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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

domingo, 23 de septiembre de 2012

Día 1946. Montero Glez y “Pistola y cuchillo”



Montero Glez cuando Sed de champán

Montero GlezPistola y cuchillo. El Aleph Editores, del Taller de Mario Muchnik; Barcelona, febrero de 2011 (la primera edición es de noviembre de 2010.

Recomendación de lectura:
gran literatura;
el jondismo de un gran y vivo artista.

Montero Glez es un hombre decente. Me explico: nada tan peligroso como un adjetivo innecesario o situado en un contexto erróneo. Si hubiera dicho que M.G. es “un escritor decente”, todo el mundo lo entendería como “pasable”, “que se puede leer”. Pero un hombre decente es el que juega con la verdad incluso cuando es mentira: y si resulta que es escritor, en lo que escribe pone esa verdad, aún cuando es mentira, y se la juega.
Fue terminar Pistola y cuchillo, que he leído dos años tarde (siempre le leo tarde) y releerme como un poseso la primera, Sed de champán. Todavía recuerdo la sensación de haber encontrado oro en cuanto terminé la primera frase de este su primer libro: «El Charolito solo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le daría por el culo». Y a partir de ahí, pico y pala; y a acarrear mineral precioso.

Vuelvo a lo de hombre-escritor decente: son pocos los escritores españoles que transmiten la lengua de esos parias o reyes de la noche oscura. Esto significa ya que tiene una voz aparte; y su sitio en lo que se escribe en España. Mi querido Pijoaparte de Marsé se queda en su justa y grande medida. Pero el Charolito es un gigante. Montero nos deja ver lo que no podemos (ni debemos) ver: por eso la recomiendo, aunque no sea la lectura del día.


Montero Glez, en foto de Miguel Núñez, cuando Pistola y cuchillo

Pistola y cuchillo es una ficción sobre José Monje, Camarón, que entrega algo más que una biografía (ya anuncia él que las ha acuchillado todo lo que ha podido). Tras leerla, con un José Monje que apenas habla (pero repite varias de sus escasas frases, como repetía su padre los golpes en la fragua, y de ahí se le metió el ritmillo), pero que piensa en voz alta cuando quiere, Montero Glez nos ofrece un atajo directo al personaje. En realidad, es una inmersión moralmente autorizada en el mundo jondo.

Montero deja para el capítulo 10, el último, explicar y explicarse; así que no lo voy a estropear yo. Seguro que el que lo empiece llega por sí solo hasta la página 120 del librito (que son como 240, porque terminar y empezar de nuevo es todo uno).

Ni cuento de qué va lo que sucede en esa única noche, con desvíos al pasado y al futuro, pero copio algunas de las frases subrayadas. Ese lenguaje, la jondura de la vida, no es pan de cada día. Digamos que se repite mucho cómo empezaba los conciertos: “Primero voy a cantar un poco por alegrías y luego por to lo que ustedes quieran".


«Mirado con el tiempo de por medio, lo que el cantaor buscaba era llevar una vida que ninguna ley prohíbe, lo que pasa es que no está del todo permitida, siendo en una de esas corrientes donde se encontraría de nuevo con el Viejales. Si en un principio, cuando era niño, el cantaor le fue al Viejales con la guitarra rota, ahora que acababa de romper con su guitarrista, el cantaor le venía con el mismo cuento, pero contado de forma diferente. Bien sabía José que la invención no es otra cosa que un modo alterno de decir la verdad.» (pp. 15-16)

«Pero aquella noche José no parecía dispuesto a ceder sitio al recuerdo. Había que entenderlo. Iba y venía, se dejaba caminar sin rumbo como dicen que hacía ese otro cantaor antiguo, apodado el Mellizo por ser mellizo de su padre del que también heredó el oficio de matarife gaditano. El tal Mellizo cuando se ponía lunático se dejaba llevar hasta donde el mar se confunde con arena y ahí que iba a cantarle al esqueleto de algún barco. Otras veces se perdía por la muralla a cantarle al agua o le entraba la inspiración y se iba hasta la tapia del loquero a cantar a los encerrados. Cuando se ponía así, ya le podías dar tú al Mellizo todos los dineros del mundo que no te cantaba. Para qué, si prefería perderse, irse a caminar él solo a cantarles a los locos o al agua.
En eso se le parecía José, pues cuando a José le tocaba cantar en los Madriles, llegaba hasta los poblados de los desmontes cabileños, donde rebuscaba lo jondo entre atisbos de miseria pura y se ponía a rumiar goloso el dolor, de espaldas a la vía del tren y a la autopista, junto a las hogueras de neumáticos en llamas y niños en bicicleta cubiertos de roña bíblica. Reservas de mugre y olvido hasta donde José llegaba a curar esa nostalgia cósmica que no podía compartir con nadie por no ser peso y sí medida: la de todas las cosas.» (pp. 26-27)


«Tenía esas salidas, esa gracia personal que le permitía saltarse la ley de la gravedad a la torera. Al fin y al cabo, la verdad no era más que una mentira puesta en su boca y José mentía con la habilidad del que conoce a fondo el alma del embuste. Mejor así, pensé entonces, mejor la broma que empezar con la retahíla» (p- 28)


Y ya solo añadir que desde la página 79 a la 93, Camarón se enreda a contar un sueño que ha tenido en un viaje estrambótico que ha tenido en la furgoneta del Viejales, para llegar a la Venta Vargas, donde se “produce” esa noche. Él había cantado el poema de Lorca, “El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero / flotando como un velero”, y en ese sueño de una hora, a meses de morirse, lo entiende. 15 páginas para recordar.




1 comentario:

  1. Me lo he terminado,
    por supuesto que me ha gustado
    pero Cuando la noche obliga
    sigue siendo mi favorito,
    comparado con sed de champan
    o con Polvora negra
    este queda un paso atrás.

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