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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

domingo, 26 de mayo de 2013

Día 1936. "El ángel Esmeralda", de Don DeLillo

Don DeLillo, El ángel Esmeralda. Seix Barral Biblioteca Formentor; edición española de 2012. Traducción de Ramón Buenaventura.




Estos nueve relatos son los únicos que ha publicado, una escasa cosecha para un novelista prolífico. Supongo que serían experimentos buscando una voz para una novela y le salieron tan redondos, o bien se agotaron en sí mismos, cerrándose a cualquier extensión: por eso son tan pocos.

He leído de él 3 novelas y tengo la seguridad de que leeré más (de hecho, ya tengo Americana en la mesa de “en espera pronta”). Pero con este libro tenía un conflicto, porque una amiga de la que me fío lo rechazó. Por una parte, ese rechazo (las coincidencias nunca son al 100%), por otra, mi placentera experiencia como lector suyo. O la frase de Paul Auster: «Nadie escribe mejor que Don DeLillo». O lo que escribió Martin Amis en The New Yorker sobre esta colección de cuentos: «DeLillo es el maestro del terror, del terror moderno o posmoderno, y de la forma en que se cierne y brilla en nuestras mentes subconscientes. Los dioses han dotado a DeLillo con las antenas de un visionario. Hay un lado derecho y un lado izquierdo. Pero el viene de un tercer lado, oblicuo, transversal. Me encanta El ángel Esmeralda».

Por si fuera poco, el traductor es Ramón Buenaventura, de quien puse en este blog 11 crónicas suyas sobre su traducción de Las correcciones de Franzen.

Además, mi gran genio, David Foster Wallece, dice maravillas sobre este autor.

Así que leí y releí estos relatos con la convicción de que mi amiga se equivocaba. Y se equivocó... o no. Porque hay autores que gustan especialmente a los lectores en los que provoca adicción ver (o no ser capaces de ver) cómo han cosido las historias.

Mi conclusión, que anticipo, es que es como esos grandes maestros del Zen que pueden tirar una piedra en una laguna sin que se formen ondas en la superficie. (Si esos maestros solo existen en el imaginario, por suerte DeLillo existe en la realidad.

***

El libro tiene tres partes, diferenciadas por las fechas de escritura. Advierto que he subrayado muy poco, quizá porque la escritura es tan natural que es como estar contemplando una escena. Ninguna apreciación que pretenda ser inteligente, o mostrar algo sobrenatural. Como mucho, los subrayados se deben a una relectura del párrafo que revelaba esa técnica de lo natural.

En la primera, dos relatos, Creación, de 1979. Forma parte de lo que escribía Amis del terror posmoderno. Te das cuenta que avanzamos con seguridad sobre el filo de una navaja, inconscientes de que podemos ser traicionados en cualquier momento por quien tenemos más cerca. Después, Momentos humanos de la Tercera Guerra Mundial, en el que dos astronautas, de psicología muy diferentes, conviven en una nave desde la que participan en esa guerra. En ningún momento se menciona lo que está sucediendo en el Planeta, pero la vida sigue, absurda, en el espacio. Un subrayado de las pp. 31-32 por el modo genial de dar información, muy brevemente, incluyendo ambiente y atmósfera:

«Esta es mi tercera misión orbital, la primera de Vollmer. Es un genio de la ingeniería, un genio de la comunicación y del armamento, y quizás otras modalidades de genio también. Como especialista en misiones me conformo con estar a cargo de ellas. (La palabra especialista, tal como la utiliza normalmente el Mando de Colorado, se aplica a quienes no tienen especialidad)».

Otro de la página 36. Este abre en canal la forma de pensar (experimentar la vida) de los dos personajes, Vollmer y el narrador. Casi no es escritura de ficción, sino el informe de una situación que te permite conocer el pasado de los dos personajes.

«A su manera, directamente y sonando como si dijera estupideces, el joven Vollmer afirma que la gente no está disfrutando con esta guerra tanto como siempre ha disfrutado y se ha nutrido de la guerra en cuanto intensidad enaltecedora, periódica. Lo que más rechazo de Vollmer es que muchas veces expresa mis convicciones más hondas y ocultas, las que sostengo más a regañadientes. Viniendo de ese rostro suave, en esa voz sostenida, seria y resonante, esas ideas me descorazonan y preocupan como nunca lo hacen cuando quedan sin decir. Yo quiero que las palabras sean secretas, que permanezcan aferradas a la oscuridad más profunda. La candidez de Vollmer deja al descubierto algo que duele».

La segunda parte tiene tres relatos: El corredor (1988), La acróbata de marfil (1988) y El ángel Esmeralda (1994), que da título al libro.

Del primero, diría que trata de la insignificancia moral de la vida. De la segunda, La acróbata, en lugar de subrayados pongo lo que anoté en la libretilla: “En una ciudad, Atenas, sometida a terremotos que parecen anunciar la no viabilidad de la vida, dos profesores extranjeros y pobres se cruzan. El relato no es una atmósfera creada con palabras que describen, son las palabras las que se convierten en una atmósfera de desasimiento”.

Así, saltándome subrayados, ahorro espacio y tiempo para poner algunos de El ángel, saltándome todo lo referente a este para que no haya spoiler. El argumento (sin la parte central) es la historia de dos monjas que viven en la peor zona de la ciudad, barrios pobres abandonados. Una es vieja y pertenece a la vieja escuela, la otra, joven, se entrega con esperanza de hacer el bien. Buscan coches abandonados (probablemente robados y abandonados), venden la dirección a un chatarrero y con ese dinero compran comida que reparten entre los escasos y peligrosos habitantes con la ayuda de unos okupas grafiteros. Los extractos a veces son descriptivos, a veces analíticos.

«La anciana monja se levantó con el alba, doliéndole todas las articulaciones. Llevaba levantándose con el alba desde sus días de postulante, arrodillándose en suelos de madera para rezar. Primero levantó la persiana. Es el mundo, lo de ahí afuera, manzanitas verdes y enfermedad infecciosa. La luz en franjas caía a lo largo de la habitación, impregnando las vetas tisulares de la madera de un antiguo resplandor ocre tan profundamente agradable en su trama y su coloración que tenía que apartar la vista o quedarse fascinada como una niña pequeña». (p. 83)

«Una hora después estaba con el velo y el hábito, ocupando el asiento del pasajero de una camioneta negra que se dirigía al sur desde el distrito escolar, pasando por la monstruosa vía rápida para tomar por las calles perdidas, un desperdicio de casas en ruinas y almas que nadie reclamaba. Era Grace Fahey quien iba al volante, una monja joven que vestía de seglar. Todas las monjas del convento llevaban faldas y blusas normales excepto sor Edgar, que tenía permiso de la congregación para ataviarse con las antiguallas de nombre arcano, la toca, el cíngulo y el griñón. Sor Edgar era consciente de que corrían rumores sobre su pasado, sobre cómo hacía girar en el aire el rosario de cuentas grandes y les cruzaba la boca a las alumnas con el crucifijo de hierro. Las cosas eran más sencillas antes. La vestimenta funcionaba por niveles, la vida no. Hace años que sor Edgar había dejado de pegar a las alumnas, antes incluso de ser demasiado vieja para dar clase». (p. 84).

«”Agujas en el rellano”, advirtió Gracie.
Cuidado con las agujas, no las pise, hábiles instrumentos que son del poco aprecio por uno mismo. A Gracie no le entraba en la cabeza que un adicto no pusiera especial cuidado en utilizar agujas limpias. Este fallo la hizo inflar de rabia los carrillos. Sor Edgar, en cambio, pensaba en el atractivo de la condenación, el mordisquito amoroso de aquel puñal de libélula. Sabiendo que no vales nada, lo único que puede gratificarte la vanidad es apostar contra la muerte» p. 91)

Cuesta creer cómo alguien se ha podido meter en la mente de dos monjas, una joven y una vieja. Eso, ya la capacidad de transmitirlo, lo convierten en el escritor superior que es. Pero no me resisto a poner otro, un poco más largo, que transmite la locura de la sociedad. El último. Han terminado la entrega de comida y Gracie deja a los grafiteros ayudantes (la “peña”) en una zona llamada El Pájaro.

