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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

jueves, 23 de junio de 2011

día 1954. “Ya nos morimos de tiempo”, el One Hit Wonder de Adolfo Velázquez Garaña


Estaba ya teniendo alguno problemas de organización (recién me he referido a un libro de una amiga, ¿conviene hablar del de otra, recién publicado?; y zarandajas así), cuando me surge un problema “verdadero”. He leído un magnífico libro mexicano, editado en España en 1976, cuyo autor, cercano a Rulfo en la textura, le gana en que nada más escribió un libro: este. A no ser que A. V. Garaña sea el heterónimo usado una vez de un autor más prolífico. O el nombre verdadero de quien después escribió con otro nombre.

De él, he encontrado un cuentito-nana (algo aterrador), en la web de una asociación folklórica asturiana (http://danzatradicional.com/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=956&te=16&idage=958&vap=0), y este libro. Como un arquitecto mexicano del mismo nombre estudió por acá y acostumbra a pasar algún verano en Celorio, cabe pensar que estamos hablando del mismo. ¡Ah, y de este libro, solo quedan 3 ejemplares! Uno en una librería de viejo de Torrelodones, por 19 euros; otro, en Jaén, por 8; y un tercero en Mataró, por 5.

Y mi problema era, ¿cómo voy a hablar de un libro si quien me lea no lo va a poder leer? Pues hablando, con desvergüenza y sin miedo a estropear finales o principios.

El título está sacado de una frase de uno de los cuentos. Son nueve, los cuentos; más un prólogo de Sabino Alonso-Fueyo, quien se lució al escribir en él: «Se trasluce una vocación literaria irresistible». Luego, informa de que es arquitecto y que se considera al mismo tiempo asturiano, porque sus padres eran de Celorio de Llanes.

Todos los relatos tienen esa textura rulfiana del desierto, el sol, la sequía, la pobreza (hay uno de pescadores). La pobreza, me repito, la muerte y la rareza. Y una escritura que a veces te saja como el bisturí de un cirujano muy hábil.

Ante de poner extractos, diré que el último cuento alterna dos historias, prácticamente cada párrafo es de una. En la primera se describen los sufrimientos de un hombre mordido por una serpiente coralillo; en la segunda, la violencia de una pelea de gallos. Como no es fácil que lo leáis, estropeo el final al decir que estas dos historias son la misma, y que la escena de la pelea de gallos antecede en 18 horas a la otra, porque fue el ganador, que consiguió el premio que le permitiría el sueño de comprar sus tierras rentadas, fue el hombre mordido a muerte por la serpiente. ¡Y no me di cuenta de ello hasta la última página! Aunque no sea yo muy listo, nunca presumí de ello, que el “truco” funcionara a lo largo de 20 páginas da idea del autor “que prefirió resistirse a su vocación literaria”, y del que, a falta de otras cosas, puedo poner su foto de cuando era un guapo mozo estudiante y escritor.



«Cuando venía para acá corriendo como loco, para darles razón de lo que me dijeron, se me azotaban a la cabeza muchos pensamientos, que de tantos que eran ya no sabía ni lo que pensaba, pero aluego me di cuenta que el que más clarito sentía era uno que me decía y me repetía que el Tadeo casi se miraba contento; y ahora que estaba yo ahí, en el rincón, parado, viéndolos rezar, creo que puede que tenga razón, debe de estar contento, pues ahora ya no pasará más hambres, ni fríos, ni penas como nosotros, ni verá cómo se seca la cosecha por falta de agua, ni sentirá cómo se va muriendo la piel sobre los huesos poquito a poco. Se quedará joven, fuerte y duro como la tierra, entero con su voz de trueno... “Me llamo Tadeo Covarrubias”, les dijo, y ellos se quedaron mudos, fríos, como si fueran de palo, sin decir palabra. Sí, está contento; no se ríe pero está contento... Yo no. Yo ya nunca lo estaré.»

«Escuriéndose como la noche, sale Manuel de la casa sin que nadie lo note siquiera, mientras el siseo de las oraciones continúa adentro, hinchando las paredes.
En la oscuridad ya duelen seis tiros sin disparar todavía.
[...]
–¿De veras crees que es inocente?
–Cállate, por el amor de Dios, ¿es que no te de miedo hablar tanto, oliendo la muerte tan cerca?
–Me da más miedo el silencio, nuestro silencio inútil, ese me da más miedo que todas las muertes.»

