Este blog

[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

sábado, 24 de noviembre de 2012

Día 1939. "Más lecturas no obligatorias", de Wislawa Szymborska





Wislawa Szymborska, Más lecturas no obligatorias. Ediciones Alfabia; primera edición, marzo de 2012. Traducción de Manel Bellmunt Serrano. 196 páginas.

Poco antes, la editorial sacó Lecturas no obligatorias, de la que el presente libro es una segunda oleada. He buscado el primero, sin encontrarlo; quizá porque lo presté, más probablemente porque desde que reordené la biblioteca personal, no encuentro nada. No tengo acceso, pues, a los subrayados y anotaciones, y tendré que referirme solo al segundo volumen. En realidad no importa demasiado, porque salvo los libros recensados por Wislawa, no hay diferencia alguna en el tratamiento: personal, sabio, amoroso o mordazmente irónico. Escribir de este es hacerlo de los dos.
Me considero un adepto fiel a sus poemas, así que ya estaba ganado para la causa. Si alguien no la ha leído, puede escuchar dos poemas traducidos al español que muestran su dulzura de hierro, la ironía el fondo absolutamente humano de su vida, clicando en este poema (https://www.youtube.com/watch?v=NHH7c5-DQHE&NR=1&feature=fvwp) y en este otro (https://www.youtube.com/watch?feature=fvwp&v=lWE10svTtEg&NR=1), que siempre me ha parecido uno de los más emocionantes poemas sobre la muerte. Ambos recitados por Luisa Pastor, ante la que ya mismo me excuso por reproducirlos sin permiso.
Ya que estoy poniendo enlaces de hipertexto, no me resisto a incluir un chiste sobre la creación, para que se la pueda ver a ella, ya muy mayor, bromeando sobre la humanidad:  https://www.youtube.com/watch?v=gVnb3XXw9Hg.


*****

Para celebrar la publicación del primer volumen, la Editorial pone en su página web este texto de WS:

« Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad.»

No me cabe duda de que en este párrafo la autora explica el entusiasmo con que la autora se entrega a la tarea de recensar todo tipo de libros, pero todos los datos que he leído de ella pasan como sobre brasas por su actividad en la que fue una autora premiada en Polonia con sus dos primeros libros, hechos desde el realismo socialista y desde el apoyo al sistema. Libros que rechazó más tarde, saliéndose de la primera fila de autores protegidos. Solo con la caída del bloque soviético empieza a ser conocida y traducida, recibiendo un premio en Alemania y más tarde el Nóbel (Por su poesía, que con precisión irónica permite que el contexto histórico y biológico sea iluminado en fragmentos de la realidad humana”). No he podido averiguar si sus libros se imprimían, se distribuían. Quizá se vio reducida a vivir de sus traducciones y críticas, que en todo caso hizo con pasión y honestidad.



*****

Todos los libros “criticados” son polacos o traducciones al polaco. De la cultura universal (los cuatro primeros son El Satiricón, Entremeses de Cervantes, Gilgamesh y Los mitos griegos) o de la cultura polaca, de ciencias o de letras, de asuntos de importancia o de lo más peregrino. Pero siempre aborda la recensión cuando es necesario como una “profesora”, señalando aquello que el lector desconoce, o, en los mejores casos, como una conversación con el autor: lo que importa es sobre todo lo que dice ella impulsada por la lectura del libro.

Como por ejemplo en la página 21, escribiendo sobre el libro Mercaderes en el siglo XVI, de Pierre Jeannin, cuya crítica empieza así, centrándose en el interés por el tema:

«Se han escrito muchas historias de aventuras sobre caballeros andantes, pero sobre mercaderes andantes, que yo sepa, ninguna... y eso que hasta un mercader normal y corriente superaba al noble medio en cantidad y riqueza de sus aventuras, en la necesidad de arriesgar su vida y en iniciativa. El mero hecho de tener que viajar más, con más frecuencia y más lejos, le exponía constantemente a innumerables peligros.»

Voy a hacer una excepción, poniendo entera la crítica que hace a la biografía de Haroslav Hasek escrita por Radko Pytlik: porque su brevedad me lo permite, porque es un ejemplo magnífico del motivo de que sean interesantes incluso aunque el crítico autor del libro nos sea, y seguirá siendo, desconocido, (no así la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk) pues la lección de humanidad y humanidades queda absolutamente clara, aunque del biografiado conozcamos una obra, pero poco de él mismo. También por la ironía con la que se carga un libro. Por el humor desbordante con el que se atreve a criticar a un crítico cercanos al Régimen, por necio. En este caso se trata de un libro checo traducido al polaco.