«Gracie soltó a la peña en el Pájaro, en el preciso momento en que aparcaba un autobús. ¿Qué es eso, puedes creértelo? Un autobús turístico, pintado de carnaval, con un cartel enla ranura de encima del parabrisas en que se leía SOUTH BRONX SURREAL, Sur del Bronx surrealista. A Gracie se le hizo más intensa la respiración. Unos treinta europeos cámara en ristre bajaron tímidamente a la acera de las tiendas entabladas y las fábricas cerradas y contemplaron al otro lado de la calle el edificio abandonado, a media distancia.
Gracie, medio frenética, sacó la cabeza por la ventanilla y se puso a gritar:
—No es surrealista.  Es la realidad, es la realidad. Su autobús sí que es surrealista. Ustedes sí que son surrealistas».


Pienso que este grito de la monja a los turistas del mundo pobre, el de las últimas gotas de la resistencia y la vileza, a lo mejor el autor lo está diciendo como resumen de lo que es su obra y su visión del mundo: Es la realidad, es la realidad. Que queramos ver “la realidad”, depende ya de nosotros.

Ya he escrito demasiado (es decir, más que suficiente). Quedan los cuatro relatos de la tercera parte: Baader-Meinhof (2002), Medianoche en Dostoievski (2009), La hoz y el martillo (2022) y La Hambrienta (2011). No es por falta de ganas que no digo nada sobre ellos.


miércoles, 8 de mayo de 2013

Día 1937. "Recoge la luz del sol con las manos", de Toyo Shibata


Toyo Shibata, Recoge la luz del sol con las manos. Editorial Aguilar; edición original japonesa publicada por Asuka Shinsha, Co., Tokio, en 2010; edición española de 2013. Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla.





Hacia la disolución

El sonido del agua caliente
vertida por el termo
es como el de unas palabras tiernas.

Dentro de la taza
el azucarillo de mi corazón
avanza plácidamente
hacia la disolución.

Este poema lo escribió esa señora viejita de la foto. De ella me habló el poeta Roberto Terán antes de que se hubiera editado nada; solo tres poemas en Internet, a los que me encaminó Roberto. Desde ese momento quise leerlo todo de ella y, poco después, se editaba este libro. Es curioso que, fuera de los considerados “grandes”, de los que se ocupan la editoriales potentes dándolos a conocer en lo medios, los poetas que me llegan al corazón los he conocido casi siempre por el consejo de amigos poetas en los bares; o parados fumando un cigarro en una esquina.

A los 70 años, Shibata, viuda y jubilada, se dedicó a uno de los deseos de su vida: practicar la danza clásica japonesa, llegando a convertirse en maestra. Pero a los 92, unos fuertes dolores de espalda la obligaron a abandonarla. Su hijo le dijo entonces que, como siempre le había gustado el cine y la literatura, se dedicara a escribir. Y es lo que hizo entonces, además de captar los momentos de alegría que da la vida, hasta que murió el 15 de enero de este año, con 102 años de edad, dejando una obra llena de delicadeza que podría cambiar un poco la visión de la nuestra, sobre todo a partir de una cierta edad.

En la pequeña autobiografía del final del libro, escribe: «Nací en Tochigi, en 1911, hija única de Tomizo y Yasu Mirishima, que poseían un comercio de arroz muy próspero, pero debido a que mi padre era vago de nacimiento, el negocio fue declinando gradualmente, y en mi adolescencia pasó a otros propietarios». En esa autobiografía están los detalles de esa vida. Prefiero copiar los tres últimos párrafos, referidos a su “ánimo”:

«Una cosa que he observado al escribir poemas es que la vida no es solo triste y dura.
“A la edad que ahora tengo, me resulta muy difícil levantarme por la mañana, pero de todos modos me levanto de la cama diciéndome “¡Aúpa!”, desayuno una tostada untada con mantequilla o mermelada y una taza de té inglés. A continuación, hago una lista de las tareas que encargo a la asistenta: limpieza, lavado y compras. Estudio el plan económico de la casa con los gastos domésticos incluidos y el plan de visitas al hospital. Es decir, utilizo la cabeza, estoy ocupada. Por ello, a pesar de que vivir sola me entristece, procuro pensar así: la vida empieza siempre a partir de este momento. La mañana llega para todo el mundo.
“Llevo veinte años de vida en solitario. Vivo con denuedo».



Ahorro

Ahorro en mi corazón
la amabilidad del prójimo
para sacarla
en momentos de tristeza
y hallar consuelo.

También tú, desde ahora,
ahorra de esta manera.
Es mejor que una pensión,
créeme.


Para mí misma

Una a una
las lágrimas caen
sin cesar del grifo.

Sean cuales fueren tus penalidades,
por triste que sea lo que te suceda,
amargarte pensando en ello
no te servirá de nada.

Abandónate,
abre bien el grifo
y deja que las lágrimas caigan
de una sola vez.

Ya está, y ahora
tomemos café en una taza nueva.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Día 1938. "Diario de invierno", de Paul Auster


Paul Auster, Diario de invierno. Editoria Anagrama; primera edición, febrero de 2012. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. 243 páginas. 




Es un libro raro, sencillo y extraordinario a la vez, que me resistí a leer porque los libros de este autor me parecían todos iguales, pero al final lo hice por la insistencia de una amiga. Y efectivamente, no es igual a los anteriores.

Es raro porque, escrito durante un invierno, es la historia real de un hombre corriente que sabe que ha empezado el invierno de su vida y cuenta la vida cotidiana de un hombre, lo que nos sucede a todos, con independencia de que sea un “hombre famoso como escritor”. Pero no entra en él la vida del escritor, salvo en ligerísimas ocasiones y en el final, donde narra la “epifanía” que le mostró lo que debía pretender con su escritura, durante un ballet-ensayo con la coreógrafa explicando cada pocos minutos lo que habían hecho los bailarines. Entre el júbilo que le producían los movimientos de los bailarines y el aburrimiento de las explicaciones de la coreógrafa, tuvo su epifanía, comprendió el sentido de la escritura y se hizo el escritor que conocemos:

«Al cabo de cinco o seis minutos volvieron a interrumpirse, y una vez más Nina W. salió a hablar, de nuevo sin conseguir captar la centésima parte de la belleza que acababas de contemplar, y así siguió el espectáculo, de acá para allá durante una hora, los bailarines turnándose con la coreógrafa, cuerpos en movimiento seguidos de palabras, belleza seguida de un rumor sin sentido, júbilo seguido de aburrimiento, y en cierto modo algo empezó a abrirse en tu interior, te encontraste cayendo por la fisura entre el mundo y la palabra, el abismo que separa la existencia humana de nuestra capacidad de entender o expresar la verdad de la vida ...». (pp. 232-242).

Y no busquéis más “escritor” en el libro: es la única parte (más extensa que el extracto que he puesto) en la que Paul Auster hombre se refiere a Paul Auster escritor. El resto es una vida común, marcada por la época y la nacionalidad, de un hombre común y, como siempre, particular. Algunas veces coincide que le han sucedido cosas como a nosotros; otras veces no. Y como todos solemos ser cotillas, nos encanta que en un bar nuestro fontanero bosnio cuente algunas de sus cosas. Pero si ese fontanero escribiera un libro de 240 páginas sobre esa vida que nos gusta escuchar, no lo leeríamos.

¿Por qué no lo leeríamos? Porque este libro tiene Trampa: habla de un hombre, un tal Paul, pero este Paul es escritor y sabe escribir, transmitir, organizar las partes. Así que he entrado con placer en la trampa de que un escritor me cuenta su vida de no-escritor. Y el resultado de entrar ha sido positivo.

El primer acierto es que se distancia de quien es ahora, usando la segunda persona.

