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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 12 de octubre de 2012

Día 1944. “Imposturas”, de John Banville


John Banville, Imposturas. Anagrama; 2005. Traducción de Damián Alou. 280 páginas. Título original, Shroud; primera edición original, 2005



Para no tener que spoilear la historia, pero explicar el sentido de esta exploración de conciencia y vida, copio el resumen de la contraportada:

«Alex Vander es un prestigioso filósofo y académico belga que, poco después de la Segunda Guerra Mundial, emigró a Arcadia, que es como él llama a los Estados Unidos, y a la prestigiosa Universidad de California, donde se ha hecho célebre. Un día recibe una carta de una desconocida que le dice que ha estado en Amberes y sabe quién es él. Y Alex Vander, que ha construido toda su obra –o la ha deconstruido– para renegar de la prisión del Yo, comienza a temblar. Porque él no es quien dice ser, y ha pasado toda su vida en el temor y el temblor del descubrimiento, en la impostura. Decide conocer a su corresponsal y para ello acepta una invitación a un congreso en Turín. Se encuentran, y él, que no es él, descubre que ella tampoco es ella. O al menos, que no es la vieja y vengativa académica que había imaginado, sino una extraña joven, Cass Cleave, ferviente lectora de sus libros. Y Vander y Cass comienzan una peculiar relación , ambos absolutamente extranjeros de sí mismos: Vander, apresado por la impostura, la minuciosa construcción de una identidad falsa, y quizá por las ignominias del pasado; Cass, en la trampa de la enfermedad mental, del insoportable amor por su padre.»

De la habitual tralla contraportaderil de críticos-escritores prestigiosos que han hecho críticas del libro, en contra de lo habitual voy a poner dos, por el respeto que siento por ellos, pero sobre todo porque centran en pocas palabras algo que a mí me costaría más y estoy totalmente de acuerdo con lo que dicen, refiriéndose uno al fondo, y el otro al estilo:

«Banville es grande porque desciende al fondo más oscuro de la existencia, se enfrenta a la medusa sin nombre de la abyección y de la tragedia, pero conserva una profunda, indestructible humanidad (Claudio Magris, Corriere della Sera)

Una frase tan devaluada como “maravillosamente bien escritas” recupera todo su valor cuando nos referimos a las novelas de John Banville. Es un maestro, y su prosa es un deleite incesante (Martin Amis)»

*****

He recuperado la crítica del libro que hizo Rodrigo Fresán el 2 de abril de 2005, con el título La belleza del monstruo. Enmarca la novela en la obra de Banville y, sobre todo, como una segunda parte de Eclipse, donde “el actor retirado Alex Cleave invocaba una y otra vez la figura de una hija académica "con problemas": la elusiva figura de Cassandra Cass Cleave”.

Añade después dos frases: “De ahí que, en numerosas oportunidades, se haya dicho que Banville es un escritor difícil o para escritores” y, líneas abajo, añade que “es verdad que Banville no hace concesiones a un lector cómodo”. Dejo aquí a Fresán y me refiero a mi impresión personal de la lectura.

De acuerdo en que no es “cómodo”, pero tampoco es “difícil”. Para leerlo, he tenido que armarme de lápiz y papel. El libro tiene 3 partes y cada una de ellas está subdividida, sin subtítulo algunos, en pequeñas secciones (separación de un espacio de varias líneas) y secciones capitulares (se interrumpe la narración en la página par y recomienza en una impar con un espacio superior de un 25% de página.
La primera parte tiene 17 secciones, de las que 4 son capitulares; la segunda tiene 10 secciones, ninguna capitular; y la tercera tiene 12, dos de ellas capitulares. Sin este pequeño esfuerzo de “marcaje”, a alguien como yo es posible que por fallo de memoria se le escape la “estructura”. Además, y por el mismo motivo, una vez leída cada sección, yo mismo la “titulaba” a lápiz.
No será “cómodo”, pero tampoco requiere un esfuerzo descomunal. La única “dificultad” ha consistido en saber quién “habla” en cada sección, porque no siempre se sabe desde las primeras líneas. También lo he hecho y, con todo lo dicho, la lectura se convierte en un gozo constante. Hay referencias culturales. Cass es Casandra, y Alex se considera a sí mismo una figura arlequinesca; conviene saber quiénes fueron los modelos.
Ahora ya todo es placer: sumergirte en las profundidades de lo humano que en nuestra vida cotidiana nos pasan desapercibidas (la belleza del monstruo de la que hablaba Fresán) y disfrutar de un estilo que, en sí mismo, es una muestra de impostura: resulta deliciosa la sensación de “no saber” siempre el nivel de credibilidad de lo que los personajes te están contando; la sensación de que debes permanecer alerta y de que, mientras lees, no hay otro mundo que el libro que estás leyendo (admirado de la capacidad del autor).

Y desde luego, subrayar enloquecidamente los párrafos que en ese momento te parecen especialmente brillantes, o llaman a puertas oscuras dentro de ti mismo.

Primero copio uno porque es como una clave que da el autor del estilo del libro: «la verosimilitud se halla en los detalles, ésa era la lección que había aprendido sobre las rodillas de un maestro». A continuación copio una pequeña selección de párrafos subrayados, como prueba de todo lo que he dicho.