«Sea quien sea, el crítico literario debería creer en fantasmas. El miedo a que, de repente, a medianoche, se abra la puerta y aparezca el espíritu del escritor al que se está examinan podría resguardar a los exégetas de no pocos disparates. Lástima que Radko Pytlik no tenga miedo de los fantasmas y proyectara su obra sobre Hasek con una sensación de absoluta seguridad. Como resultado ha conseguido hundir a este gran humorista en el océano de la fraseología. En algún lugar del subconsciente del crítico echó raíces el convencimiento de que revolución y alegría son dos conceptos irreconciliables. Como Hasek era revolucionario, Pytlik consideró que su deber sagrado era justificar de alguna manera el sentido del humor del escritor. Y descubrimos con estupor las diversas “máscaras” de Hasek: la máscara del bromista, la del bufón y la del embaucador. Resulta que solo la cruel necesidad le compelía a reír; de tal modo que si los tiempos hubieran sido menos terribles, Hasek, con un suspiro de alivio, se habría puesto a escribir tragedias. Al crítico le plantea serios problemas la vida personal del escritor, quien no destacaba por su ejemplar comportamiento, era muy dado a organizar escándalos y se le conocía por su amor a la bebida. Como todas esas inclinaciones bohemias no encajan demasiado bien con el modelo del progresista ideal, Pytlik trata de conve3ncernos de que Hasek no juguetea de manera inocente, sino con lúgubre premeditación. Los únicos rayos de luz del libro son las citas del propio Hasek y algunas fotografías suyas. Nos mira el mofletudo rostro de un hombre capaz de reírse de cualquier cosa que se cruzara en su camino. Por desgracia, Pytlik llegó demasiado tarde.»


Otra crítica implacable de la necedad de los críticos impulsados por una idea previa. En este caso, del libro Los viajes con Homero escrito por Ernle Bradford y traducido del inglés. Copio las cuatro primeras líneas y la siete últimas.

«Ernle Bradford anhela exculpar al respetable Homero de la acusación de no conocer de cabo a rabo el mar y de tener una vaga idea sobre el arte de la navegación. Y se entrega en corazón y alma a esta tarea. [...] Lo que no es tanto una prueba del historicismo de Homero, como de la hipersensibilidad de la autora. Y como respetamos a las personas que padecen hipersensibilidad,  disculparemos al autor su más que superficial conocimiento de la mitología y de un tal Cavafi, “un antiguo poeta alejandrino”, sobre el que bien merece la pena saber, por cualquier otra fuente, que el tal Kavafis no es tan antiguo, que digamos.»

También hace críticas muy positivas de libros literarios y de todo tipo, porque esta colección de prosas incluye libros científicos, biológicos, históricos, etc. Por ejemplo, la de la traducción al polaco de nueve de los catorce poemas de El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, de T. S. Eliot. Tras una reflexión sobre la capacidad del poeta de escribir tanto La tierra baldía como un poemario dedicado a los gatos, termina la crítica con estas 13 líneas:

«Cada gato es una personalidad, por lo que se convierte en un proyecto literario independiente. Algo que el mismo Thomas Stearn Eliot sabía perfectamente. Además de eso, el gato posee determinados rasgos inequívocamente felinos que tampoco ha escapado a la atención del poeta. Presten, por favor, atención a la cita: “Siempre está en el lado equivocado de la puerta / y aunque solo hace un momento que salió, ya vuelve a querer entrar”. Cualquiera que conozca a los gatos aplaudirá dicha observación. La vida del que tiene un gato se convierte en un constante abrir y cerrar de puertas. Con los perros hacemos ejercicio en los espacios abiertos. Con los gatos, dentro de casa. En uno u otro caso salimos ganando, porque no hay nada peor para el estómago y el alma que ser víctima de la inercia y el marasmo.»

