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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

martes, 7 de junio de 2011

día 1957. “El rumor del oleaje”, de Yukio Mishima


Esta novela, entrañable y curiosa (por el trasfondo japonés), se ha contado, cantado y dramatizado mil veces. Se nota que Mishima conocía bien la literatura Europea tradicional (¡ay de los escritores que solo leen a sus contemporáneos y toman como novedad lo que es solo una copia de una copia de una copia). No es un cinco estrellas, pero es agradable de leer y, sobre todo, sorprendente por los modos sociales, tan extraños para nosotros, de los 1.400 habitantes de una isla, Utajima, dedicada casi exclusivamente a la pesca. Varias veces, leyéndola cómodamente, me sobresaltaba al ver cómo se organizan esos japoneses que no son de la clase alta, aislados en su territorio. Y para no hacer un spoiler, diré que termina con tres párrafos breves y el tercero es como un trallazo: nadie, en la literatura no oriental, habría añadido ese pequeño párrafo final.

Lo que sí se puede contar: en Utajima vive Shinji, un joven pescador que comparte la barca de pesca con un compañero y con el dueño de la barca. Su madre, viuda, los había alimentado a él y a su hermano pequeño como buceadora. Ahora, ya trabaja.

Un día ve en la playa, ayudando a sacar las barcas de pesca, un rostro nuevo de una hermosa joven. Acaba enterándose de que es la hija del hombre más ricos, propietario de dos barcos de gran cabotaje, que la había dado en adopción porque no quería mujeres en casa, pero ahora que envejece la reclama. Ni que decir tiene que, en el enredo dramático, ella y él se enamoran. Pero el segundo hombre más rico tiene un hijo malcriado, Yatsuo, que también la pretende.

El resto de la obra son las constantes trabas e impulsos a ese amor, a esa especie de Romeo y Julieta, en este librito que puede convertir en agradable una perezosa tarde de verano. Los subrayados, pocos (y no los pongo todos), enfatizan esa diferenciación de nuestros “antípodas mentales”.


La delicadeza de las descripciones de la naturaleza, que en muchas ocasiones son un eco de la acción, pero sobre todo revelan la concentración extrema con la que los japoneses contemplan la naturaleza:

«Al atardecer, el sol se había ocultado tras el monte Higashi y la zona que circundaba el faro estaba sumida en las sombras. Un halcón trazaba círculos en el cielo brillante por encima del mar. Allá en lo alto, el halcón inclinaba un ala y luego la otra, como si las pusiera a prueba, y, en el preciso momento en que parecía a punto de lanzarse hacia abajo, de repente retrocedía en el aire y entonces volvía a ascender, con las alas inmóviles.»

Cómo para ellos puede ser hermoso, un hecho de la vida, lo que a nuestra sensibilidad occidental le repugnaría:

«La mujer ya había depositado el mero en una bandeja esmaltada de blanco, donde yacía boqueando débilmente, con la sangre rezumándole de las agallas y deslizándose por la piel suave y blanca.»

La combinación físico-psíquica de la descripción de los personajes, reuniendo toda la información necesaria en un breve párrafo:

«El patrón de pesca Jukichi Oyama, propietario del Taihei-maru, tenía el rostro curtido y muy bronceado por los vientos marinos. Las mugrientas arrugas de sus manos eran indistinguibles de las viejas cicatrices de pescador, quemadas por el sol hasta lo más profundo. Era un hombre que no solía reír, pero que siempre estaba tranquilo y de buen humor, y aunque cuando daba órdenes alzaba la voz, no lo hacía nunca encolerizado. Durante la faena, apenas abandonaba su lugar en la plataforma de popa desde la que singaba, y solo de vez en cuando soltaba el remo para regular el motor.»

Costumbres que nos resultan sorprendentes (la novela transcurre en una época en la que el hermano menos va de excursión con el colegio a una ciudad moderna con rascacielos, cines, etc.):

«Aquella noche Shinji asistió a la reunión ordinaria de la Asociación de Jóvenes. Tal era el nombre que ahora daban a lo que en el pasado se llamaba la “casa de dormir”, entonces una residencia para los jóvenes solteros de la isla. Incluso ahora muchos jóvenes preferían dormir en la adusta cabaña de la Asociación antes que en su propia casa. Allí los jóvenes debatían apasionadamente sobre cuestiones como la escolarización y la salud, los métodos para recuperar barcos hundidos y efectuar rescates en alta mar, así como las danzas del León y la organización del O-bon, el Festival de Todas las Almas, actividades de las que se encargaban los jóvenes del pueblo desde tiempo inmemorial. De esta manera se sentían parte de la vida comunitaria, y cargar con las preocupaciones y deberes de los adultos era para ellos un placer.»

3 comentarios:

  1. Cuando la leí hace cinco años me quedé tan impreionada... Reconozco que soy fan de la narrativa japonesa y ver una de las novelas más hermosas, comentadas por ti...

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  2. Vaya....pues me lo apunto en mi lista! Gracias ;)

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  3. Pues compartimos el gusto, CARMEN, también en eso. Mishima fue el primero del que leí algunos, así que tengo a la vista varios por leer o releer.

    Luego empecé ya con otros autores. Pero de este me puede esa cierta crueldad, como contar como una belleza "había depositado el mero en una bandeja esmaltada de blanco, donde yacía boqueando débilmente, con la sangre rezumándole de las agallas y deslizándose por la piel suave y blanca". Son gente muy atenta a la realidad visible, por eso me deslumbran, ¡un abrazo!

    Ese, o algún otro de él, NO, seguro que lo tienes en la biblioteca. Cuando tengas un tiempito libre, para leerlo en un parque a la sombra, o en tu casa en silencio, no lo dudes. La historia ya sabes cuál es; lo importante son los detalles con que la cuenta.

    Un abrazo

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