Ya luego, me quedaba soñando y me perdía en el tiempo, que no tiene rumbo ni olor. Y mis sueños mojados caían pesados hasta el suelo, que los chupaba para convertirlos en ríos. Yo creo que los sueños de la gente pobre son como corrientes de agua de cristal, que van por la milpa y no la mojan, porque huyen de sí mismos sin poder volver. Por eso las piedras que se topan al paso no se mueven por más que les peguen, porque están hechos de nada. Qué solo mi sombrero, colgado de un clavo en la pared.
Pero los sueños del pobre no tenían entrada en la casa del patrón, y el trabajo se venía duro y argo a cambio de unos golpes y unas hambres.»

«Don Etelvino bajará al atrio de la iglesia para conversar por única vez en el año con sus vecinos. La plaza vestirá banderitas de colores y algún balazo atronará el aire festivo para ser escuchado por todos con indiferencia. Fiesta sin difunto no es buena fiesta, pregona el refrán.»

jueves, 16 de junio de 2011

día 1955. Tres libros INMENSOS sobre los pueblos USA. El segundo, “Cannery Row”, de John Steinbeck.


En 1919, Sherwood Anderson publicó Winnesburg, Ohio, sobre un pequeño pueblo, con relatos en los que se entrecruzan historias de los habitantes, que vivían como en el siglo XIX. En 1945, John Steinbeck, con la guerra terminada, publica Cannery Row, un pueblo de 1.400 almas cercano a Monterrey. En 2008, Donald Ray Pollock, después de dejar el Instituto para trabajar en una planta cárnica, y otros 32 años en una fábrica de papel en una hondonada llamada Knockemstiff (“déjalo tieso”), se graduó en la Universidad Estatal y, con cincuenta y muchos, empezó a escribir y sacó el bestseller Knockemstiff. En este ya no hay gente convencional, como en el primero, ni buena gente como en el segundo del que toca hablar hoy: son los USA que a todos nos dan miedo.

Pero hoy toca el libro de Steinbeck, aconsejado por Molinos (de momento, tres consejos y tres aciertos, un pleno. Steinbeck, en estos libros, fluye mansamente de un brazo de agua salido del río Walt Whitman. Un río en el que se cree en el valor de los hombres y la mujeres valientes y honrados, sin necesidad de que “honrados” tenga nada que ver con la “honestidad” farisaica que proclaman las convencionales buenas gentes de las iglesias americanas. Este libro nos habla de corazón a corazón (que sea de hombre o de mujer, no importa). Está construido a partir de relatos centrados en un personaje, que sale en múltiples relatos de otros personajes, porque en un pueblo todos están relacionados. Y nos habla de la “santidad” del que la buena gente llama “hijo de puta”. Esto lo he leído tantas veces en la Beat Generation que, aunque en juegos tontos con mis amigos yakuzas he perdido ya dos dedos de la mano izquierda, me juego los tres que me faltan a que Kerouac y sus amigos leyeron Cannery Row 10 veces antes de escribir una sola línea de su obra.

Tengo todo el libro subrayado, así que solo pondré el capítulo segundo entero, que es como un poema donde revela sus intenciones. Cuánta diversión, humanidad, horror de la vida y recuperación de la alegría se ofrece a partir de este capítulo que he copado entero. No me importaría nada pasarme la noche copiando subrayados y más subrayados. Pero espero que más de uno de los que lean esto, leerán el libro, y no quiero privarle del placer de hacerlo virginalmente. El de Andersen, lo leí en su momento, prestado, así que lo he comprado para subrayar a gusto. El de Ray Pollock, lo tengo casi terminado. Pero pondré muchos libros por en medio, estas tres joyas no deben disfrutarse simultáneamente

Una última cosa: este libro tiene un prólogo: todo el mundo sabe que prólogos y prefacios se leen, si es caso, tras haber terminado el libro.