He de dejar de poner extractos; con pena, porque tenía marcados tantos, de libros y teorías tan variadas que me molesta que se pierdan este lujo. No tendrán más remedio que buscarlo en una biblioteca o pedírselo prestado a un amigo; no a mí, que probablemente por ese motivo ya perdí el primer volumen.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Día 1940. "Corrección de pruebas en Alta Provenza", de Julio Cortázar





Julio Cortázar, Corrección de pruebas en Alta Provenza. R.M Verlag; primera edición, abril de 2012. Introducción de Juan Villoro. 46 páginas.


En el verano de 1972, Julio Cortázar recibió en su casa de Saignon las galeradas de pruebas de el Libro de Manuel, metió vino, provisiones y la máquina de escribir en su furgoneta Volkswagen, que llevaba la “F” de Francia y para él se convirtió en Fafner, el dragón wagneriano, y se perdió en la naturaleza y la soledad de la Alta Provenza para enfrentarse a esa corrección, reflexionar sobre el libro y anotar en un cuaderno los sucesos y reflexiones. La furgoneta y el paisaje son los de la foto. El cuaderno se convirtió en este libro.
El libro cuyas pruebas iba a corregir era difícil, tanto por la experimentación como por la intencionalidad política. Ya se encarga Juan Villoro en la introducción de considerar que este cuaderno de reflexiones es el “libro bueno”, mientras que el Libro de Manuel es el “libro fracasado”, quizá por introducir las “contingencias políticas”.
No puedo estar de acuerdo con Villoro, porque muchos libros de la historia de la literatura han tratado de contingencias políticas y los autores se descantado claramente por un bando, como hace Cortázar aquí. Tampoco estoy de acuerdo con el riesgo de la experimentación, consistente en puntuar el libro con facsímiles de noticias periodísticas que se produjeron mientras escribía el libro original. Los collages han formado parte de las vanguardias, hasta el punto de que puedo escribir la palabra sin ponerla en cursiva, incumpliendo quizá la norma de la RAE, pero siendo entendido por todos.
El Libro de Manuel fue dado de lado, con razón, por los cortazarianos estrictos, que gozaban de su tipo de escritura sobre todo en los cuentos y, como mucho, por los jóvenes que usamos Rayuela como libro de cabecera (creo que Villoro dice de “autoayuda”). Luego, desapareció. Pero muchos que vivíamos las mismas inquietudes que llevaron a Cortázar a introducir a hierro la política en su literatura, recibimos este libro como un regalo personal y disfrutamos de él.
Fueron tiempos en los que violencia formaba parte de nuestra vida, casi siempre como víctimas, y colapsaba la relaciones sociales. Los años que los italianos describieron como los años de plomo. Pasaron; el poder pudo con todos los movimientos, les puso el marchamo de “terroristas” y el silencio lo cubrió lo que quedaba. El olvido de esa época fue forzoso y el Libro de Manuel se convirtió en una impertinencia burguesa. El propio Cortázar expresa sus dudas fundamentadas sobre el libro que corrige. Pero los que vivimos esa violencia como algo cercano, esperamos que el libro recupere la capacidad de “dar cuenta” de algo que formó parte de la vida de muchos europeos y americanos del sur, del centro y del norte. Algo que suele ser incomprendido por los jóvenes de después (que alguno ya no lo son tanto). La realidad puede girar, como dice Villoro, pero son los escritores los que ponen sobre la mesa los tuétanos de la Historia.
Pero aquí hablamos de Corrección de pruebas en Alta Provenza y tengo que estar de acuerdo con Villoro en que es un libro inmenso y fundamental.

*****

Cuatro extractos de la Introducción de Juan Villoro

 (pp. 6-7) «El Libro de Manuel llevó a Cortázar a un desafío del que nunca estuvo muy seguro: comentar las noticiosas urgencias del presente desde la ficción. Corrección de pruebas es la bitácora en la que revisa un texto que corre el peligro de envejecer con los giros de la realidad.
Todo comentario político está sujeto a las contingencias que lo explican. Cortázar acepta con franqueza la posibilidad de que la rebeldía armada que reivindica el Libro de Manuel pierda el significado que tiene en días en que parece no haber otro remedio.
Viaja por las fragantes colinas de Provenza, pensando el modo en que esa aventura hecha de papel y tinta se relaciona con su tiempo. Cada quince minutos, la radio le trae noticias que conforman sus intuiciones sobre la violencia: Las Olimpiadas de Múnich son asaltadas por el terrorismo y un grupo de militantes montoneros es asesinado en Trelew, Argentina. Con amarga certeza, el novelista comprueba que, luego de dos años de escritura, su libro no ha perdido actualidad.»

