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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

sábado, 11 de junio de 2011

día 1956. “Veinte años sin lápices nuevos”, de Aroa Moreno Durán


Vaya esto por delante: Aroa es mi amiga. Sirva esto de contrapeso: me hice amigo de ella virtualmente, porque me gustaba lo que escribía, y después, fuimos ya amigos y vecinos.

Es decir, no tenía ninguna necesidad de escribir sobre este, su primer libro, de 2009. Seguro que en su momento escribiría algo como amigo y como lector bastante apasionado de sus poemas. La traigo aquí porque a veces recorro las estanterías y saco un libro que tengo de tiempo, a veces leído y a veces no. Me lo leí una noche y lo he vuelto a leer dos veces.

Unir poemas en un primer libro de poesía debe ser un quebradero de cabeza: llenar de cuartillas una mesa grande de una cocina pequeña, formar la imagen de un puzzle que se está todavía formando (la imagen, no el puzzle). Sin embargo, ha sabido dividirlos en cuatro partes que contienen, cada una la suficiente unidad. Creo que esa unidad procede de que tiene un cuerpo mental, aparentemente no diferenciado del físico, con muchas terminaciones nerviosas al aire. Basta tocar descuidadamente una, con un dedo, para que se dispare el dolor, o la conciencia, o la imagen: por eso tiene, desde su primer libro, su propia VOZ. El librito, como objeto, es perfecto, y habrá que dar también las gracias a su editora, la poeta Carmen Moreno (con la que supongo que para que quedara así saltarían muchas chispas y enfrentamientos: los editores y los autores no han nacido para quererse). No digan que yo lo he dicho, pero desde su blog (http://dehuida.blogspot.com/) pueden comprarlo, o leerlo o descargarlo gratis estén donde estén.

Dice Aroa en la contracubierta que “Cuando escribo un poema, cualquiera de esos que están ahí, no trato de hacer metáforas incomprensibles”. Y usted me perdonará, poeta Aroa, que le replique: a veces las sensaciones transmitidas son más fuertes precisamente porque al menos yo no entiendo una imagen suelta en un poema.

El libro, como dije, contiene cuatro partes de varios poemas cada una. El primero y el último, van en cursiva. He elegido tres para ponerlos enteros; y algunos versos de otros. Empiezo a fusilar.

Este es el primero:

«Los neurotransmisores flaquean.
Las venas pulsan las articulaciones con espinas.
El dolor nace.
Cuando el pelo hunde su raíz en el cráneo,
busca el tacto de la sangre.
Las oficinas están envenenadas de desilusiones.
Los señores de la guerra son hoy los que llevan carpetas bajo el brazo.
En ellas no están ni tu nombre
ni el mío escritos. Ni esta historia de amor sin barracudas cercando.
Pobres rotos diablos.
Prehistoria de los sueños.
No recordar.
Desarmar el diario de los imposibles.
(La escolar y el deseo. Libertad inconsciente.)
Entramar las aceras de los vampiros.
Sustraerse de todos los horarios y las flaquezas.
Comerse el sol.
Indigestarse de pasiones. De sábanas y líquidos.
Qué hay del contrabando.
Contratiempo.
La gitana palmea. Lleva un pañuelo largo de trenzas del deshielo.
Los señores me llaman.
Me dicen, vuelve. Eres cómoda.
Plácida. Tranquila.
Y los niños, les digo. A ellos qué les queda.
El veneno climático, la carrera y arriba, la luna en vacaciones.
(Su carita palideció de pronto como una espera agotada.)
Y entonces érase un cuento. Y un nudito.
Y un velcro sujetando los zapatos a la calle.
Ahora vuelvo a ser yo Barbie de día.
Ahora eres tú, desnudo de noche.
Si aprietas la boca se disuelve el mundo en una felicidad de carreteras
y puertos y nubes.
Pero adentro un poco más el corazón revienta.
Y en la caja de herramientas de mi padre no hay clavo que desquite
la desgana
ni instrucciones que reparen lo quebrado.
Ahora sí. Se asustaron.
De esta gramática coja, de este vocablo pretérito, de esta semántica
tuerta de optimismo. La soledad madrileña sin otra morfología que
el dícese del nacido en.
Y les digo qué quieren.
Para la felicidad a mí me basta la vida.
Déjenme matar, al menos, en palabras.»