Ya en el primer párrafo, une su destino al de todos los hombres (o sea, cuenta la historia de un hombre como todos).

«Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro». (p. 7).

«Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana,» (p. 7)
«Tienes diez años, es pleno verano y» (p. 8)
«Que ya no eres joven es un hecho indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta, no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos como tú». (p. 8)

Ya estamos informados, en las dos primeras páginas, de qué es lo que va a contar (lo que le pasa a cualquiera, dependiendo de la cultura y país en que viva) y cómo nos lo va a contar: con ese distanciamiento imperfecto (y tan difícil) de la segunda persona. Y con separaciones de varios espacios, va enlazando con motivo evidente o sin él los diversos sucesos de su vida. Como no es un relato lineal, como lo que fue su futuro se enlaza con lo que había el pasado, hay repeticiones (que resultan muy bien venidas).

***

Por ejemplo, y solo voy a citar algunos ejemplos de las múltiples vicisitudes a las que se refiere (quien quiera conocer al Paul hombre corriente, tendrá que leer el libro) en las páginas 20-22 escribe del alcohol y el tabaco; cuenta con naturalidad que bebe como un adulto normal y que el tabaco le puede. Lo explica muy bien; y aprovecha para que haga la primera aparición de su maravillosa Siri, la sensatez de esta, que cuando se conocieron él llevaba mucho tiempo bebiendo y fumando:

«...pero cuanto más viejo te haces menos probable parece que vayas a tener la fuerza de voluntad o el valor de abandonar tus adorados puritos y frecuentes copas de vino, que tanto placer te han procurado a lo largo de los años, y a veces piensas que si tuvieras que suprimir esas cosas de tu vida a estas alturas, tu cuerpo simplemente se vendría abajo, tu organismo dejaría de funcionar. Sin duda eres una persona precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo (¿por qué, si no, te has pasado tu vida adulta vertiendo palabras como ange en una hoja de papel?), y las recompensas que te brindan el alcohol y el tabaco te sirven de muletas para que tu lisiado ser se mantenga erguido y pueda moverse por el mundo. Automedicación, como lo llama tu mujer. A diferencia de la madre de tu madre, ella no quiere que seas de otra manera. Tu mujer tolera tus debilidades y no te riñe ni te suelta sermones, y si se preocupa, es sólo porque quiere que vivas eternamente. (p. 21)

Puede hablar, por ejemplo, de algo tan normal como las veces que tienes una necesidad perentoria de orinar; contando cómo por aguantarse terminó teniendo un accidente de coche tremendo cuando iba toda la familia, sin consecuencias graves más que para el coche.

Y de ahí pasar al tema de la “muerte”, disparado por una conversación que tuvo con Trintignant momentos antes de que comenzara una lectura pública, entre los dos, de uno de los libros de Paul. El actor tenía 74 años y el escritor 57.

«Estás sentado en una silla sin hablar con nadie, simplemente sentado y observando a la gente de la habitación, y ves que Trintignant, situado a unos tres metros de ti, también guarda silencio, mirando al suelo con la mano en la barbilla, aparentemente perdido en sus pensamientos. Finalmente, alza la cabeza, se encuentra con tu mirada y, con inesperada seriedad, en tono circunspecto, dice: “Paul, quiero decirte una cosa. A los cincuenta y siete me encontraba viejo. Ahora, a los setenta y cuatro, me siento mucho más joven que entonces”. Te desconcierta esta observación. No tienes ni idea de lo que intenta decirte, pero notas que es importante para él, que está tratando de comunicarte algo, y por ese motivo no le pides que explique lo que quiere decir. Durante casi siete años ya, vienes reflexionando sobre sus palabras, y aunque sigues sin saber exactamente cómo interpretarlas, ha habido atisbos, breves instantes en que te ha parecido estar a punto de entender la verdad de lo que te estaba diciendo. Quizá sea algo tan sencillo como esto: que el hombre teme más a la muerte a los cincuenta y siete que a los setenta y cuatro».

Después cuenta su violento desarrollo físico juvenil; su primer polvo con una prostituta y su historia de putero; el cuerpo y todo lo que hace, en lo hermoso y lo escatológico, para terminar describiéndose como “un hombre que camina” (siempre escribe pensando primero las historias durante largos paseos”.

Después, entre las páginas 67 y 122, escribe sobre todos los espacios, casas y habitáculos en los que ha vivido desde que nació. Cada espacio tiene sus habitantes, así que vuelven a repetirse cosas, como el divorcio de sus padres y el enfrentamiento con los familiares del padre. Hasta que llega a la última, donde vive con Siri después de haber arreglado hasta el último centímetro: su punto espacial de máxima felicidad:

«Ahí es donde vives, y ahí es donde vives y ahí es donde quieres seguir viviendo hasta que ya no puedas subir y bajar las escaleras por tu propio pie. No, más aún: hasta qye no no puedas subir y bajar las escaleras a gasta, hasta que te saquen de ahí para meterte en la tumba».

Hemos llegado justo a la mitad del libro. Lo que cuenta a partir de ahí va cobrando un interés creciente (su posición como judío, que aprovecha, al tiempo que cree firmemente en la igualdad de todos; profundas reflexiones sobre la familia de don de viene, sobre su primera esposa, sobra la actual. Pero creo que lo dicho es suficiente para marcar la necesidad del leer el libro.



sábado, 24 de noviembre de 2012

Día 1939. "Más lecturas no obligatorias", de Wislawa Szymborska





Wislawa Szymborska, Más lecturas no obligatorias. Ediciones Alfabia; primera edición, marzo de 2012. Traducción de Manel Bellmunt Serrano. 196 páginas.

Poco antes, la editorial sacó Lecturas no obligatorias, de la que el presente libro es una segunda oleada. He buscado el primero, sin encontrarlo; quizá porque lo presté, más probablemente porque desde que reordené la biblioteca personal, no encuentro nada. No tengo acceso, pues, a los subrayados y anotaciones, y tendré que referirme solo al segundo volumen. En realidad no importa demasiado, porque salvo los libros recensados por Wislawa, no hay diferencia alguna en el tratamiento: personal, sabio, amoroso o mordazmente irónico. Escribir de este es hacerlo de los dos.
Me considero un adepto fiel a sus poemas, así que ya estaba ganado para la causa. Si alguien no la ha leído, puede escuchar dos poemas traducidos al español que muestran su dulzura de hierro, la ironía el fondo absolutamente humano de su vida, clicando en este poema (https://www.youtube.com/watch?v=NHH7c5-DQHE&NR=1&feature=fvwp) y en este otro (https://www.youtube.com/watch?feature=fvwp&v=lWE10svTtEg&NR=1), que siempre me ha parecido uno de los más emocionantes poemas sobre la muerte. Ambos recitados por Luisa Pastor, ante la que ya mismo me excuso por reproducirlos sin permiso.
Ya que estoy poniendo enlaces de hipertexto, no me resisto a incluir un chiste sobre la creación, para que se la pueda ver a ella, ya muy mayor, bromeando sobre la humanidad:  https://www.youtube.com/watch?v=gVnb3XXw9Hg.


*****

Para celebrar la publicación del primer volumen, la Editorial pone en su página web este texto de WS:

« Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad.»

No me cabe duda de que en este párrafo la autora explica el entusiasmo con que la autora se entrega a la tarea de recensar todo tipo de libros, pero todos los datos que he leído de ella pasan como sobre brasas por su actividad en la que fue una autora premiada en Polonia con sus dos primeros libros, hechos desde el realismo socialista y desde el apoyo al sistema. Libros que rechazó más tarde, saliéndose de la primera fila de autores protegidos. Solo con la caída del bloque soviético empieza a ser conocida y traducida, recibiendo un premio en Alemania y más tarde el Nóbel (Por su poesía, que con precisión irónica permite que el contexto histórico y biológico sea iluminado en fragmentos de la realidad humana”). No he podido averiguar si sus libros se imprimían, se distribuían. Quizá se vio reducida a vivir de sus traducciones y críticas, que en todo caso hizo con pasión y honestidad.