(p. 9) «En Corrección de pruebas, el propio Cortázar entra en tensión con la novela que acaba de terminar. Aunque defiende su vigencia y la necesidad de publicarla, crea un seductor entramado de dudas que expresan la siempre vacilante relación del autor con su público.»

(p. 12) «En otra carta a su amigo Jonquières, escribió Cortázar: “Las obras impuras, pero cargadas de esa tremenda fuerza que tiene la impureza, fascinan más que las ‘regulares’”. Corrección de pruebas pertenece a ese género impar. Como Eladio Linazero, protagonista de El pozo, o como Antonio López en El sol del membrillo, Cortázar cuestiona un texto que se le resiste. No lo rechaza ni abjura de él, pero siente la necesidad de compensarlo con otro texto, más audaz y libre, donde boxea con su propia sombra.»

(pp. 14-15) «En el verano de 1972, Julio Cortázar llevó una singular bitácora de abordo. El saldo de su travesía fue una breve obra maestra. La meta más significativa no iba a ser el libro corregido, sino las reflexiones laterales, el taller secreto que lo sustentaba, el modo de vida que permite una lectura singular.»


*****

Extractos del pequeño volumen de Cortázar

(pp. 23-24, tras pasar miedo por la lluvia y la crecida del río junto al que está aparcado) «No soy más oquista que otros, si me burlo de mí mismo es porque también esto es Manuel, una manera de reconocer decentemente lo que no siempre se reconoce a la hora de enrostrarles a los demás sus prescindencias y sus cobardías sin primero haber comprobado que no se tiene la viga en el propio. Por lo demás esa noche había trabajado duro en mi burbuja Fafner desamparada en el diluvio, y una cosa estaba clara, la tremenda confusión del principio del libro, esa imposibilidad que tengo de armar una novela hasta que ella lo decida, y a veces le cuesta. Sé que es una imposibilidad, pero conozco también sus causas profundas, la negación de lo literario como proyecto  humanista, arquitectónico, la necesidad de una apertura previa, esa libertad que reclama todo lo que voy a hacer y, para eso, ninguna idea clara, ningún esquema formal: ser intercesor o médium, dejar que un chileno aparezca como si fuera a convertirse en un personaje estable del elenco y verlo desaparecer (más bien no verlo, descubrir en algún momento que ya no está ahí, que abrió la puerta y se mandó mudar), a la vez que algún otro va metiendo los codos para instalarse, como Óscar por ejemplo.»

(pp. 26-27) «En fin, ya que me acuerdo de ese viraje al empezar Manuel, pienso también que tuve miedo y me interrogué en ese nivel que toca una ética, una conducta. Entonces qué, les vas a dar un plato cocinado, vas a escribir para lectores previstos, vas a caer en la trampa de la “realidad” contra la que no hace mucho te levantaste como polenta descuidada. Tuve que luchar contra una sospecha de facilidad (la peor que jamás podría tener en mí mismo), hasta que el mero escribir, seguir adelante, me fue dando razón y paz. Vi bien claro que Manuel vendría en argentino, en mi argentino que estará pasado de moda pero que todavía sirve para jugarse el pellejo cuando llega la ocasión, y que su lectura no reclamaría ningún código, ninguna grilla, ninguna semiótica especial; pero a la vez y entonces, dentro de ese ómnibus lingüístico accesible a cualquier pasajero de cualquier esquina, entonces sí apretar el fierro y acelerar a fondo, entonces sí hablar de tanta cosa que habría que vivir de otra manera (no forzosamente la de Manuel, que es una de las muchas posibles), buscando arrimos y tanteos, asomos a una visión más abierta dentro de la perspectiva revolucionaria, sin pretención  de definir a un hombre nuevo del que tan poco se sabe, dejando apenas caer algunos sueños, algunas esperanzas en su camino futuro.»