«Está claro que les intereso. Quizás lo que les llama la atención es que mi aspecto les recuerda la commedia dell’arte: mi mirada tuerta es iracunda, y esa cojera cómica, el bastón y el sombrero ocupando el lugar del garrote y la máscara de Arlequín. No parece importarles que esté loco. Pero tampoco estoy loco de verdad, es solo que soy muy, muy viejo» (p. 11)

«No, no lo haría [huir], no le daría la satisfacción de oír las pisadas y los traspiés de mi pie de barro al huir. Mejor enfrentarme a ella, reírme de las acusaciones... ¡ja! Le mentiría, por supuesto; la mendacidad es mi segunda, no, mi primera naturaleza. Toda la vida he mentido. Mentí para escapar, mentí para ser amado, mentí por conseguir una posición y poder; mentí para mentir. Era una manera de vivir; por algo riman mentir y vivir. Y ahora mis primeros ejercicios en ese arte, mis falsedades de aprendiz, se vuelven contra mí para destruirme.» (p. 17)

«Eché la cabeza hacia atrás sobre el plástico pringoso del asiento y volví a cerrar los ojos. En la oscuridad fluían las preguntas de siempre. ¿Qué sé? Ahora menos que ayer. El tiempo y la edad no me han traído sabiduría, como se supone, sino confusión y una incomprensión cada vez más generalizada, donde cada año se deposita otra capa de nesciencia. ¿Qué sé?» (p. 25)

«Los Estados Unidos, en la pantalla, me habían resultado mucho más familiares que las calles de la ciudad donde nací y viví. Y así, en Nueva York, el Nueva York real, fue como escogí presentarme, como un personaje salido de las películas, con un grueso cigarrillo en los labios y un vaso de bourbon en la mano. E incluso lo acompañaba con el vestuario completo: sombrero flexible marrón, terno ajustado y zapatos de dos colores. Oh, sí, menuda pinta tenía. El intelectual como un tipo duro, esa era la moda de la época. Lo único que me faltaba era una acompañante, una tía buena, disoluta y bebedora, y tan dura como se suponía que yo era. La gente se quedaba de una pieza, sobre todo las chicas, cuando resultó que la mujer que elegí para ser mi chati, mi compañera, fue la dulce, callada e inexpresiva Magdalena.» (p. 47)

«No soy el primero en cantar los placeres de la vida en Londres durante la guerra. No me refiero a esa nueva y cálida sensación de de solidaridad que se supone que todo el mundo experimentaba, ni a mantener la moral ni el fuego del hogar ni todas esas chorradas; no, a lo que me refiero es al libertinaje, voluptuoso y lánguido, con cierto tufillo a azufre, que se nos concedía debido a la posibilidad de una muerte inminente, indiscriminada y violenta. Vivir ahí con Lady Laura y su dinero era como hallarse a bordo de un transatlántico fuera de control e irremediablemente a la deriva, a bordo del cual, son embargo, se observa puntillosamente el indulgente decoro de un crucero de lujo. ¿Qué más daba que en el puente estuviera borracho y que abajo, en las sentinas, la tripulación estuviera jodiendo frenéticamente? A pesar de las bombas y de los rumores de las bombas, a pesar de las estrecheces y las fastidiosas restricciones de la vida cotidiana, revoloteábamos, mi pequeña amante y yo, de bar en bar, de club en club, de fiesta en fiesta, como un par de inconscientes, y no podíamos ser más felices.» (p. 196)

«No sé decir cuándo exactamente me convertí en Alex Vander, quiero decir cuando comencé a pensar en mí como él, y no ya como yo. ... A lo mejor no es posible identificar el momento concreto de la decisión. ¿Acaso, en incontables ocasiones, cada día, no nos introducimos sin esfuerzo en otros yos sin darnos cuenta?» (pp. 197 y 198)

«Algunas cosas, cosas reales, parecen ocurrir no en el mundo, sino en ese espacio vacío que existe entre la realidad y la mente que lo capta; el ojo registra el hecho, pero el entendimiento va rezagado.» (p. 243)

«Los muertos, sin embargo, tienen su voz.» (p. 278)


4 comentarios:

  1. Cuando te sumerges en un libro de los llamados difíciles es una sensación que no olvidas, a mí me ocurrió con la Rayuela de Cortazar o el Pedro Páramo de Rulfo, además su lectura, me refiero ahora a los escritores más contemporáneos, estimula y para quien guste de escribir es una buena fuente de ideas, pero todo esto ya lo sabes.

    Buen finde.

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  2. Que lo sepa, ISABEL, no quita que me guste también saber que lo compartimos. Los libros difíciles no se deben recomendar, pero tienen sus lectores. Un abrazo

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  3. ¿Puedo dar mi opinión de lo que he leído?
    Espero no molestar a nadie en este sábado tranquilo.

    "tralla contraportaderil" es lo que más me ha alegrado. Y lo que menos me gustó, el comentario de los respetables críticos-escritores, porque en mi pequeña opinión no se dirigen a "las personas", sino a ellos mismos.

    Sr. semivago procesional, se explica Ud. muy bién y si me animo a leer el libro y no entiendo nada, volveré aquí para buscar sus anotaciones y subrayados como el párrafo de la página 25.

    Gracias y un abrazo

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  4. Para eso estamos, JONHANCOME, para opinar. No comparto tu juicio sobre esos dos escritores, porque para mí sus frases han sido iluminadores. Pero no pasa nada, ¿ves?; el sábado sigue siendo tranquilo. (Si exceptuamos que lavé las camisetas y los pantalones negros con un paquete de pañuelos de papel blanco en un bolsillo: desesperación de puntos de nieve adheridos a la ropa).

    Aprovecho para decir aquí que no lo sabía y me he enterado por Babelia. Banville cierra la trilogía de Cass y se publica en Alfaguara el tercero de los libros, Antigua luz. Ahora tendré que leerlo.

    Pero ha sido absoluta casualidad.

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