«La palabra es un símbolo y una delicia que absorbe  a hombres y paisajes, árboles plantas, fábricas y pekineses. Luego la Cosa se convierte en la Palabra y luego de nuevo en la Cosa, pero transformada en una urdimbre fantástica. La Palabra absorbe Cannery Row, lo digiere y lo vomita, y la barriada ha adquirido el brillo de las praderas verdes y los mares que reflejan el cielo. Lee Chong es más que un tendero chino. Debe serlo. Quizá lo equilibra el mal y lo sostiene el bien: un planeta asiático al que mantiene en órbita la atracción de Lao Tsé y al que arranca de Lao Tsé la fuerza centrífuga del ábaco y la caja registradora. Lee Chong suspendido, girando, dando vueltas entre alimentos y fantasmas. Un hombre duro con una lata de judías... Un hombre suave con los huesos de su abuelo. Porque Lee Chong cavó en la tierra del cementerio chino y encontró los huesos amarillos, la calavera con restos de pelo gris adheridos a ella. Y Lee empaquetó cuidadosamente los huesos, los fémures y las rectas tibias, poniendo la calavera en el medio, con la pelvis y la clavícula alrededor y las costillas curvándose hacia un lado. Luego Lee Chong envió a su quebradizo y empaquetado abuelo a través del Océano Pacífico para que yaciera finalmente en tierra bendecida por sus antepasados.
Mack y los muchachos también giran en sus órbitas. Son las Virtudes, las Gracias, las Bellezas de la descascarillada locura vertiginosa de Monterrey y del Monterrey cósmico, donde los hombres asustados y hambrientos destrozan sus estómagos en la lucha por asegurarse algo de comida, donde los hombres hambrientos de amor destrozan todo lo que hay de amable en ellos mismos. Mack y los muchachos son las Bellezas, las Virtudes, las Gracias. En el mundo gobernado por tigres ulcerados, surcados por toros constreñidos, hostigados por chacales griegos, Mack y los muchachos cenan gentilmente con los tigres, acarician a los frenéticos terneros, recogen migas para alimentar a las gaviotas de Cannery Row. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero para poseerlo con una úlcera de estómago, la próstata enferma y gafas? Mack y los muchachos eluden la trampa, rodean el veneno, pasan sobre el lazo, mientras una generación de hombres entrampados, envenenados y atados les gritan y les llaman inútiles, perdedores, borrones de la sociedad, ladrones, granujas, holgazanes. Nuestro Padre que está en la naturaleza, que ha concedido el don de la supervivencia al coyote, a la rata parda común, al gorrión, a la mosca y a la polilla, ha de sentir un amor grande e ilimitado por los inútiles y por los borrones de la sociedad y por los holgazanes y por Mack y los muchachos. Virtudes y gracias y pereza y deleite. Nuestro Padre que está en la naturaleza.»

 John Steinbeck, Cannery Row; traducción de José Luis Piquero. Col. Reencuentros de la editorial Navona

sábado, 11 de junio de 2011

día 1956. “Veinte años sin lápices nuevos”, de Aroa Moreno Durán


Vaya esto por delante: Aroa es mi amiga. Sirva esto de contrapeso: me hice amigo de ella virtualmente, porque me gustaba lo que escribía, y después, fuimos ya amigos y vecinos.

Es decir, no tenía ninguna necesidad de escribir sobre este, su primer libro, de 2009. Seguro que en su momento escribiría algo como amigo y como lector bastante apasionado de sus poemas. La traigo aquí porque a veces recorro las estanterías y saco un libro que tengo de tiempo, a veces leído y a veces no. Me lo leí una noche y lo he vuelto a leer dos veces.

Unir poemas en un primer libro de poesía debe ser un quebradero de cabeza: llenar de cuartillas una mesa grande de una cocina pequeña, formar la imagen de un puzzle que se está todavía formando (la imagen, no el puzzle). Sin embargo, ha sabido dividirlos en cuatro partes que contienen, cada una la suficiente unidad. Creo que esa unidad procede de que tiene un cuerpo mental, aparentemente no diferenciado del físico, con muchas terminaciones nerviosas al aire. Basta tocar descuidadamente una, con un dedo, para que se dispare el dolor, o la conciencia, o la imagen: por eso tiene, desde su primer libro, su propia VOZ. El librito, como objeto, es perfecto, y habrá que dar también las gracias a su editora, la poeta Carmen Moreno (con la que supongo que para que quedara así saltarían muchas chispas y enfrentamientos: los editores y los autores no han nacido para quererse). No digan que yo lo he dicho, pero desde su blog (http://dehuida.blogspot.com/) pueden comprarlo, o leerlo o descargarlo gratis estén donde estén.

Dice Aroa en la contracubierta que “Cuando escribo un poema, cualquiera de esos que están ahí, no trato de hacer metáforas incomprensibles”. Y usted me perdonará, poeta Aroa, que le replique: a veces las sensaciones transmitidas son más fuertes precisamente porque al menos yo no entiendo una imagen suelta en un poema.

El libro, como dije, contiene cuatro partes de varios poemas cada una. El primero y el último, van en cursiva. He elegido tres para ponerlos enteros; y algunos versos de otros. Empiezo a fusilar.