(pp. 28-29) «En dos palabras (mentira, ya van tres): se me da que ningún escritor de veras puede ya montar un sistema propio y agazaparse en él. Se acabó el escritor araña, el escritor cangrejo ermitaño, el señor que frente al caos exterior reivindica un humanismo decimonónico, loable en su tiempo, pero pulverizado por los detergentes del vigésimo. Entonces, descubrir en diafragma propio que los nobles reductos huelen cada vez más a rancio, y que eso al fin y al cabo no es una catástrofe ni una derogación, comprender que escribir es hoy otra cosa que arrancar desde una especie de estatuto del intelectual, y que a la vez exige ser más escritor que nunca (porque aquí te veo venir, amiguito demagogo, contentísimo de lo que crees un triunfo de tanto compromiso vociferado por grupos, manifiestos y congresos, y aprobado por mayorías que reemplazan el talento por el número); irse a la montaña sin ser precisamente Zaratustra, a corregir unas pruebas de galera poco importantes, un librito generoso y atorrante como un buen tango, y decirse que a lo mejor no está mal contar lo que pasa, cómo el solitario de los años cincuenta comprende cada día mejor que escribir o corregir lo escrito no es solamente viajar de adentro para fuera sino que las afueras están ahí, como lo estaban para morder cada día en la ración de avance del Libro de Manuel, y ahora se siguen dando en la gente que viene a espiar a Fafner porque desde luego Fafner no es todavía un espectáculo frecuente en las provincias francesas, un auto de donde sale un ruido de máquina de escribir y un blues de Jimmy Rushing sin hablar de la puzza de unos canelones que se me quemaron; la gente asomándose, la música barroca o pop o quechua –de todo hay en las ondas francesas, me crea--, los boletín sobre los juegos olímpicos donde Mark Spitz, pibe, para qué te cuento. Cosas así le pasan a cualquiera que trabaja aunque nadie va a pretender que un novelista incorpore a cada párrafo, además de su tema, lo que le está sucediendo a su alrededor; a menos que –y aquí entro yo de nuevo, usted perdone y disculpe—eso que está sucediendo sea también materia y concomitancia del tema, convergencia misteriosa de acontecimientos y resonancias que suceden el tema y lo acompañan como esos perros o esos gatos que a veces se nos apilan en un paseo, nos siguen un rato con aire de gran adhesión y camaradería, para largarnos en cualquier esquina cuando se les acaba el inexplicable motivo por el cuál nos habían adoptado.

El párrafo final, el de los perros y los gatos, muestra esa escritura suelta de Cortázar que tanto nos gusta y que se esparce por todo el texto. Pero hay además unas enseñanzas profundas que me hacen pensar que si uno escribe aunque sea un cuento al año, haría mal en no leer este libro.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Día 1941. "Una puerta que nunca encontré", de Thomas Wolfe






 Thomas Wolfe, Una puerta que nunca encontré. Periférica; primera edición, marzo de 2012. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas. 101 páginas. Publicado por primera vez en dos números del Scribner's Magazine correspondientes a 1933 y 1934. Posteriormente pasó a formar parte de Del tiempo y el río

RECOMENDACIÓN DE LECTURA
Es un placer incluir dos libros, este y
El niño perdido¸ como de lectura obligatoria
para todo el que tenga una cultura “terciaria”,
algo menos que “mediana”, de la literatura. el
sentido y el placer que proporcionan los
convierten en “lectura casi obligada.