*****

Todos los libros “criticados” son polacos o traducciones al polaco. De la cultura universal (los cuatro primeros son El Satiricón, Entremeses de Cervantes, Gilgamesh y Los mitos griegos) o de la cultura polaca, de ciencias o de letras, de asuntos de importancia o de lo más peregrino. Pero siempre aborda la recensión cuando es necesario como una “profesora”, señalando aquello que el lector desconoce, o, en los mejores casos, como una conversación con el autor: lo que importa es sobre todo lo que dice ella impulsada por la lectura del libro.

Como por ejemplo en la página 21, escribiendo sobre el libro Mercaderes en el siglo XVI, de Pierre Jeannin, cuya crítica empieza así, centrándose en el interés por el tema:

«Se han escrito muchas historias de aventuras sobre caballeros andantes, pero sobre mercaderes andantes, que yo sepa, ninguna... y eso que hasta un mercader normal y corriente superaba al noble medio en cantidad y riqueza de sus aventuras, en la necesidad de arriesgar su vida y en iniciativa. El mero hecho de tener que viajar más, con más frecuencia y más lejos, le exponía constantemente a innumerables peligros.»

Voy a hacer una excepción, poniendo entera la crítica que hace a la biografía de Haroslav Hasek escrita por Radko Pytlik: porque su brevedad me lo permite, porque es un ejemplo magnífico del motivo de que sean interesantes incluso aunque el crítico autor del libro nos sea, y seguirá siendo, desconocido, (no así la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk) pues la lección de humanidad y humanidades queda absolutamente clara, aunque del biografiado conozcamos una obra, pero poco de él mismo. También por la ironía con la que se carga un libro. Por el humor desbordante con el que se atreve a criticar a un crítico cercanos al Régimen, por necio. En este caso se trata de un libro checo traducido al polaco.

«Sea quien sea, el crítico literario debería creer en fantasmas. El miedo a que, de repente, a medianoche, se abra la puerta y aparezca el espíritu del escritor al que se está examinan podría resguardar a los exégetas de no pocos disparates. Lástima que Radko Pytlik no tenga miedo de los fantasmas y proyectara su obra sobre Hasek con una sensación de absoluta seguridad. Como resultado ha conseguido hundir a este gran humorista en el océano de la fraseología. En algún lugar del subconsciente del crítico echó raíces el convencimiento de que revolución y alegría son dos conceptos irreconciliables. Como Hasek era revolucionario, Pytlik consideró que su deber sagrado era justificar de alguna manera el sentido del humor del escritor. Y descubrimos con estupor las diversas “máscaras” de Hasek: la máscara del bromista, la del bufón y la del embaucador. Resulta que solo la cruel necesidad le compelía a reír; de tal modo que si los tiempos hubieran sido menos terribles, Hasek, con un suspiro de alivio, se habría puesto a escribir tragedias. Al crítico le plantea serios problemas la vida personal del escritor, quien no destacaba por su ejemplar comportamiento, era muy dado a organizar escándalos y se le conocía por su amor a la bebida. Como todas esas inclinaciones bohemias no encajan demasiado bien con el modelo del progresista ideal, Pytlik trata de conve3ncernos de que Hasek no juguetea de manera inocente, sino con lúgubre premeditación. Los únicos rayos de luz del libro son las citas del propio Hasek y algunas fotografías suyas. Nos mira el mofletudo rostro de un hombre capaz de reírse de cualquier cosa que se cruzara en su camino. Por desgracia, Pytlik llegó demasiado tarde.»


Otra crítica implacable de la necedad de los críticos impulsados por una idea previa. En este caso, del libro Los viajes con Homero escrito por Ernle Bradford y traducido del inglés. Copio las cuatro primeras líneas y la siete últimas.

«Ernle Bradford anhela exculpar al respetable Homero de la acusación de no conocer de cabo a rabo el mar y de tener una vaga idea sobre el arte de la navegación. Y se entrega en corazón y alma a esta tarea. [...] Lo que no es tanto una prueba del historicismo de Homero, como de la hipersensibilidad de la autora. Y como respetamos a las personas que padecen hipersensibilidad,  disculparemos al autor su más que superficial conocimiento de la mitología y de un tal Cavafi, “un antiguo poeta alejandrino”, sobre el que bien merece la pena saber, por cualquier otra fuente, que el tal Kavafis no es tan antiguo, que digamos.»

También hace críticas muy positivas de libros literarios y de todo tipo, porque esta colección de prosas incluye libros científicos, biológicos, históricos, etc. Por ejemplo, la de la traducción al polaco de nueve de los catorce poemas de El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, de T. S. Eliot. Tras una reflexión sobre la capacidad del poeta de escribir tanto La tierra baldía como un poemario dedicado a los gatos, termina la crítica con estas 13 líneas:

«Cada gato es una personalidad, por lo que se convierte en un proyecto literario independiente. Algo que el mismo Thomas Stearn Eliot sabía perfectamente. Además de eso, el gato posee determinados rasgos inequívocamente felinos que tampoco ha escapado a la atención del poeta. Presten, por favor, atención a la cita: “Siempre está en el lado equivocado de la puerta / y aunque solo hace un momento que salió, ya vuelve a querer entrar”. Cualquiera que conozca a los gatos aplaudirá dicha observación. La vida del que tiene un gato se convierte en un constante abrir y cerrar de puertas. Con los perros hacemos ejercicio en los espacios abiertos. Con los gatos, dentro de casa. En uno u otro caso salimos ganando, porque no hay nada peor para el estómago y el alma que ser víctima de la inercia y el marasmo.»

He de dejar de poner extractos; con pena, porque tenía marcados tantos, de libros y teorías tan variadas que me molesta que se pierdan este lujo. No tendrán más remedio que buscarlo en una biblioteca o pedírselo prestado a un amigo; no a mí, que probablemente por ese motivo ya perdí el primer volumen.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Día 1940. "Corrección de pruebas en Alta Provenza", de Julio Cortázar





Julio Cortázar, Corrección de pruebas en Alta Provenza. R.M Verlag; primera edición, abril de 2012. Introducción de Juan Villoro. 46 páginas.


En el verano de 1972, Julio Cortázar recibió en su casa de Saignon las galeradas de pruebas de el Libro de Manuel, metió vino, provisiones y la máquina de escribir en su furgoneta Volkswagen, que llevaba la “F” de Francia y para él se convirtió en Fafner, el dragón wagneriano, y se perdió en la naturaleza y la soledad de la Alta Provenza para enfrentarse a esa corrección, reflexionar sobre el libro y anotar en un cuaderno los sucesos y reflexiones. La furgoneta y el paisaje son los de la foto. El cuaderno se convirtió en este libro.
El libro cuyas pruebas iba a corregir era difícil, tanto por la experimentación como por la intencionalidad política. Ya se encarga Juan Villoro en la introducción de considerar que este cuaderno de reflexiones es el “libro bueno”, mientras que el Libro de Manuel es el “libro fracasado”, quizá por introducir las “contingencias políticas”.
No puedo estar de acuerdo con Villoro, porque muchos libros de la historia de la literatura han tratado de contingencias políticas y los autores se descantado claramente por un bando, como hace Cortázar aquí. Tampoco estoy de acuerdo con el riesgo de la experimentación, consistente en puntuar el libro con facsímiles de noticias periodísticas que se produjeron mientras escribía el libro original. Los collages han formado parte de las vanguardias, hasta el punto de que puedo escribir la palabra sin ponerla en cursiva, incumpliendo quizá la norma de la RAE, pero siendo entendido por todos.
El Libro de Manuel fue dado de lado, con razón, por los cortazarianos estrictos, que gozaban de su tipo de escritura sobre todo en los cuentos y, como mucho, por los jóvenes que usamos Rayuela como libro de cabecera (creo que Villoro dice de “autoayuda”). Luego, desapareció. Pero muchos que vivíamos las mismas inquietudes que llevaron a Cortázar a introducir a hierro la política en su literatura, recibimos este libro como un regalo personal y disfrutamos de él.
Fueron tiempos en los que violencia formaba parte de nuestra vida, casi siempre como víctimas, y colapsaba la relaciones sociales. Los años que los italianos describieron como los años de plomo. Pasaron; el poder pudo con todos los movimientos, les puso el marchamo de “terroristas” y el silencio lo cubrió lo que quedaba. El olvido de esa época fue forzoso y el Libro de Manuel se convirtió en una impertinencia burguesa. El propio Cortázar expresa sus dudas fundamentadas sobre el libro que corrige. Pero los que vivimos esa violencia como algo cercano, esperamos que el libro recupere la capacidad de “dar cuenta” de algo que formó parte de la vida de muchos europeos y americanos del sur, del centro y del norte. Algo que suele ser incomprendido por los jóvenes de después (que alguno ya no lo son tanto). La realidad puede girar, como dice Villoro, pero son los escritores los que ponen sobre la mesa los tuétanos de la Historia.
Pero aquí hablamos de Corrección de pruebas en Alta Provenza y tengo que estar de acuerdo con Villoro en que es un libro inmenso y fundamental.