Este es el primero:

«Los neurotransmisores flaquean.
Las venas pulsan las articulaciones con espinas.
El dolor nace.
Cuando el pelo hunde su raíz en el cráneo,
busca el tacto de la sangre.
Las oficinas están envenenadas de desilusiones.
Los señores de la guerra son hoy los que llevan carpetas bajo el brazo.
En ellas no están ni tu nombre
ni el mío escritos. Ni esta historia de amor sin barracudas cercando.
Pobres rotos diablos.
Prehistoria de los sueños.
No recordar.
Desarmar el diario de los imposibles.
(La escolar y el deseo. Libertad inconsciente.)
Entramar las aceras de los vampiros.
Sustraerse de todos los horarios y las flaquezas.
Comerse el sol.
Indigestarse de pasiones. De sábanas y líquidos.
Qué hay del contrabando.
Contratiempo.
La gitana palmea. Lleva un pañuelo largo de trenzas del deshielo.
Los señores me llaman.
Me dicen, vuelve. Eres cómoda.
Plácida. Tranquila.
Y los niños, les digo. A ellos qué les queda.
El veneno climático, la carrera y arriba, la luna en vacaciones.
(Su carita palideció de pronto como una espera agotada.)
Y entonces érase un cuento. Y un nudito.
Y un velcro sujetando los zapatos a la calle.
Ahora vuelvo a ser yo Barbie de día.
Ahora eres tú, desnudo de noche.
Si aprietas la boca se disuelve el mundo en una felicidad de carreteras
y puertos y nubes.
Pero adentro un poco más el corazón revienta.
Y en la caja de herramientas de mi padre no hay clavo que desquite
la desgana
ni instrucciones que reparen lo quebrado.
Ahora sí. Se asustaron.
De esta gramática coja, de este vocablo pretérito, de esta semántica
tuerta de optimismo. La soledad madrileña sin otra morfología que
el dícese del nacido en.
Y les digo qué quieren.
Para la felicidad a mí me basta la vida.
Déjenme matar, al menos, en palabras.»

Y dos pasajes del segundo (no teman, que luego bajo el nivel de copypaste:

«Ha vuelto al amanecer como un gato.
Vuelve y restriega
su lomo tibio por mis pies. De pronto
hay leche por todas partes derramada y un olor
a piel tostada en ciudades
a las que no les queda nada
de costa ni de humor
ni silencio para pensarse dos veces el mañana.
[...]
en esta nada gris de tantos años
de pétalos crujiendo y sábanas
cuencos de anís caliente
avena
y el estallido del pan
dilatando la leña y los suspiros
donde yo quiero vivir el resto de mi vida.
En esta nada tuya sin palabras ni música
ni sueños tan absurdos de niña puño en alto.»


«Las guerras son las mismas.
Una casa.
Tendré niños con parches
en los ojos.

Vigilaré
–entre humo–
su juego y su memoria
tras ventanas redondas.

Espero la llegada de mis padres
tan trémula y perdida
como esperé una manta
un brazo sobre el hombro
ese instante en que tú
arriesgas todo el orden
y detienes»
Este el es final, escueto y espacioso, de “Revienta Beirut”:

«Han herido la vida desde toda la muerte
y no hay guerra
que explique tu vacío en mi cama.»
Del poema 1 de la segunda parte, dedicado a un hombre que la siguió, aunque supongo que muchos hombres se acobardarían de mirar las cosas frente a frente:

«Yo sólo mido en culpas.
Ni me importa qué tengo.
Este ansia absoluta
de destrozar las normas.
No pienso, luego vivo:
sobresaliente en pérdidas.
¿Me sigues?
O ¿te quedas?»
Y como esto se alarga (y es fácil para todos leerlo entero), me desdigo de lo dicho y pongo para terminar, entero, uno poema de su otra corriente: la que tiene menos imágenes y más cotidianeidad. La que es un afluente de un afluente de un afluente que hizo brotar Walt Whitman. Es el primero de la cuarta parte, titulada “Lápices nuevos”:

INSTRUCCIONES DE LUNES FRÍO.
«Sírvase una copa de vino dulce.
Deje caer el bolso sobre el suelo.
Deje que todo caiga
lo que la lluvia de noviembre recogió
de sus hombros. No es fácil
le advierto
si recuerda
que tan sólo ha terminado una jornada:
el trabajo.
No recuerde los restos
de la cena de ayer abandonados
la mermelada roja
donde anida una hormiga.
Olvídese del mundo.
Del hombre que doblado le estiró del abrigo.
De la mujer que cuenta cómo perdió una casa.
Y abra la botella.
Elija un rincón donde haya poca luz.
No se moleste en espantar las sombras.
Alguna melodía,
sonidos de gramófono antiguo.
Tal vez un fado, Gardel, una canción francesa.
Por supuesto, no escuche la letra.
Ni atienda a melodías. Su cerebro
está blanco.
Olvide las denuncias, las mentiras, las reuniones, la falsa
sonrisa de cristal de despacho.
Cierre los ojos. Le dije, no era fácil.
Permanezca inmóvil.
Cuando la noche le devuelva el aliento,
llene la bañera.
Mucha espuma. No
coja ningún libro. Tal vez
un cigarrillo pero sólo
si no va a preocuparse de cenizas
de humedades.
Sumerja la cabeza.
Escuche la oquedad de los vecinos de
abajo
la niña patalea en ruido sordo.
Mantenga la cabeza sumergida. Deje
que emerja a flotar alguna parte
del cuerpo
que roce los vapores.
Y cuando salga, el agua caerá como riachuelos
pierna abajo, sienta
las cosquillas del agua.
Cene algún fruto.»



No me parece necesario que los poetas repitan libros como los autores famosos con agente literario. Pero dada la diferencia de esta voz generosa, quizá conviniera ir pensando, poco a poco, como unificar un tema, una mirada.
De uno de los que más me gustó oírle, “Tú y yo y la guerra fría”, copio la segunda parte entera (menos el último verso, que como lector tengo derecho a preferir dejarlo colgado en el anterior:

martes, 7 de junio de 2011

día 1957. “El rumor del oleaje”, de Yukio Mishima


Esta novela, entrañable y curiosa (por el trasfondo japonés), se ha contado, cantado y dramatizado mil veces. Se nota que Mishima conocía bien la literatura Europea tradicional (¡ay de los escritores que solo leen a sus contemporáneos y toman como novedad lo que es solo una copia de una copia de una copia). No es un cinco estrellas, pero es agradable de leer y, sobre todo, sorprendente por los modos sociales, tan extraños para nosotros, de los 1.400 habitantes de una isla, Utajima, dedicada casi exclusivamente a la pesca. Varias veces, leyéndola cómodamente, me sobresaltaba al ver cómo se organizan esos japoneses que no son de la clase alta, aislados en su territorio. Y para no hacer un spoiler, diré que termina con tres párrafos breves y el tercero es como un trallazo: nadie, en la literatura no oriental, habría añadido ese pequeño párrafo final.

Lo que sí se puede contar: en Utajima vive Shinji, un joven pescador que comparte la barca de pesca con un compañero y con el dueño de la barca. Su madre, viuda, los había alimentado a él y a su hermano pequeño como buceadora. Ahora, ya trabaja.

Un día ve en la playa, ayudando a sacar las barcas de pesca, un rostro nuevo de una hermosa joven. Acaba enterándose de que es la hija del hombre más ricos, propietario de dos barcos de gran cabotaje, que la había dado en adopción porque no quería mujeres en casa, pero ahora que envejece la reclama. Ni que decir tiene que, en el enredo dramático, ella y él se enamoran. Pero el segundo hombre más rico tiene un hijo malcriado, Yatsuo, que también la pretende.

El resto de la obra son las constantes trabas e impulsos a ese amor, a esa especie de Romeo y Julieta, en este librito que puede convertir en agradable una perezosa tarde de verano. Los subrayados, pocos (y no los pongo todos), enfatizan esa diferenciación de nuestros “antípodas mentales”.


La delicadeza de las descripciones de la naturaleza, que en muchas ocasiones son un eco de la acción, pero sobre todo revelan la concentración extrema con la que los japoneses contemplan la naturaleza:

«Al atardecer, el sol se había ocultado tras el monte Higashi y la zona que circundaba el faro estaba sumida en las sombras. Un halcón trazaba círculos en el cielo brillante por encima del mar. Allá en lo alto, el halcón inclinaba un ala y luego la otra, como si las pusiera a prueba, y, en el preciso momento en que parecía a punto de lanzarse hacia abajo, de repente retrocedía en el aire y entonces volvía a ascender, con las alas inmóviles.»