Prolegómeno prescindible

El nombre de Thomas Wolfe resuena siempre en frases de William Faulkner, que lo consideró un maestro, a pesar de que la primera novela de Wolfe fue publicada en 1929, cuando el otro había publicado ya cuatro, entre ellas El ruido y la furia. Fue el año en que Wolfe publicó su primera, El ángel que nos mira. La leí  cuando la publicó Bruguera, hace muchísimos años, y desde entonces los escritos de Wolfe han formado parte importante de la herencia que he recibido.
Dice Faulkner, y lo avisa la contracubierta, que esta pequeña novela, publicada en 1933, es en realidad la continuación de otra que Wolfe publico en 1937, El niño perdido. Y es cierto, porque el narrador es el mismo, pero en la de 1937 era un niño que vivía con su padre y recordaba a su hermano muerto, mientras que en la de 1933 también el padre ha muerto. No solo eso, los temas de la estructura son mucho más claros y ordenados, están “mejor escritos”, en El niño que en Esta puerta. Con lo que no estoy diciendo que el libro al que hoy me refiero no merezca la más atenta y feliz de las lecturas. Es una pequeña obra maestra que fue seguida, cuatro años después, por otra pequeña obra maestra todavía mejor.
Aunque Faulkner lo reconozca como maestro, y sea su lector fervoroso, aquí es Wolfe el que “usa” la misma estructura que Faulkner en su El ruido y la furia: cuatro partes que llevan por título una fecha no secuencial. Desconozco si esta estructura había sido usada antes por otros, pero es eficaz para contar lo incontable: y si no pretendes contar lo incontable, ¿para qué escribes? Lo que sí sé, como sabe todo el mundo, es que el título procede de un monólogo del quinto acto de Macbeth: “Es un cuento relatado por un idiota, lleno de sonido y furia, sin ningún significado”. Siempre, en privado, he discutido esa traducción, aunque reconozco la “sonoridad” y me pliego al peso de la tradición.
Lo que me importa aquí es que Wolfe homenajea otra vez a Faulkner, en la página 35 de esta edición, cuando dice “una torre de marfil lejos de la furia y el ruido de este mundo”. No me gusta meterme con mis compañeros traductores, porque sé en qué condiciones trabajan. Sé perfectamente que los libros producen eco en los libros y que a los escritores les gusta meter frases de otro escritor, para ver quién lo descubre, y que haría falta una cultura enciclopédica, que no se le puede pedir a un  traductor, para descubrirlo. Pero “el ruido y la furia” es ya una frase hecha lo bastante conocida para no equivocarse en el orden. Quizá esté en otro orden en el original y no debería hacer esta crítica. A cambio, una traducción de 2012 no debería mantener la ortografía que ya en 1998 rechazó la Academia, como el acentuar el adverbio “solo”. No me parece mal, aunque me chocó al principio, el uso del hispanismo “errancia” que, significa algo más que “vagabundeo”, pues incluye un viaje espiritual. Soy de los que creen que va siendo hora de que nos traigamos hermosos y precisos términos de Latinoamérica. He de decir, a pesar de las “pegas” que he citado, y algunas otras que callo, que la traducción se deja leer sin los sobresaltos frecuentes a los que los editores nos tienen ya acostumbrados.

*****

El libro

Está dividido en cuatro partes, identificadas con número romano y fechas:

p. 11, Capítulo I: Octubre de 1931
p. 35, Capítulo II: Octubre de 1923
p. 57, Capítulo III, Octubre de 1926
p. 85, Capítulo IV, Finales de abril de 1928

Si el libro que escribió cuatro años después trataba de un niño perdido, en dos de los capítulos escribe sobre el hombre en que se convirtió, perdido todavía, el niño que estaba perdido; en el tercero escribe sobre uno de sus viajes, a Inglaterra; y en el cuarto, que significativamente pasa del otoño a abril, se plantea una posible solución o encuentro al enigma de la vida. Los dos primeros, y en cierta manera el cuarto, tratan de la voracidad ante la vida que acosó al autor: querer abarcarlo todo, vivir más allá del límite. Una de las partes coincide punto por punto de su vida gargantuesca, para la que nada era suficiente si había algo que aprender. Quizá un estilo de vida agotador que le llevó a morir de tuberculosis a los 38 años. Pero hay una parte, la del viaje a Inglaterra, que estructuralmente no “casa” con el libro. Para entendernos: mataría por leer ese capítulo, pero fuera de este libro.

Capítulo I

Planteamiento de su ansiedad ante la Ciudad y el Tiempo: la voracidad del joven que quiere abarcarlo todo, conseguirlo todo, con su estilo casi waltwhitmaniano. El capítulo se planeta como contraste entre un millonario que lo tiene todo y le ha invitado a cenar, a él que no tiene nada y vive en el repugnante agujero del Brooklyn armenio. El millonario, sin embargo, cree que el protagonista, que está solo en su agujero, tiene toda la esperanza y vivacidad. Su estilo es voraz, enumerativo. Un calco de su hambre de vida. Grandioso, pero nunca grandilocuente, porque como lector participas de esa ansiedad.


