre los nuevos, salía de la cama para al cabo de un rato encontrarse tendida en una alfombra, se vestía para enseguida desnudarse, llegaba hasta el vestíbulo en su intento de huida, para acabar corriéndose contra la puerta principal; con las rodillas temblorosas y los ojos amusgado, regresaba arrastrándose a la cocina adonde había prometido regresar en cuarenta y cinco minutos. Y nada de ello era bueno. El restaurante padecía las consecuencias. Había atascos en la lista de espera, retrasos en el comedor.» (p. 543-4)
El regreso de Brian dificulta las cosas, las hace más peligrosas. Es más, la desatención física/mental al restaurante ponía este en peligro. Una noche que ellos estaban fuera, como tenía llaves, fue a la casa de ellos para dormir en su cama. Encontró condones usados y se volvió loca de celos. De madrugada regresa al restaurante y trabaja brutalmente, poniéndolo todo en orden. La mañana siguiente recibe la visita de Robin.
«Robin se presentó a la mañana siguiente en la cocina, sin avisar. Llevaba una camisa blanca, muy grande, que daba la impresión de haber pertenecido a Brian. A Denise se le puso el estómago boca arriba cuando la vio. La condujo al despacho de dirección y cerro la puerta.
—No puedo seguir haciendo esto —dijo Robin.
—Muy bien, porque yo tampoco.
La cara de Robin era un puro borrón. Se rascaba la cabeza y se estrujaba la nariz, con pertinacia de tic nervioso, y se subía las gafas.
—Llevo desde junio sin ir a la iglesia —dijo—. Sinéad me ha pillado en algo así como diez mentiras diferentes. Quiere saber por qué no apareces nunca. Ya no conozco ni a la mitad de los chicos que colaboran con el Proyecto. Es todo un lío tremendo y no puedo seguir así.
Denise se desatragantó una pregunta:
—¿Cómo está Brian?
Robin se ruborizó.
—No tiene ni idea de nada. Es el mismo de siempre. Ya lo sabes, las dos le gustamos.
—Seguro que sí.
—Todo se ha vuelto muy raro.
—Bueno, tengo muchas cosas que hacer, de modo que...
—Brian nunca me hizo nada malo. No se merecía esto.» (pp. 548-9)
Tras el descontrol emocional, viene el éxito del restaurante. Va a NY a recoger a sus padres tras el crucero. Descubre que sigue deplorando a Enid en lo deplorable; y apreciando a Alfred en lo apreciable.
Una noche, Brian va a casa de Denise y le dice que está pensando abandonar a Robin.
Sorprendente y breve flashback del momento que acompañó a Gary a la presentación de Axon. Posiblemente, aunque eso había sido contado, sucede simultáneamente con lo que está contando del restaurante, Brian y Robin.
«Puede que hubiera habido esperanza para ella si le hubiera sido posible seguir en el tren, pero el trayecto hasta Filadelfia era muy corto, y enseguida estuvo de vuelta en el trabajo y no tuvo tiempo de pensar en nada hasta que asistió a la presentación de la Axon con Gary y se sorprendió a sí misma defendiendo no sólo a Alfred, sino también a Enid, en la discusión posterior.» (p 554)
Brian le pide que lo acompañe a una cena con famosos: su matrimonio está roto. Conversaciones chorras de los famosos. Brian duerme con ella. A las 9 se presenta Robin, que no ha podido dejar de ver, aparcado, el coche de este. En ese momento se produce la llamada de Gary que cuenta el asunto de la llamada de Enid del final del capítulo 3. Denise no quiere que se sepa claramente que Brian está allí. El mejor modo de explicar lo siguiente (lleno de matices y ambigüedades) es copiándolo, aunque sea largo.
«Y sin embargo su cuerpo, nada más abrirse la puerta, supo lo que deseaba. Deseaba a Brian para la calle y a Robin para la cama.
No podía decirse que hiciera frío, pero a Robin le castañeteaban los dientes.
—¿Puedo entrar?
—Estoy yéndome a trabajar —dij Denise.
—Cinco minutos —dijo Robin.