Cómo para ellos puede ser hermoso, un hecho de la vida, lo que a nuestra sensibilidad occidental le repugnaría:

«La mujer ya había depositado el mero en una bandeja esmaltada de blanco, donde yacía boqueando débilmente, con la sangre rezumándole de las agallas y deslizándose por la piel suave y blanca.»

La combinación físico-psíquica de la descripción de los personajes, reuniendo toda la información necesaria en un breve párrafo:

«El patrón de pesca Jukichi Oyama, propietario del Taihei-maru, tenía el rostro curtido y muy bronceado por los vientos marinos. Las mugrientas arrugas de sus manos eran indistinguibles de las viejas cicatrices de pescador, quemadas por el sol hasta lo más profundo. Era un hombre que no solía reír, pero que siempre estaba tranquilo y de buen humor, y aunque cuando daba órdenes alzaba la voz, no lo hacía nunca encolerizado. Durante la faena, apenas abandonaba su lugar en la plataforma de popa desde la que singaba, y solo de vez en cuando soltaba el remo para regular el motor.»

Costumbres que nos resultan sorprendentes (la novela transcurre en una época en la que el hermano menos va de excursión con el colegio a una ciudad moderna con rascacielos, cines, etc.):

«Aquella noche Shinji asistió a la reunión ordinaria de la Asociación de Jóvenes. Tal era el nombre que ahora daban a lo que en el pasado se llamaba la “casa de dormir”, entonces una residencia para los jóvenes solteros de la isla. Incluso ahora muchos jóvenes preferían dormir en la adusta cabaña de la Asociación antes que en su propia casa. Allí los jóvenes debatían apasionadamente sobre cuestiones como la escolarización y la salud, los métodos para recuperar barcos hundidos y efectuar rescates en alta mar, así como las danzas del León y la organización del O-bon, el Festival de Todas las Almas, actividades de las que se encargaban los jóvenes del pueblo desde tiempo inmemorial. De esta manera se sentían parte de la vida comunitaria, y cargar con las preocupaciones y deberes de los adultos era para ellos un placer.»

jueves, 2 de junio de 2011

día 1958. “F”, de Justo Navarro


“F” es Gabriel Ferrater, por supuesto, cuyo nombre hemos visto en montones de artículos de revistas, y libros más o menos biográficos, acompañando a la generación catalana de los 50. Además, poeta catalán laureado, pero difícil de encontrar (ya me he puesto en marcha y digo, aunque no prometo, que antes de octubre habrá aquí una entrada sobre su poesía.

Pero fuera de esas menciones, de papel secundario de lujo, es poco lo que se sabe de él. La visita a Wikipedia es desoladora. Como si buscáramos “mariposa” y solo dijera “Insecto con colores”.

Y sin embargo, hay una conciencia clara de que él, con su poesía, y su hermano Joan, con su poesía y sus estudios, renovaron la poesía catalana. Para que todo sea más complicado, el hermano no se llama Ferrater, sino Ferraté, que es el apellido auténtico de la familia, y que Gabriel no dudó en españolizar buscando ventajas en la posguerra. De Joan Ferraté si he leído un libro espléndido: toda la correspondencia que sostuvo con Gil de Biedma desde la universidad de Edmonton, Canadá, donde trabajaba como profesor. Y de ese libro, además de algunas anécdotas y pensamientos deliciosos, Ferraté era de difícil trato.

Pues imaginemos, porque es verdad, que si Ferraté era de difícil trato, Ferrater podía ser un gran seductor o una enorme pesadilla. Voy a poner algunos párrafos subrayados (antecedidos del contexto si es posible), para conocer algunos aspectos de Gabriel, junto con la escritura fantástica del fantástico escritor que es Justo Navarro. Espero que den una idea de lo que es este libro, de quién era Gabriel y de la necesidad de leer más a Justo N. No hay peligro de spoiler: lo que se cuenta es una vida que terminó; no hay ficciones ni suspense.

El libro está dividido en tres partes y totaliza 37 capítulos. Y el libro es sobre un personaje que debía ser mucho mejor conocido, como personaje y como, poeta está escrito por Justo Navarro, que es un grandísimo escritor; esto no se debe olvidar, pues ya pone él una advertencia en la página opuesta a la de créditos: «Todos los personajes y lugares, reales o ficticios, sólo aparecen como personajes y lugares imaginarios».