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Cuatro extractos de la Introducción de Juan Villoro

 (pp. 6-7) «El Libro de Manuel llevó a Cortázar a un desafío del que nunca estuvo muy seguro: comentar las noticiosas urgencias del presente desde la ficción. Corrección de pruebas es la bitácora en la que revisa un texto que corre el peligro de envejecer con los giros de la realidad.
Todo comentario político está sujeto a las contingencias que lo explican. Cortázar acepta con franqueza la posibilidad de que la rebeldía armada que reivindica el Libro de Manuel pierda el significado que tiene en días en que parece no haber otro remedio.
Viaja por las fragantes colinas de Provenza, pensando el modo en que esa aventura hecha de papel y tinta se relaciona con su tiempo. Cada quince minutos, la radio le trae noticias que conforman sus intuiciones sobre la violencia: Las Olimpiadas de Múnich son asaltadas por el terrorismo y un grupo de militantes montoneros es asesinado en Trelew, Argentina. Con amarga certeza, el novelista comprueba que, luego de dos años de escritura, su libro no ha perdido actualidad.»

(p. 9) «En Corrección de pruebas, el propio Cortázar entra en tensión con la novela que acaba de terminar. Aunque defiende su vigencia y la necesidad de publicarla, crea un seductor entramado de dudas que expresan la siempre vacilante relación del autor con su público.»

(p. 12) «En otra carta a su amigo Jonquières, escribió Cortázar: “Las obras impuras, pero cargadas de esa tremenda fuerza que tiene la impureza, fascinan más que las ‘regulares’”. Corrección de pruebas pertenece a ese género impar. Como Eladio Linazero, protagonista de El pozo, o como Antonio López en El sol del membrillo, Cortázar cuestiona un texto que se le resiste. No lo rechaza ni abjura de él, pero siente la necesidad de compensarlo con otro texto, más audaz y libre, donde boxea con su propia sombra.»

(pp. 14-15) «En el verano de 1972, Julio Cortázar llevó una singular bitácora de abordo. El saldo de su travesía fue una breve obra maestra. La meta más significativa no iba a ser el libro corregido, sino las reflexiones laterales, el taller secreto que lo sustentaba, el modo de vida que permite una lectura singular.»


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Extractos del pequeño volumen de Cortázar

(pp. 23-24, tras pasar miedo por la lluvia y la crecida del río junto al que está aparcado) «No soy más oquista que otros, si me burlo de mí mismo es porque también esto es Manuel, una manera de reconocer decentemente lo que no siempre se reconoce a la hora de enrostrarles a los demás sus prescindencias y sus cobardías sin primero haber comprobado que no se tiene la viga en el propio. Por lo demás esa noche había trabajado duro en mi burbuja Fafner desamparada en el diluvio, y una cosa estaba clara, la tremenda confusión del principio del libro, esa imposibilidad que tengo de armar una novela hasta que ella lo decida, y a veces le cuesta. Sé que es una imposibilidad, pero conozco también sus causas profundas, la negación de lo literario como proyecto  humanista, arquitectónico, la necesidad de una apertura previa, esa libertad que reclama todo lo que voy a hacer y, para eso, ninguna idea clara, ningún esquema formal: ser intercesor o médium, dejar que un chileno aparezca como si fuera a convertirse en un personaje estable del elenco y verlo desaparecer (más bien no verlo, descubrir en algún momento que ya no está ahí, que abrió la puerta y se mandó mudar), a la vez que algún otro va metiendo los codos para instalarse, como Óscar por ejemplo.»

(pp. 26-27) «En fin, ya que me acuerdo de ese viraje al empezar Manuel, pienso también que tuve miedo y me interrogué en ese nivel que toca una ética, una conducta. Entonces qué, les vas a dar un plato cocinado, vas a escribir para lectores previstos, vas a caer en la trampa de la “realidad” contra la que no hace mucho te levantaste como polenta descuidada. Tuve que luchar contra una sospecha de facilidad (la peor que jamás podría tener en mí mismo), hasta que el mero escribir, seguir adelante, me fue dando razón y paz. Vi bien claro que Manuel vendría en argentino, en mi argentino que estará pasado de moda pero que todavía sirve para jugarse el pellejo cuando llega la ocasión, y que su lectura no reclamaría ningún código, ninguna grilla, ninguna semiótica especial; pero a la vez y entonces, dentro de ese ómnibus lingüístico accesible a cualquier pasajero de cualquier esquina, entonces sí apretar el fierro y acelerar a fondo, entonces sí hablar de tanta cosa que habría que vivir de otra manera (no forzosamente la de Manuel, que es una de las muchas posibles), buscando arrimos y tanteos, asomos a una visión más abierta dentro de la perspectiva revolucionaria, sin pretención  de definir a un hombre nuevo del que tan poco se sabe, dejando apenas caer algunos sueños, algunas esperanzas en su camino futuro.»

(pp. 28-29) «En dos palabras (mentira, ya van tres): se me da que ningún escritor de veras puede ya montar un sistema propio y agazaparse en él. Se acabó el escritor araña, el escritor cangrejo ermitaño, el señor que frente al caos exterior reivindica un humanismo decimonónico, loable en su tiempo, pero pulverizado por los detergentes del vigésimo. Entonces, descubrir en diafragma propio que los nobles reductos huelen cada vez más a rancio, y que eso al fin y al cabo no es una catástrofe ni una derogación, comprender que escribir es hoy otra cosa que arrancar desde una especie de estatuto del intelectual, y que a la vez exige ser más escritor que nunca (porque aquí te veo venir, amiguito demagogo, contentísimo de lo que crees un triunfo de tanto compromiso vociferado por grupos, manifiestos y congresos, y aprobado por mayorías que reemplazan el talento por el número); irse a la montaña sin ser precisamente Zaratustra, a corregir unas pruebas de galera poco importantes, un librito generoso y atorrante como un buen tango, y decirse que a lo mejor no está mal contar lo que pasa, cómo el solitario de los años cincuenta comprende cada día mejor que escribir o corregir lo escrito no es solamente viajar de adentro para fuera sino que las afueras están ahí, como lo estaban para morder cada día en la ración de avance del Libro de Manuel, y ahora se siguen dando en la gente que viene a espiar a Fafner porque desde luego Fafner no es todavía un espectáculo frecuente en las provincias francesas, un auto de donde sale un ruido de máquina de escribir y un blues de Jimmy Rushing sin hablar de la puzza de unos canelones que se me quemaron; la gente asomándose, la música barroca o pop o quechua –de todo hay en las ondas francesas, me crea--, los boletín sobre los juegos olímpicos donde Mark Spitz, pibe, para qué te cuento. Cosas así le pasan a cualquiera que trabaja aunque nadie va a pretender que un novelista incorpore a cada párrafo, además de su tema, lo que le está sucediendo a su alrededor; a menos que –y aquí entro yo de nuevo, usted perdone y disculpe—eso que está sucediendo sea también materia y concomitancia del tema, convergencia misteriosa de acontecimientos y resonancias que suceden el tema y lo acompañan como esos perros o esos gatos que a veces se nos apilan en un paseo, nos siguen un rato con aire de gran adhesión y camaradería, para largarnos en cualquier esquina cuando se les acaba el inexplicable motivo por el cuál nos habían adoptado.