Parecía imposible que no hubiera visto el auto color pistacho, en la acera de enfrente. Denise la hizo pasar al zaguán y cerro la puerta.
—Se acabó mi matrimonio —dijo Robin—. Esta noche ni siquiera ha dormido en casa.
—Lo siento —dijo Denise.
—He rezado por mi matrimonio, pero me distraigo pensando en ti. Estoy de rodillas en la iglesia y me pongo a pensar en tu cuerpo.
El espanto se instaló en Denise. No era exactamente que se sintiera culpable de nada —en un matrimonio tambaleante, el reloj de cocer huevos había agotado su tiempo; ella, si acaso, había hecho que el reloj corriera un poco más—, pero lamentaba haber inflingido daño a esa persona, lamentaba haber competido. Tomó las manos de Robin y dijo:
—Quiero verte y quiero hablar contigo. No me gusta lo que ha pasado. Pero ahora tengo que irme a trabajar.
Sonó el teléfono en la sala. Robin se mordió el labio y dijo que sí con la cabeza.
—Vale.
—¿Nos vemos a las dos?
—Vale.
—Te llamo desde el trabajo.
Robin asintió de nuevo. Denise le abrió la puerta para que saliera y volvió a errar y soltó cinco alentadas de aire,
Denise, soy Gary, no sé dónde estás, pero llámame cuando oigas esto, ha habido un accidente, papá se cayó del barco, desde ocho pisos de altura, acabo de hablar con mamá...
Corrió al teléfono y lo levantó.
—Gary.
—Te he llamado al trabajo.
—¿Ha sobrevivido?
—No debería, pero sí.» (pp. 558-9)
Al acostarse con Brian, Robin monta un lío de mil demonios. A Denise le parece lógico. No esperaba en cambio la reacción de Brian: «Estás despedida».
Algo pasa aquí en la estructura de la escena: un mail a Chip, que responde (tema: “La próxima vez irá mejor, esperemos”); un mail a Chip, con respuesta (tema: “Obligaciones vacacionales”); 2 mails, con respuesta (tema: “Lo único que resultó dañado fue mi dignidad”). Y 4 mails a Chip sin respuesta: “Una bronca muy seria de tu hermana que está harta”, “Remordimiento”, “Preocupación”, “Solo faltan seis días laborables para Navidad”.
A continuación, un texto puesto en Internet, del que es autor Chip. Una mentira tras otra que le divierte y le hace ganar un buen dinero, ayudando a GITANAS a vender Lituania a pequeños inversores antisocialistas. Si un doble espacio que indique que ha empezado una escena. La línea giratoria ha pasado de Denise a Chip.
«La presentación oficial de lithuania.com fue el 5 de noviembre. Un báner de alta resolución —LA DEMOCRACIA PAGA BUENOS DIVIDENDOS— se iba desplegando al ritmo de dieciséis alegres compases del «Baile de los cocheros y de los mozos de cuadra», de Petrushka. En dos columnas paralelas, dentro del rico espacio gráfico de debajo del báner, iba una fotografía en blanco y negro de Vilnius Antes («La Vilnius socialista»: la Gedimino Prospektas con las fachadas corroídas por las bombas y los tilos hechos jirones) y una fotografía en exquisito color de Vilnius Después («La Vilnius del mercado libre: una lonja de boutiques y restaurantes junto al muelle, todo ello bañado en luz de miel). (La lonja, en realidad, estaba en Dinamarca). Chip y Gitanas se pasaron una semana trabajando de noche, cerveza va, cerveza viene, componiendo las restantes páginas, donde se prometían a los inversores las diversas ventajas epónimas e inseminatorias del primer y amargo mensaje colgado por Gitanas,, según el grado de compromiso financiero.» (p. 569)
Chip vive como un rico entre la pobreza, sin que ni por un momento se crea que es especial o que se merezca todo eso.