Primer párrafo del libro:

«Hubo una vez un hombre que a los treinta y cinco años prometió no vivir más de cincuenta. Se llamaba Gabriel Ferrater. Estaba con un amigo en un café de la plaza Prim de Reus, bebían ginebra en la terraza, el cielo era claro y volaban vencejos, un taxista esperaba para llevar al amigo a la estación de donde saldría el coche cama hacia Madrid. Entonces Ferrater dijo que iba a matarse antes de cumplir cincuenta años. Ferrater fue, además de políglota, un hombre alegre que disfrutaba dando alegría a quienes lo rodeaban, y se alegraba mucho más cuando percibía que había alegrado o asombrado a quien lo estaba oyendo. El asombro produce una especie de ensanchamiento de la realidad, como si la habitación o la plaza donde estamos se ampliara o se iluminara: como cuando deseamos que nos llenen la copa y nos llenan la copa.»
Ferrater con 23 años y la madurez, y una mención de su padre, sin decir todavía que dilapidó la fortuna en negocios lunáticos (a diferencia de sus hermanos).

«Cuando tenía veintitrés años Ferrater estaba convencido de que ser maduro es ser tramposo, entre hombres que dominan el juego de la vida práctica. La inocencia era algo que quizás se recuperaba entre mujeres jóvenes y Ferrater fue siempre amigo de las mujeres jóvenes. Al mundo de los negocios pertenecía su padres, Ricard Ferraté, abogado y vinatero de desahogada fortuna,»

Cuando la guerra estaba casi perdida la familia Ferraté huyó a Burdeos en una avioneta.

«Pero el joven Ferrater, el primogénito, no quiso huir a Burdeos. La vida había sido feliz: no lo mandaron a la escuela hasta los nueve años y, cuando la escuela empezaba a ser una insistente desgracia, estalló una guerra que lo convirtió en traficante entre la soldadesca y las putas de Reus, niño putañero, ladrón de bicicletas, proscrito, testigo de robos, motines, bombardeos y asesinatos, así como del incendio de la escuela desdichada y de la inmensa capacidad que tenían los padres para la cobardía y el ridículo. (Decidió cambiar de nombre: se llamaría Ferrater, en lugar de Ferraté, como si no se responsabilizara de las obras de la estirpe Ferraté y volviera a una edad más pura en la que la R final todavía no había caído roída por los años y la gente. Ferrater aguantó en Barcelona: quería agotar las últimas posibilidades de felicidad. Estaban llamando a filas a los niños de su edad, dieciséis años, para la batalla definitiva en el Ebro.»

Tuvo que hacer una larga mili como soldado raso, pero las barricas de vino familiares compraron voluntades y terminó pernoctando en un hotel. Intentó que le compraran su licenciamiento:

«Le encomendaron misiones burocráticas para salvarlo de las cocinas, y guardó el polvorín mientras la tropa batía las montañas en persecución del maquis. Dormía solo en un despacho y se quejaba de la irresponsabilidad típica militar y la bestialidad feroz del teniente coronel. [...] Pero Ferrater subestimó la ineficiencia militar y adulta, efectiva incluso en los campos de la corrupción y el soborno, y no salió del Batallón de Montaña número 18 de Barbastro. “El aburrimiento es soportable, el frío y el calor no son soportables, la disciplina es eludible, la angustia es ineludible; éste es el boletín meteorológico de mi vida”, dijo entonces.»

Terminada la mili:

«Lo licenciaron, leía, bebía, fumaba, iba de putas y trabajaba en el comercio, póquer en el que la astucia es el más señalado signo de sensatez. Era contable en los negocios familiares y no se pe pedía ninguna habilidad especial, ni siquiera astucia.
[...]
Ahora eres libre, o estás solo (la soledad es una especie de libertad estrecha, opresiva), incluso se te han ido las palabras, el lenguaje ha seguido evolucionando sin ti, no tienes palabras o tus palabras son disparatadas, de otro sitio o de cinco años antes.»

El padre:

«Su padre, Ricard, inútilmente hábil con las máquinas, los motores, coches y motocicletas, aplicaba todo su sentido práctico a un invento que lo salvaría de la hecatombe económica antes de liquidar absolutamente el patrimonio de la familia: una máquina de destilación al vacío y depuración de mostos. Ricard Ferraté se preparaba para el fracaso y una buena muerte fulminante y voluntaria, a pistola.»