El párrafo final, el de los perros y los gatos, muestra esa escritura suelta de Cortázar que tanto nos gusta y que se esparce por todo el texto. Pero hay además unas enseñanzas profundas que me hacen pensar que si uno escribe aunque sea un cuento al año, haría mal en no leer este libro.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Día 1941. "Una puerta que nunca encontré", de Thomas Wolfe






 Thomas Wolfe, Una puerta que nunca encontré. Periférica; primera edición, marzo de 2012. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas. 101 páginas. Publicado por primera vez en dos números del Scribner's Magazine correspondientes a 1933 y 1934. Posteriormente pasó a formar parte de Del tiempo y el río

RECOMENDACIÓN DE LECTURA
Es un placer incluir dos libros, este y
El niño perdido¸ como de lectura obligatoria
para todo el que tenga una cultura “terciaria”,
algo menos que “mediana”, de la literatura. el
sentido y el placer que proporcionan los
convierten en “lectura casi obligada.

Prolegómeno prescindible

El nombre de Thomas Wolfe resuena siempre en frases de William Faulkner, que lo consideró un maestro, a pesar de que la primera novela de Wolfe fue publicada en 1929, cuando el otro había publicado ya cuatro, entre ellas El ruido y la furia. Fue el año en que Wolfe publicó su primera, El ángel que nos mira. La leí  cuando la publicó Bruguera, hace muchísimos años, y desde entonces los escritos de Wolfe han formado parte importante de la herencia que he recibido.
Dice Faulkner, y lo avisa la contracubierta, que esta pequeña novela, publicada en 1933, es en realidad la continuación de otra que Wolfe publico en 1937, El niño perdido. Y es cierto, porque el narrador es el mismo, pero en la de 1937 era un niño que vivía con su padre y recordaba a su hermano muerto, mientras que en la de 1933 también el padre ha muerto. No solo eso, los temas de la estructura son mucho más claros y ordenados, están “mejor escritos”, en El niño que en Esta puerta. Con lo que no estoy diciendo que el libro al que hoy me refiero no merezca la más atenta y feliz de las lecturas. Es una pequeña obra maestra que fue seguida, cuatro años después, por otra pequeña obra maestra todavía mejor.
Aunque Faulkner lo reconozca como maestro, y sea su lector fervoroso, aquí es Wolfe el que “usa” la misma estructura que Faulkner en su El ruido y la furia: cuatro partes que llevan por título una fecha no secuencial. Desconozco si esta estructura había sido usada antes por otros, pero es eficaz para contar lo incontable: y si no pretendes contar lo incontable, ¿para qué escribes? Lo que sí sé, como sabe todo el mundo, es que el título procede de un monólogo del quinto acto de Macbeth: “Es un cuento relatado por un idiota, lleno de sonido y furia, sin ningún significado”. Siempre, en privado, he discutido esa traducción, aunque reconozco la “sonoridad” y me pliego al peso de la tradición.
Lo que me importa aquí es que Wolfe homenajea otra vez a Faulkner, en la página 35 de esta edición, cuando dice “una torre de marfil lejos de la furia y el ruido de este mundo”. No me gusta meterme con mis compañeros traductores, porque sé en qué condiciones trabajan. Sé perfectamente que los libros producen eco en los libros y que a los escritores les gusta meter frases de otro escritor, para ver quién lo descubre, y que haría falta una cultura enciclopédica, que no se le puede pedir a un  traductor, para descubrirlo. Pero “el ruido y la furia” es ya una frase hecha lo bastante conocida para no equivocarse en el orden. Quizá esté en otro orden en el original y no debería hacer esta crítica. A cambio, una traducción de 2012 no debería mantener la ortografía que ya en 1998 rechazó la Academia, como el acentuar el adverbio “solo”. No me parece mal, aunque me chocó al principio, el uso del hispanismo “errancia” que, significa algo más que “vagabundeo”, pues incluye un viaje espiritual. Soy de los que creen que va siendo hora de que nos traigamos hermosos y precisos términos de Latinoamérica. He de decir, a pesar de las “pegas” que he citado, y algunas otras que callo, que la traducción se deja leer sin los sobresaltos frecuentes a los que los editores nos tienen ya acostumbrados.

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El libro

Está dividido en cuatro partes, identificadas con número romano y fechas:

p. 11, Capítulo I: Octubre de 1931
p. 35, Capítulo II: Octubre de 1923
p. 57, Capítulo III, Octubre de 1926
p. 85, Capítulo IV, Finales de abril de 1928

Si el libro que escribió cuatro años después trataba de un niño perdido, en dos de los capítulos escribe sobre el hombre en que se convirtió, perdido todavía, el niño que estaba perdido; en el tercero escribe sobre uno de sus viajes, a Inglaterra; y en el cuarto, que significativamente pasa del otoño a abril, se plantea una posible solución o encuentro al enigma de la vida. Los dos primeros, y en cierta manera el cuarto, tratan de la voracidad ante la vida que acosó al autor: querer abarcarlo todo, vivir más allá del límite. Una de las partes coincide punto por punto de su vida gargantuesca, para la que nada era suficiente si había algo que aprender. Quizá un estilo de vida agotador que le llevó a morir de tuberculosis a los 38 años. Pero hay una parte, la del viaje a Inglaterra, que estructuralmente no “casa” con el libro. Para entendernos: mataría por leer ese capítulo, pero fuera de este libro.

Capítulo I

Planteamiento de su ansiedad ante la Ciudad y el Tiempo: la voracidad del joven que quiere abarcarlo todo, conseguirlo todo, con su estilo casi waltwhitmaniano. El capítulo se planeta como contraste entre un millonario que lo tiene todo y le ha invitado a cenar, a él que no tiene nada y vive en el repugnante agujero del Brooklyn armenio. El millonario, sin embargo, cree que el protagonista, que está solo en su agujero, tiene toda la esperanza y vivacidad. Su estilo es voraz, enumerativo. Un calco de su hambre de vida. Grandioso, pero nunca grandilocuente, porque como lector participas de esa ansiedad.


(pp. 13-14) «Cuando vuelves a la habitación [el salón del millonario] te sientes muy lejos de Brooklyn, que es donde vives, y todo lo que la ciudad te hacía sentir cuando eras niño, antes de que pudieras saber nada al respecto, ahora te resulta no sólo posible sino inminente, a punto de ocurrir.
La grandiosa imagen de la ciudad vive en tu corazón con sus colores fantásticos, tal como ocurría cuando tenías doce años y pensabas en ella. Crees que esa felicidad gloriosa que dan la fortuna, la fama y el triunfo será tuya de un momento a otro, que estás a punto de ocupar tu sitio entre los grandes hombres y las mujeres cariñosas, una vida afortunada y feliz como jamás has visto. Todo eso está allí, esperándote de algún modo, al alcance de la mano, al alcance de una palabra, sólo tienes que pronunciarla. Apenas un muro, una puerta, un paso de distancia, sólo te falta saber dónde se encuentra.
Y de algún modo renace en ti la vieja, indomable y muda esperanza de que finalmente hallarás la puerta por la que debes entrar, que este hombre te dirá dónde encontrarla.»

(p. 14) «Entonces, la vieja perplejidad, la vieja confusión del alma que sentías cada vez que pensabas en el misterio del tiempo y en la ciudad vuelven a ti.»

