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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

miércoles, 17 de octubre de 2012

Día 1943. “Los hermosos años del castigo”, de Fleur Jaeggy


Fleur Jaeggy, Los hermosos años del castigo. Tusquets; enero de 2009. Traducción de Juana Bignozzi. 118 páginas. Título original, I beati anni del castigo; primera edición original, 1989


Este libro es un bombón suizo relleno de amargura, de dureza, frío: la vida apartada de las señoritas de buena familia dejadas en los internados suizos. Un análisis implacable de la vida echada a perder. La protagonista pasó en ellos desde los 8 a los 17 años. La forma de narrar parece hecha exprofeso para este libro. Una lección de cómo se adapta  al estilo a la narración y al espíritu de la protagonista. No hay quejas, solo frías descripciones que ningún lector capacitado debería perderse, con un punto de vista que es glacial, como corresponde al paisaje exterior e interior. Está contado por la protagonista, ya en la madurez, y empieza así, con este ambiente de nieve, naturaleza sola, frío, muerte y manicomio, introduciendo los colegios:

«A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor. Ni siquiera nuestra profesora de literatura lo conocía. A veces pienso que es hermoso morir así, después de un paseo, dejarse caer en un sepulcro natural, en la nieve de Appenzall, al cabo de casi treinta años de manicomio en Herisau. Es una verdadera lástima que no hubiésemos conocido la existencia de Walser, habríamos recogido una flor para él.»

Dos párrafos resumen a su maman, quien desde Brasil toma todas las decisiones sobre su educación y los cambios de colegio, y a su padre, a quien dedica algún párrafo más, porque es el que la recoge para las vacaciones de Navidad y de verano. Vive solo y melancólico en un hotel, pero el que mejor define la situación es el que he elegido. El de la maman está en las páginas 85-6; el del padre, 80-1.

«Llevábamos entonces una gorra azul con las iniciales del colegio. Estaba en la estación, con el distintivo y la gorra, esperaba el tren del Gotardo, que se detendría durante tres minutos, junto a la marquesina ventosa. Me dieron salida libre, cuidaron de que estuviera impecable, con los zapatos lustrados. Estaba allí, en orden, para verla pasar, transitar, y luego ella tomaría el Andrea Doria y se iría al otro lado del océano, ella, maman

«Para las vacaciones de Pascua volví a casa, al hotel. Unos señores nos invitaron a comer, luego nos mostraron las diapositivas de un viaje con ruinas y paisajes y ellos mismos. Era una anciana pareja, de ejemplar virtud, gente bien, ricos, avaros con discreción, gentiles con discreción, recalcitrantes, sobre todo la mujer, al buen humor, o al buen vivir, si es que existe un buen vivir. La mujer, seca y rígida, con vestidos largos y sin forma, el cabello recogido, miraba mal a la juventud, con su cabeza empequeñecida y los ojos sin color. El marido, por bonhomía o indulgencia, si había que reírse, dejaba surgir de su boca bien dibujada y un poco carnosa una risa profunda y sus ojos se volvían pícaros, como si la risa estuviera unida a una malicia. ... Eran los mejores amigos de mi padre.»

Así, en las pp. 9-10, describe el espíritu de los colegios. Aunque deben portarse con decoro, tienen cierta libertad y ella se despierta a las cinco de la mañana y sube la montaña hasta ver al otro lado el lago Constanza. En cierta manera, es una rebelde respetuosa (segundo extracto, de la p. 12). El paseo matinal es lo que le da vida:

«En Appenzell no se puede dejar de pasear. Si se miran las pequeñas ventanas con franjas blancas y las laboriosas e incandescentes flores en los balcones, se advierte un remanso tropical, una lujuria sofrenada, se tiene la impresión de que dentro sucede algo serenamente tenebroso y un poco enfermizo. Una Arcadia de la enfermedad. Podría parecer que allí dentro hay paz e idilio de muerte, en la pureza. Una exultación de cal y flores. Fuera de las ventanas, el paisaje nos reclama; no es un  espejismo, es un Zwang, se decía en el colegio, una imposición.»

«En aquella época no estudiaba y nunca estudié, porque no tenía ganas; recortaba reproducciones de los expresionistas alemanes y crónicas de delitos. Y las pegaba en un cuaderno. Le di a entender que me interesaba el arte. Y así fue como Frédérique me concedió el honor de dejarse acompañar por los corredores y mientras paseaba.»


Es un mundo de niñas y jóvenes mujeres, cerrado como un sepulcro. Frédérique, que estuvo allí el año que la protagonista tenía 14, la conmueve. Pero la de nombre francés solo vive en y para el mundo de las ideas. Ya fuera del colegio, pasan pequeñas cosas de las que no hablaré. Pondré un extracto más, una reflexión desde la madurez de lo que sentía allí, de niña (pp. 22-3), en ese mundo de mujeres:

«Es curioso que en los colegios donde he estado hubiera penuria de hombres en los alrededores. O viejos o locos o guardias. En Appenzell recuerdo viejos, enclenques, una pastelería y una fuente. Si se quería un poco de mundo, se iba a la pastelería; no había nadie, pero por la calle pasaba un viejo. Durante mucho tiempo creí que las que han estado en colegios, como Frédérique y yo, y un día lo recordaran, podían vivir con nada cuando estuvieran viejas y desilusionadas, Suena la campana, nos levantamos. Vuelve a sonar, dormimos. Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a través de las ventanas, de los libros, de la alternancia de las estaciones, de los paseos. Siempre en un reflejo, un reflejo que parece relegado a los balcones. Y a veces vemos una alta figura marmórea que se recorta delante de nuestros ojos: es Frédérique, que ha pasado por nuestra vida, y tal vez queremos retroceder, pero ya no necesitamos nada. Hemos imaginado el mundo. ¿Qué otra cosa puede imaginarse si no es la propia muerte? El sonido de una campana y todo ha acabado.»

Esta nouvelle, de apenas 120 páginas, un trabajo prodigioso de interiorización de unas vidas, y de creación del estilo apto para representarlas, no lo puedo recomendar salvo a quienes hayan encontrado la recomendación en la lectura de los extractos.



1 comentario:

  1. 1Hola, hemos agregado un trackback (enlace hacia este artículo) en el nuestro ya que nos pareció muy interesante la información detallada pero no quisimos copiarla, sino que nuestros lectores vengan directamente a la fuente. Gracias... datacredito en colombia - dicom en chile - dicom en chile - dicom en chile - dicom en chile

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