Ferrater malvive en el piso de su madre, arruinada y viuda, traduciendo por 4 perras para el editor Lara. Presentación de Salinas:

«Entonces Ferrater traducía a Dashiell Hammet bajo la vigilancia de la madre disciplinal. El editor Lara le pagaba ocho pesetas por página, y Ferrater ponía el reloj al lado de la máquina de escribir y no le duraba una página más de veinte minutos. El piso materno era oprimente como el reloj junto a la máquina de escribir y la página de Dashiell Hammett que no debía durar más de veinte minutos (un acuchillamiento y dos puñetazos, tres muertos en dieciséis minutos). Ferrater se asfixiaba en el piso materno, le confesó a Salinas la opresión del piso materno (Salinas, según Barral, merecía la confianza de todas las secretarias de la empresa, y la confianza de Barral y de todo el mundo. Todos se confesaban con Salinas, lloraban, pedían que Salinas fuera su espejo y que les devolviera una imagen mejor de sí mismos al final de la operación mágica, y por fin todos se veían mejor, incluso Salinas: ojos limpios, lavados por las lágrimas). Salinas invitó a Ferrater a trabajar en una habitación que daba al jardín. Ferrater traducía y tecleaba y Salinas decía: Yo he visto a los reyes de la poesía universal, Eliot, Frost, Auden y Spender en el campus de la Johns Hopkins University. Y luego llegaban los amigos y la noche era una intriga de embajada:»

Su primer amor por Isabel Rocha, que eligió a Salinas, sin que este la eligiera a ella:

«También Isabel Rocha lo encontró [a Salinas], se enamoró de él; el presentimiento o la impaciencia de la hora nupcial pasó en aquellos días por el Bar Boliche, Salinas encantó el corazón de Rocha, y Rocha se hizo daño y lloró, y se acercó a consolarla Ferrater: el ser lamentable que las hadas dejan en sustitución del maravilloso niño robado del palacio del rey. [...] Había elegido el amor con los ojos de otro, aunque ni siquiera se había enamorado de la novia de su extraordinario amigo extranjero (tampoco era extranjero su amigo, pero era más que eso: un príncipe apátrida), su doble, podría decirse, pero mejorado, reposado no infectado por el arrebato que muchas veces traspasaba a Ferrater y lo exaltaba o lo anulaba en un instante: [...] , antes de encogerse dentro de sí mismo y desaparecer, como desapareció cuando lo despreció Rocha, a buscar en su limbo de lenguas, como dijo Salinas, las palabras para nombrar el amor despreciado.»

Ferrater, que con su hermano renovará la poesía catalana, se da cuenta de que la que existe no le vale, que ni siquiera el mayor poeta de su tiempo, su maestro y amigo Riba, «podía hablar de celos, de instinto de posesión total, de locura: al catalán decía Ferrater le faltan términos de descripción moral, no tiene la tradición novelística del francés o el inglés».

«pero por falta de tradición los poetas catalanes no tenían palabras para hablar de celos o instinto posesivo, y les costaba contar su vida al público. Y lo que nos interesa, decía Ferrater, es la vida de las mujeres y los hombres. Él quería decir cómo había llegado a tan mal sitio, el piso de su madre, sin Rocha, queriendo a Rocha y queriendo el amor que Rocha descargaba en Salinas, necesitando ser querido por Rocha y por Salinas.»

Y si puse el primer párrafo de la primera parte, pongo entero el último: el de su ambición literaria:

«En agosto de 1957 Ferrater estaba encerrado en el piso de su madre, solo, bebiendo gin Giró y leyendo a Shakespeare, dos estimulantes para escribir. Quería escribir por lo que se suele querer escribir, según Ferrater: por ganas de fastidiar o de interesar a alguien. Había tomado la decisión de ser mejor que los colegas. Quería ser Shakespeare, es decir, quería conquistar a la hija del médico de moda. La ambición es fundamental en este oficio, sentenció Ferrater. Cuando a Scott Fitzgerald un crítico amigo, Edmund Wilson, le achacó que su primera novela no solo era mala, sino que además había reunido una espléndida colección de faltas de ortografía, Fitzgerald contestó que Flaubert tampoco era ortográficamente perfecto. Esto es lo importante, dijo Ferrater: compararse con Flaubert o, más aún, con Shakespeare.»


Pues bien, se ha terminado la primera parte. En las otras dos, todavía abundan más mis subrayados. Me gustaría que alguno de vosotros, leyendo lo anterior, quisiera leer entera esta primera parte y lo que sucede en su vida hasta que, pocos días antes de cumplir 50 años, cumplió su promesa. También que el estilo de los extractos os haga apreciar la escritura de Justo Navarro, autor de 12 obras del que confieso, con algo de vergüenza, que con gran placer solo he leído una: El doble del doble.