(pp. 13-14) «Cuando vuelves a la habitación [el salón del millonario] te sientes muy lejos de Brooklyn, que es donde vives, y todo lo que la ciudad te hacía sentir cuando eras niño, antes de que pudieras saber nada al respecto, ahora te resulta no sólo posible sino inminente, a punto de ocurrir.
La grandiosa imagen de la ciudad vive en tu corazón con sus colores fantásticos, tal como ocurría cuando tenías doce años y pensabas en ella. Crees que esa felicidad gloriosa que dan la fortuna, la fama y el triunfo será tuya de un momento a otro, que estás a punto de ocupar tu sitio entre los grandes hombres y las mujeres cariñosas, una vida afortunada y feliz como jamás has visto. Todo eso está allí, esperándote de algún modo, al alcance de la mano, al alcance de una palabra, sólo tienes que pronunciarla. Apenas un muro, una puerta, un paso de distancia, sólo te falta saber dónde se encuentra.
Y de algún modo renace en ti la vieja, indomable y muda esperanza de que finalmente hallarás la puerta por la que debes entrar, que este hombre te dirá dónde encontrarla.»

(p. 14) «Entonces, la vieja perplejidad, la vieja confusión del alma que sentías cada vez que pensabas en el misterio del tiempo y en la ciudad vuelven a ti.»

(p. 32) «Una ventana se cierra. Y otra vez el silencio, la tarde y los sonidos remotos y las voces entrecortadas de Brooklyn; Brooklyn en la informe, incalculable y corrosiva brutalidad de la vida.
Y recuerdas cómo la vieja luz roja se apaga rápidamente en el ladrillo rojo de las viejas casas y hay voces en el aire y la música que viene de no se sabe dónde.
Y recuerdas cómo nos quedamos allí tumbados, átomos ciegos en la oscuridad de nuestros pequeños cuartos, grises y mudos átomos en medio de la hormiguente desolación de la tierra.
Y recuerdas cómo nuestra fama se desvanece, nuestros nombres caen en el olvido, despojados de nuestros poderes como tierra saqueada mientras nos quedamos allí tumbados.
¡Por Dios, nos estamos muriendo todos en la oscuridad!...»


Capítulo II
Es el capítulo más intenso, memorable (digno de recuerdo), el que araña, el que explica por qué, de los 4 capítulos, tres están dedicados a octubre, cuando cree que su proyecto está agotado y regresa a casa, cuando el padre ya había muerto.

(p. 35) «Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia. Por qué o cómo llegó a ocurrir es algo que nunca he sabido. Pero así son las cosas.. Desde los quinces años, excepto por un breve intervalo, he vivido una vida tan solitaria como sólo la puede tener un hombre moderno.  Con esto quiero decir que el número de horas, días, meses y años, el tiempo real que he pasado solo, ha sido extraordinariamente inmenso. [...] Amaba la vida con tanto ímpetu que me volví loco por la sed, por el hambre que tenía de vivirla; un hambre tan literal, cruel y física que quise devorar la tierra y a toda la gente que vivía en ella.»

(36-37) «Pero esta furia que me llevó a leer tantos libros no tenía nada que ver con la educación, nada que ver con los honores académicos, nada que ver con el aprendizaje formal. Yo no era, en absoluto, un hombre de la academia y no quería serlo. Sencillamente, quería saberlo todo, y me volví loco cuando descubrí que no podría conseguirlo. En medio de un rapto furioso de lectura en la gigantesca biblioteca la idea de las calles y de la gran ciudad me atravesó el cuerpo como una espada. Ma pareció entonces que cada segundo que pasara entre aquellos libros sería un desperdicio, que en ese mismo momento algo que no tenía precio, algo irrecuperable estaba sucediendo en la calle, y que si lograba llegar a tiempo para verlo, de algún modo obtendría el conocimiento que buscaba; la fuente, el pozo, el manantial del que procedían todos los hombres y las palabras, todas las acciones y todos los planes de este mundo.»

(p. 41) «la gigantesca planta del tiempo, el deseo y la memoria floreció y se alimentó con su tumos canceroso a través de los tejidos de mi vida, hasta que la tierra de la que vengo y la vida que había vivido hasta entonces me parecieron algo tan remoto y perdido como la ciudad sumergida de la Atlántida.
Un buen día, sin embargo, me desperté y pensé en mi casa. Un cerrojo se desatascón en mi memoria y la puerta se abrió. [...]
  Me dije: “¡Debo volver a casa!”. Todos los hombres que han vagado sobre la faz de la tierra dicen estas palabras en algún momento.»