(p. 32) «Una ventana se cierra. Y otra vez el silencio, la tarde y los sonidos remotos y las voces entrecortadas de Brooklyn; Brooklyn en la informe, incalculable y corrosiva brutalidad de la vida.
Y recuerdas cómo la vieja luz roja se apaga rápidamente en el ladrillo rojo de las viejas casas y hay voces en el aire y la música que viene de no se sabe dónde.
Y recuerdas cómo nos quedamos allí tumbados, átomos ciegos en la oscuridad de nuestros pequeños cuartos, grises y mudos átomos en medio de la hormiguente desolación de la tierra.
Y recuerdas cómo nuestra fama se desvanece, nuestros nombres caen en el olvido, despojados de nuestros poderes como tierra saqueada mientras nos quedamos allí tumbados.
¡Por Dios, nos estamos muriendo todos en la oscuridad!...»


Capítulo II
Es el capítulo más intenso, memorable (digno de recuerdo), el que araña, el que explica por qué, de los 4 capítulos, tres están dedicados a octubre, cuando cree que su proyecto está agotado y regresa a casa, cuando el padre ya había muerto.

(p. 35) «Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia. Por qué o cómo llegó a ocurrir es algo que nunca he sabido. Pero así son las cosas.. Desde los quinces años, excepto por un breve intervalo, he vivido una vida tan solitaria como sólo la puede tener un hombre moderno.  Con esto quiero decir que el número de horas, días, meses y años, el tiempo real que he pasado solo, ha sido extraordinariamente inmenso. [...] Amaba la vida con tanto ímpetu que me volví loco por la sed, por el hambre que tenía de vivirla; un hambre tan literal, cruel y física que quise devorar la tierra y a toda la gente que vivía en ella.»

(36-37) «Pero esta furia que me llevó a leer tantos libros no tenía nada que ver con la educación, nada que ver con los honores académicos, nada que ver con el aprendizaje formal. Yo no era, en absoluto, un hombre de la academia y no quería serlo. Sencillamente, quería saberlo todo, y me volví loco cuando descubrí que no podría conseguirlo. En medio de un rapto furioso de lectura en la gigantesca biblioteca la idea de las calles y de la gran ciudad me atravesó el cuerpo como una espada. Ma pareció entonces que cada segundo que pasara entre aquellos libros sería un desperdicio, que en ese mismo momento algo que no tenía precio, algo irrecuperable estaba sucediendo en la calle, y que si lograba llegar a tiempo para verlo, de algún modo obtendría el conocimiento que buscaba; la fuente, el pozo, el manantial del que procedían todos los hombres y las palabras, todas las acciones y todos los planes de este mundo.»

(p. 41) «la gigantesca planta del tiempo, el deseo y la memoria floreció y se alimentó con su tumos canceroso a través de los tejidos de mi vida, hasta que la tierra de la que vengo y la vida que había vivido hasta entonces me parecieron algo tan remoto y perdido como la ciudad sumergida de la Atlántida.
Un buen día, sin embargo, me desperté y pensé en mi casa. Un cerrojo se desatascón en mi memoria y la puerta se abrió. [...]
  Me dije: “¡Debo volver a casa!”. Todos los hombres que han vagado sobre la faz de la tierra dicen estas palabras en algún momento.»

(pp. 43-44) «Había vuelto a casa y no podía creer que mi padre estuviera muerto: a veces creía escuchar en la calle la llamada de su portentosa voz y pensaba en que lo vería caminar hacia mí por la plaza, con su desgarbado paso de trotamundos, o que me toparía con él cada vez que doblara una esquina, o que lo vería correr hasta casa con la lengua fuera y toda su descomunal provisión de comida y carne; llevándonos a todos la seguridad inmortal de su fuerza, su poder y su pasión; llevándonos a todos una vez más el mensaje atronador de su fuego, que hacía tambalear hasta el tubo de la fogosa chimenea con su formidable estruendo; dándonos una vez más el exultante placer de saber que los buenos días, los mágicos días, los tiempos dorados de nuestras vidas volverían de nuevo, y que este mundo fantasmal y de ensueño donde me hallaba daría paso de inmediato a toda la gloria de la tierra sólo si mi padre volvía para revivrlo, para hacernos vivir una vez más. [...] y recordaba mi vida, la casa familiar y el millón de extraños y secretos rostros del tiempo, pensando, sintiendo, pensando: “He vuelto a casa una vez más y mi padre está muerto... y ése era el tiempo... el tiempo... el tiempo... ¿Adónde iré ahora? ¿Qué debo hacer? Pues octubre ha vuelto una vez más, pero algo de la riqueza de la vida tal como la conocíamos se ha desvanecido y estamos perdidos.»

Capítulo III

Tras la intensidad del capítulo II, del que solamente he copiado un mínimo de párrafos ardientes, no se entiende este capítulo. Habla de un viaje a Inglaterra, quizá porque en su vida hizo seis viajes a Europa y, presa como siempre de la ansiedad y la voracidad, se quejaba del tiempo perdido en los trayectos. Fuera de este libro, habría celebrado el texto, sobre todo por la crítica humorística de la comida inglesa.

(p. 74) «La comida tenía muy buen aspecto y era, como el espíritu de la nación, sosa. De qué manera lo conseguían era algo que nunca sabré decir: todo era de primera calidad, pero uno siempre acababa masticando sin ganas, desconsoladamente, tragando con la paciencia tediosa del hombre condenado a una dieta perpetua de espinacas hervidas sin sal. Había una especie de magia negra en el modo en que conseguían elegir las mejores carnes y vegetales para extraer de ellas toda su suculencia y luego servírtelos con magnificencia pero sin sabor; o con  el sabor del heno estofado o de la franela bien cocida.»

(p. 76) «Ahora me parecía que los ingleses habían escrito de un modo tan maravilloso sobre la comida, no porque disfrutaran de ella a todas horas, sino porque era algo tan excepcional que elaboraban grandes fantasías sobre ella.»

Capítulo IV

El único abril (primavera) del libro. El capítulo termina con un discurso soberbio del que, como ya he puesto muchos extractos, pondré un  trocito.

(pp. 97-99) «Todo el saber de sus millones de lenguas se hallaba en aquélla única voz inefable: el conocimiento que un hombre acumula a lo largo de toda una vida de trabajo, rabia y desesperación me hablaba al atardecer y permanecía dentro de mí durante toda la angustia de la noche: “Hijo, ten paciencia y fe, porque la vida es larga y todo este dolor y esta locura que vives ahora pasará pronto. Has caído en la furia, te has llenado de odio y de angustia y de todas las oscuras confusiones del alma. Tu sed y tu hambre eran tan grandes que creíste que podrías tragar la tierra entera, pero es así como les ha ocurrido a todos los hombres, vivos o muertos, durante su juventud.
[...]  Porque no volveremos a marcharnos, no nos marcharemos más, porque nuestra errancia por el mundo ha terminado y nuestra hambre ha quedado saciada.
[...] Pero sabemos que los niños desaparecidos, los ancianos desaparecidos, nuestros padres, nuestros hermanos, los llevados a toda prisa al cementerio para ser rápidamente enterrados, permanecerán aquí cuando este mundo hecho de cemento o de hormigón no sea más que ruinas, Sabemos que el polvo de los amantes enterrados durará más que el polvo de las ciudades.»

(p. 101) «Bajo las pulsaciones del pavimento, bajo los edificios que se estremecen como en un llanto, bajo los restos del tiempo, donde el casco de la bestia se junta con los huesos rotos de las ciudades, algo está creciendo como una flor, siempre brotando de la tierra, siempre inmortal y obstinado, algo que vuelve a la vida una vez más, como abril.»


Quien después de esto no lea estos dos librillos, ya sabe lo que se pierde.





jueves, 25 de octubre de 2012

Día 1942. “El frío”, de Marta Sanz



Marta Sanz, El frío. Caballo de Troya; enero de 2012. Primera edición, 2005, en Mondadori

Una de las grandes felicidades de los libros es cuando encuentras en uno ecos de otro; o de otros. Esta vez, además, se me ha producido casi consecutivamente entre el del día 1943, de Fleur Jaeggy, y este de Marta Sanz. Son dos escrituras claramente de mujer: en el primer caso, de una joven que pasó de los 8 a los 17 años en internados de señoritas y ya no supo salir del mundo de mujeres; en el segundo, el desamor de una mujer tenaz.