«Gitanas era el verdadero amor de Chip en Vilnius. Lo que más le gustaba a Chip de Gitanas era cuanto le gustaba Chip a Gitanas. Fueran a donde fueran, la gente les preguntaba si eran hermanos, pero la verdad era que Chip se sentía menos hermano de Gitanas que novia suya. En muchos aspectos se identificaba con Julia [Hay que recordar que Gitanas estuvo casado con Julia Vrais, que fue luego el gran amor de Chip, al que abandonó en la primera parte de la novela]: constantemente agasajado y dependiendo casi por completo de Gitanas en lo tocante a los favores y la orientación y las necesidades básicas. Hacía lo mismo que Julia, cantaba para pagarse la cena. Era un empleado valioso, un encantador y vulnerable norteamericano, un objeto de diversión y de indulgencia e incluso de misterio; y qué placentero le resultaba, por una vez, ser él el perseguidor: poseer cualidades y atributos que otra persona deseaba.
En conjunto, Vilnius se le antojaba un mundo encantador, hecho de carne a la brasa y repollo y pastel de patatas, de cerveza y vodka y tabaco, de camaradería, de acción empresarias subversiva y de coños.» (pp. 573-4)
«La principal diferencia entre Lituania y los Estados Unidos, en lo que a Chip se le alcanzaba, era que en Norteamérica los pocos ricos sojuzgaban a los muchos no ricos por medio de diversiones y cachivaches y productos farmacéuticos capaces de embotar la mente y matar el alma, mientras que en Lituania los pocos ricos sojuzgaban a los muchos pobres por medio de la violencia.
Le reconfortaba el foucaltiano corazón, en cierto modo, vivir en un país donde la propiedad de las cosas y el control del discurso público dependían, a ojos vistas, de quién poseyera las armas.» (p. 577)
«A escala mundial, Lituania venía perdiendo papel desde la muerte de Vytautas el Gran, ocurrida en 1430.» (p. 578)
«Gitanas trató de encontrarle sentido político al mundo que lo rodeaba, y no pudo. El mundo sentido mientras el Ejército Rojo estuvo ahí para detenerlo ilegalmente, pata hacerle preguntas que rehusaba contestar, para orle cubriendo poco a poco el lado izquierdo de quemaduras de tercer grado. Pero tras la Independencia, la política perdió su coherencia. Incluso una cuestión tan simple y tan vital como las reparaciones soviéticas a Lituania quedaba malamente ensombrecida por el hecho de que durante la segunda guerra mundial los propios lituanos ayudaron a perseguir a los judíos y por el hecho de que muchas de las personas que ahora gobernaban el Kremlin eran antiguos patriotas antisoviéticos que se merecían las reparaciones casi tanto como los lituanos.
—¿Qué puedo hacer ahora —le preguntó Gitanas a Chip— que el invasor es un sistema y una cultura, no un ejército?»
«En cuanto a Chip, su sentido de inferioridad ante el hecho de estar en Vilnius y ser un «patético norteamericano» que no hablaba lituano ni ruso, cuyo padre no había muerto prematuramente de cáncer de pulmón y cuyos abuelos no habían desaparecido en Siberia, y que nunca había sido torturado por sus ideales en la celda de una prisión militar sin calefacción, quedaba contrarrestado por su competencia como empleado y por el recuerdo de ciertas comparaciones extremadamente halagüeñas que Julia había trazado entre Gitanas y él. En los pubs y los clubes donde ambos hombres ni se molestaban, a veces, en aclarar que no eran hermanos, Chip tenía la sensación de ser el más exitoso de los dos.
—Fui un viceprimer ministro buenísimo —decía Gitanas en tono lúgubre—. No soy tan bueno como señor de la guerra y delincuente.» (p. 583)
En Lituania se monta un lío de mil demonios con unas elecciones, trucadas; un mafioso va a por Gitanas, Este le da a Chip un abultado sobre con dólares y le pide que vuelva a Nueva York, que también lo hará él más tarde, si puede. Uno d los dos guardaespaldas fieles que le quedan, lleva a Chip al aeropuerto, que es un caos. Llama a Enid para decir que va a pasar las Navidades a St. Jude, aunque no sabe cuándo volverá. El aeropuerto es un caos. Alguien pregunta que qué hace un tanque en la pista de despegue. Se apagan las luces y se cortan las comunicaciones.
Jonathan Franzen, Las correcciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004
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