Y dos pasajes del segundo (no teman, que luego bajo el nivel de copypaste:

«Ha vuelto al amanecer como un gato.
Vuelve y restriega
su lomo tibio por mis pies. De pronto
hay leche por todas partes derramada y un olor
a piel tostada en ciudades
a las que no les queda nada
de costa ni de humor
ni silencio para pensarse dos veces el mañana.
[...]
en esta nada gris de tantos años
de pétalos crujiendo y sábanas
cuencos de anís caliente
avena
y el estallido del pan
dilatando la leña y los suspiros
donde yo quiero vivir el resto de mi vida.
En esta nada tuya sin palabras ni música
ni sueños tan absurdos de niña puño en alto.»


«Las guerras son las mismas.
Una casa.
Tendré niños con parches
en los ojos.

Vigilaré
–entre humo–
su juego y su memoria
tras ventanas redondas.

Espero la llegada de mis padres
tan trémula y perdida
como esperé una manta
un brazo sobre el hombro
ese instante en que tú
arriesgas todo el orden
y detienes»
Este el es final, escueto y espacioso, de “Revienta Beirut”:

«Han herido la vida desde toda la muerte
y no hay guerra
que explique tu vacío en mi cama.»
Del poema 1 de la segunda parte, dedicado a un hombre que la siguió, aunque supongo que muchos hombres se acobardarían de mirar las cosas frente a frente:

«Yo sólo mido en culpas.
Ni me importa qué tengo.
Este ansia absoluta
de destrozar las normas.
No pienso, luego vivo:
sobresaliente en pérdidas.
¿Me sigues?
O ¿te quedas?»
Y como esto se alarga (y es fácil para todos leerlo entero), me desdigo de lo dicho y pongo para terminar, entero, uno poema de su otra corriente: la que tiene menos imágenes y más cotidianeidad. La que es un afluente de un afluente de un afluente que hizo brotar Walt Whitman. Es el primero de la cuarta parte, titulada “Lápices nuevos”:

INSTRUCCIONES DE LUNES FRÍO.
«Sírvase una copa de vino dulce.
Deje caer el bolso sobre el suelo.
Deje que todo caiga
lo que la lluvia de noviembre recogió
de sus hombros. No es fácil
le advierto
si recuerda
que tan sólo ha terminado una jornada:
el trabajo.
No recuerde los restos
de la cena de ayer abandonados
la mermelada roja
donde anida una hormiga.
Olvídese del mundo.
Del hombre que doblado le estiró del abrigo.
De la mujer que cuenta cómo perdió una casa.
Y abra la botella.
Elija un rincón donde haya poca luz.
No se moleste en espantar las sombras.
Alguna melodía,
sonidos de gramófono antiguo.
Tal vez un fado, Gardel, una canción francesa.
Por supuesto, no escuche la letra.
Ni atienda a melodías. Su cerebro
está blanco.
Olvide las denuncias, las mentiras, las reuniones, la falsa
sonrisa de cristal de despacho.
Cierre los ojos. Le dije, no era fácil.
Permanezca inmóvil.
Cuando la noche le devuelva el aliento,
llene la bañera.
Mucha espuma. No
coja ningún libro. Tal vez
un cigarrillo pero sólo
si no va a preocuparse de cenizas
de humedades.
Sumerja la cabeza.
Escuche la oquedad de los vecinos de
abajo
la niña patalea en ruido sordo.
Mantenga la cabeza sumergida. Deje
que emerja a flotar alguna parte
del cuerpo
que roce los vapores.
Y cuando salga, el agua caerá como riachuelos
pierna abajo, sienta
las cosquillas del agua.
Cene algún fruto.»



No me parece necesario que los poetas repitan libros como los autores famosos con agente literario. Pero dada la diferencia de esta voz generosa, quizá conviniera ir pensando, poco a poco, como unificar un tema, una mirada.
De uno de los que más me gustó oírle, “Tú y yo y la guerra fría”, copio la segunda parte entera (menos el último verso, que como lector tengo derecho a preferir dejarlo colgado en el anterior:

4 comentarios:

  1. Transmite sensaciones puras y duras, es genial.
    Admiro a todos los poetas...me parecen francamente... artistas. Versos emergidos sin más, de la más personal inspiración.
    Magia.
    Me ha encantado Instrucciones de lunes frío.

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  2. Gracias No. Gracias, Lotronan, por provocar esta nostalgia de aquellas páginas.

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  3. Qué bien. Qué suerte, ella y nosotros.

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  4. La nostalgia de aquellas espero que sea el acicate de las nuevas. Me alegro, NO, de habértela dado a conocer. Y tú, PORTOROSA, usas adecuadamente el "nosotros".

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