(pp. 43-44) «Había vuelto a casa y no podía creer que mi padre estuviera muerto: a veces creía escuchar en la calle la llamada de su portentosa voz y pensaba en que lo vería caminar hacia mí por la plaza, con su desgarbado paso de trotamundos, o que me toparía con él cada vez que doblara una esquina, o que lo vería correr hasta casa con la lengua fuera y toda su descomunal provisión de comida y carne; llevándonos a todos la seguridad inmortal de su fuerza, su poder y su pasión; llevándonos a todos una vez más el mensaje atronador de su fuego, que hacía tambalear hasta el tubo de la fogosa chimenea con su formidable estruendo; dándonos una vez más el exultante placer de saber que los buenos días, los mágicos días, los tiempos dorados de nuestras vidas volverían de nuevo, y que este mundo fantasmal y de ensueño donde me hallaba daría paso de inmediato a toda la gloria de la tierra sólo si mi padre volvía para revivrlo, para hacernos vivir una vez más. [...] y recordaba mi vida, la casa familiar y el millón de extraños y secretos rostros del tiempo, pensando, sintiendo, pensando: “He vuelto a casa una vez más y mi padre está muerto... y ése era el tiempo... el tiempo... el tiempo... ¿Adónde iré ahora? ¿Qué debo hacer? Pues octubre ha vuelto una vez más, pero algo de la riqueza de la vida tal como la conocíamos se ha desvanecido y estamos perdidos.»

Capítulo III

Tras la intensidad del capítulo II, del que solamente he copiado un mínimo de párrafos ardientes, no se entiende este capítulo. Habla de un viaje a Inglaterra, quizá porque en su vida hizo seis viajes a Europa y, presa como siempre de la ansiedad y la voracidad, se quejaba del tiempo perdido en los trayectos. Fuera de este libro, habría celebrado el texto, sobre todo por la crítica humorística de la comida inglesa.

(p. 74) «La comida tenía muy buen aspecto y era, como el espíritu de la nación, sosa. De qué manera lo conseguían era algo que nunca sabré decir: todo era de primera calidad, pero uno siempre acababa masticando sin ganas, desconsoladamente, tragando con la paciencia tediosa del hombre condenado a una dieta perpetua de espinacas hervidas sin sal. Había una especie de magia negra en el modo en que conseguían elegir las mejores carnes y vegetales para extraer de ellas toda su suculencia y luego servírtelos con magnificencia pero sin sabor; o con  el sabor del heno estofado o de la franela bien cocida.»

(p. 76) «Ahora me parecía que los ingleses habían escrito de un modo tan maravilloso sobre la comida, no porque disfrutaran de ella a todas horas, sino porque era algo tan excepcional que elaboraban grandes fantasías sobre ella.»

Capítulo IV

El único abril (primavera) del libro. El capítulo termina con un discurso soberbio del que, como ya he puesto muchos extractos, pondré un  trocito.

(pp. 97-99) «Todo el saber de sus millones de lenguas se hallaba en aquélla única voz inefable: el conocimiento que un hombre acumula a lo largo de toda una vida de trabajo, rabia y desesperación me hablaba al atardecer y permanecía dentro de mí durante toda la angustia de la noche: “Hijo, ten paciencia y fe, porque la vida es larga y todo este dolor y esta locura que vives ahora pasará pronto. Has caído en la furia, te has llenado de odio y de angustia y de todas las oscuras confusiones del alma. Tu sed y tu hambre eran tan grandes que creíste que podrías tragar la tierra entera, pero es así como les ha ocurrido a todos los hombres, vivos o muertos, durante su juventud.
[...]  Porque no volveremos a marcharnos, no nos marcharemos más, porque nuestra errancia por el mundo ha terminado y nuestra hambre ha quedado saciada.
[...] Pero sabemos que los niños desaparecidos, los ancianos desaparecidos, nuestros padres, nuestros hermanos, los llevados a toda prisa al cementerio para ser rápidamente enterrados, permanecerán aquí cuando este mundo hecho de cemento o de hormigón no sea más que ruinas, Sabemos que el polvo de los amantes enterrados durará más que el polvo de las ciudades.»

(p. 101) «Bajo las pulsaciones del pavimento, bajo los edificios que se estremecen como en un llanto, bajo los restos del tiempo, donde el casco de la bestia se junta con los huesos rotos de las ciudades, algo está creciendo como una flor, siempre brotando de la tierra, siempre inmortal y obstinado, algo que vuelve a la vida una vez más, como abril.»


Quien después de esto no lea estos dos librillos, ya sabe lo que se pierde.