Tenía en el de Jaeggy un subrayado que no copié, sobre el lamento por la pérdida de la fuerza mental de los 8 años; vuelvo a encontrar eso en el de Sanz. Cada autora con su estilo, su contexto: pero la misma idea.

Fleur Jaeggy (pp. 18-19)

«La señora Hofstetter me llamó a su despacho. Era ancha como un armario, con traje de chaqueta azul, camisa blanca y un alfiler. Me amenazó. Le dije que era solo un pariente. En realidad: la madre del pariente le había escrito justamente recomendando que estuviesen atentos para que no le viese. Fingí llorar. Ella se conmovió. ¿Adónde había ido a parar toda la fuerza que tenía a los ocho años, la seguridad, el autocontrol? [...] Una mañana, el desayuno era fragante, mojé el pan en la taza. La directora, después de golpearme la mano con que mojaba el pan, me hizo poner de pie. A los ocho años habría agarrado la taza y la habría lanzado sobre la cara de la directora.»

Marta Sanz (p. 69)

«Otra vez tenías razón. Yo era mejor que ahora, nada de fuera podía herirme, criatura depredada, niña de los siete años que hoy me provoca pesadillas porque ya no tengo tanta fuerza. [...] Abajo el cerco protector, la construcción de ficciones. Dijiste “estoy aquí” y yo perdí la capacidad antigua de transmitir desde dentro. Porque quería salir de los sótanos, creyendo que al otro lado estaba la luz, perdí la manera de mirar.»

Aunque recuerdo algunos ejemplos de escritores que se apenan por la pérdida de la fuerza de la infancia, pero no es lo mismo: en los hombres es una pérdida entre ganancias. En la mujer, según estas dos autoras, es una dación de la fuerza.


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Esto es lo que dice Wikipedia de Marta Sanz:

Doctora en Literatura Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, su tesis se trató sobre La poesía española durante la transición (1975-1986). La carrera literaria de Marta Sanz comenzó cuando se matriculó en un taller de escritura de la Escuela de Letras de Madrid y conoció al editor Constantino Bértolo, quien publicó sus primeras novelas en la editorial Debate. Quedó finalista del Premio Nadal en 2006 con otra novela: Susana y los viejos. En su novela La lección de anatomía (RBA, 2008) utilizó su propia biografía como material literario. En la novela negra Black, black, black (Anagrama, 2010) creó el personaje del detective homosexual Arturo Zarco, que recuperó en su novela Un buen detective no se casa jamás (Anagrama, 2012).[]
De su última novela, Un buen detective no se casa jamás, se ha dicho que "...es un libro lúcido y rabioso, extraño y exigente, muy exigente. Toda una experiencia que se atreve a meterse en mil charcos y asumir mil riesgos."[5] Y también que "La novela, que renuncia a ser convencional, se lee con avidez y crecido interés precisamente por la confianza que te da saberte ante alguien que se ha tomado su reto literario con mucha seriedad..."

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Esta novela contiene 35 capítulos numerados. Los impares están narrador en primera persona, como una queja larga y razonada a veces, otras veces delirante, no solo por su abandono, sino por cómo se sintió tratada en la relación: ninguneada con su aceptación. Los capítulos pares los narra un autor omnisciente, en tercera persona, y son la historia de Miguel, él, que está en un centro psiquiátrico de internamiento. Un artista del dibujo. La narración en tercera persona cuenta también su relación con Blanca, la enfermera.
Podría parecer que esa queja puede hacerse pesada, pero sucede (quizá por la pausa de los capítulos pares) todo lo contrario: la queja cobra tanta velocidad que la terminé leyendo como si se tratara de un thriller.

(pp. 115-116)
«Parece que todos los hombres hayáis estudiado en el mismo colegio de curas. Sois tan clementes, misericordes, tenéis es camaradería tan vuestra que nos da la espalda, que pocas veces nos deja penetrar en vuestra jerga de niños y lagartijas sin rabo, en esas conversaciones de razón pura y negocios que terminan siendo el reflejo del cromo que se ha cambiado, de las pajas que te has hecho con miedo a quedarte paralítico, de las chicas que se dejaban meter o no mano en el cine.
Y para qué tanto meter la mano donde no debíais si en el fondo estabais deseando ver a Pepe que os llevaba a pescar y os enseñaba los diferentes tipos de anzuelos.
[...]
Parecéis tan estúpidos y en realidad sois tan listos. Hacéis de todas nosotras una logia de misóginas que únicamente piensan en la rivalidad. Nos enzarzáis y nos dejamos. Después permanecéis al margen de la lucha, de la soledad que jamás compartimos con otra mujer.»
(p. 106; capítulo impar, de ella, pero narrado en tercera persona, porque no es una queja de ella, sino de sucesos entre los dos)
«Olvidar que, después de haber ido a verte, relegar los libros propios en el fondo de un armario, probablemente estará encerrada el fin de semana.
Cuando él no está en clase, llega a la casa y duerme y entonces ella no se atreve a tocarle para no despertarle, es tan feliz cuando duerme que no importa que ella tenga el clítoris de punta y una gran necesidad de que la abracen. La muchacha se retira a la sala de una casa con ratones y lámparas de cristal y polvo. Habitaciones donde huele a ceniza y tabaco negro requemado, colilla a medio apagar y sábanas sucias.
Ella recuerda alacenas de madera donde el chico guarda recortes agusanados de jamón para hacer tortillas, habas, cacerolas monstruosas de espagueti que maten el hambre.
El chico le dice muchas veces a ella que no tiene dinero, que no puede salir por las noches, ni ir a verla a su ciudad, que el dinero solo le da para comer los menús universitarios.
Y ella mira detrás de las puertas y encuentra telas nuevas y cajas de colores y aparatos aerográficos y llega a pensar qué extraña y selectiva es la mezquindad.»

(pp. 129-30)
«Siempre has hecho lo que te daba la gana. Te tenías que marchar y te marchabas. Nada nunca te hizo cambiar de idea. Ya estoy harta de tus decisiones. No sé si mi voluntad es más fuerte, pero aun así hoy entras en la parte inconsistente de mi biografía.
Porque nunca más soportaré a un imbécil que se crea que ha sido el primero en descubrir que siempre hay que estar en funcionamiento, viviendo, atravesando países, bebiendo absenta y fumando hachís de importación, bailando por bailar, viendo amaneceres por verlos, aguantando colas para escuchar a hombres que rasgan guitarras o puntean mandolinas, conociendo a personas que te cruzas por la calle, oyendo a predicadores de plaza, discursos de tres duros que se elevan a la categoría de lo eternamente respetable, dándonos besos con gente que hace mimo en los parque públicos, consolando a taberneros llenos de problemas conyugales, deudas, ludopatías, asistiendo a exposiciones llenas de chicas con las uñas marrones y el pelo color vino burdeos que pintan manchas o esculpen úteros que jamás terminarán de llenarse, charlando, oyéndote contar la triste historia de tu madre, abriéndome forzosamente, comiendo conejo, callando cuando todo me parecía absurdo, maquillándome los ojos de morado, subiendo en bicicleta a fiestas de pueblos en la cima de una montaña, de noche, teniendo que creer que todas las flores de la montaña se te habían hecho mariposas.
[...]
Siempre existen preferencias dentro de las excentricidades y a ti te hubiera gustado más bañarte desnudo a la luz de la luna bajo la peligrosa mirada de un policía, que sencillamente bañarte conmigo a la luz de la luna. Pero todo eso me interesa ya una mierda.»

Cierto que no he puesto párrafos de la historia de Miguel, porque esto se habría hecho eterno. También, quizás, porque soy varón y en el fondo Miguel me resulta romántico... aunque me alegra que ella lo ponga a la altura merecida. En los capítulos impares, como en los pares, la riqueza del uso del castellano es un valor añadido.