Gertrud Kolmar, Mundos. Acantilado, 2005. Edición y traducción de Berta Vías Mahou.
Recomendación de lectura:
Interesados de nivel
medio por
la poesía y, según
Vila-Matas,
“lectores con verdadero
fuste
de tales”.
La versión española que hace
Berta es excelente, aunque mi desconocimiento del alemán no me permite hablar
de la traducción. Y muy atractiva, y absolutamente necesaria, la Introducción
que hace con el título Escondida detrás de sí
misma.
La búsqueda de información en español sobre la autora, en Internet, es
frustrante. Tres líneas en Wikipedia y poco más, pero quiero copiar parte de un
artículo de El País.
El 27 de junio de 2010, Vila-Matas escribió en este diario un artículo
titulado Gertrud Kolmar ante el destino,
a propósito de su lectura de la novela Susana.
Dividido en varios puntos, de los que copio tres: el principio del primero, muy
kolmariano; el segundo, el reconocimiento de que había leído, y recordado, este
libro y la introducción de Berta Vías, y el final del cuarto.
1. Leyendo en
una terraza veraniega Susanna, novela de Gertrud Kolmar. De pronto,
escucho en la mesa de al lado, dicha con cierta violencia, una frase que creo
haber oído mil veces: "No estoy aquí para que me insulten".
"¿Y para qué crees que
estás?", pienso.
3. Recuerdo
siempre un artículo de hace años de Berta Vías Mahou hablando de Gertrud Kolmar
y de la fortaleza interior que la convirtió en un ejemplo moral en
una era de abismo. Nacida en Berlín en 1894, en el seno de una familia de
la burguesía judía de origen polaco, Gertrud Kolmar, a diferencia de la mayoría
de sus familiares y conocidos, no huyó de la Alemania nazi, sino que, a pesar
de las oportunidades que tuvo para escapar, eligió permanecer en su ciudad
natal cuidando a su anciano padre. Para Kolmar (a la que, dicho sea nada de
paso, Walter Benjamin admiraba por su notable talento poético), la estabilidad
sólo podía llegarle a través de una fuerza interna muy espiritual, como si todo
-hasta lo peor- pudiera sobrellevarse y como si en el fondo el secreto de esa
fuerza consistiera en recordar unas palabras de Hamlet (que Kolmar conocía
bien): "Todo consiste en estar preparado".
4. [...]En carta conmovedora a su hermana Hilde, habló de las
fundamentales enseñanzas de Spinoza acerca de la libertad de la voluntad humana
en medio de su falta de libertad: "Desde el momento en que lo acepté en mi
corazón (el trabajo forzado diario), desapareció la presión que pesaba sobre mí.
Estaba decidida a considerarlo como una enseñanza y a aprender tanto como fuera
posible. De ese modo soy libre en medio de mi falta de libertad. Así quiero
presentarme también ante mi destino, aunque sea alto como una torre, aunque sea negro como una
nube amenazadora".En 1943 fue deportada a Auschwitz, donde murió, aunque
no se sabe la fecha exacta ni bajo qué circunstancias. Dejó una obra intensa
(entre nosotros, Acantilado en 2005 publicó Mundos, gran libro de
poesía) y el recuerdo de una memorable grandeza de espíritu y de libertad
interior en medio del horror. Acapara actualmente Kolmar a lectores en el
sentido más literal de la palabra, lectores con verdadero fuste de tales,
quizás porque, en turbadora gran paradoja de hoy y de siempre, se acerca a unas
verdades -la monstruosidad de la vida y de nuestro natural estado de escarnio
en convivencia con lo más antagónico, la delirante belleza del mundo- que
preferiríamos no haber leído nunca, pero que leemos.
El punto 3 está extraído totalmente, menos la frase final, de la Introducción
de Berta Vías, de la que entresaco lo siguiente:
Nacida en Berlín, en 1894, Con
el nombre de Gertur Käte en una familia
acomodada de abogados judíos asimilados, vivió siempre hacia dentro. “Siempre
se sintió responsable frente a los demás. Cuidó primero de su madre, que murió
de cáncer, y después de su padre, que no quiso abandonar Alemania a pesar de la
creciente amenaza de los nacionalsocialistas”...
“Apenas hablaba con nadie acerca
de lo que escribía. Las únicas excepciones fueron sus primos Dora y Walter
Benjamin, con quienes compartió su interés por la literatura tanto en
conversaciones como por carta, y su hermano Georg, seis años más joven. Pero a
ellos la unía una relación de parentesco. Quién sabe si, de no haber sido así,
habrían tenido acceso a ese mundo interior. Se necesita mucha prudencia, mucha
delicadeza, para penetrar en la recalcitrante reserva de esas almas que se
empeñan en esconderse detrás de sí mismas”.
“La soledad, la renuncia y la
abnegación tiñeron también sus relaciones amorosas”. En la IGM tuvo relaciones
con un oficial que no se casó con ella y la familia la presionó para que
abortara, Después se carteó con un químico y poeta, Karl Joseph Keller, a quien
está dedicada buena parte de los poemas de Mundos.
Se vieron pocas veces, porque el amor que él sintió por sus poemas no se
ratificó con la presencia de ella, y terminó la relación en 1939, cuando él
(que tenía miedo de que lo relacionaran con una judía) llevaba dos años casado.
Muchos de sus familiares
consiguieron salir a tiempo de Alemania, y la instaron a que su padre y ella
hicieran lo mismo, pero este se negó y ella se quedó a acompañarlo. Tras la
Noche de los Cristales Rotos, empezaron a ser tratados como judíos, perdieron
la casa con jardín y se fueron a un miserable piso de alquiler en el gueto,
ella tuvo que cumplir los trabajos forzados en una tienda de cajas de cartón
para granadas, diez horas al día de lunes a sábado, con gran estrépito de la
maquinaria y 50 grados de temperatura.
“A través de sus cartas, la
mayoría dirigidas a su hermana Hilde [huida a Suiza] y llena de delicadas
observaciones, se aprecia la enorme entereza, la serenidad, con la que esta
mujer solitaria y discreta afrontó su destino. Ludwig Chodziesner murió a la
edad de ochenta y dos años el 13 de febrero de 1943 en el gueto de
Theresiendstadt. Su hija desapareció el 2 de marzo de 1943 en un transporte de
judíos a Auschwitz. No se sabe si murió de frío en el camión –los deportados
iban en camisa, tal y como los sacaban de las fábricas en las que los tenían
trabajando– o si fue gaseada”.
Pero no desapareció su obra,
como podría pensarse de una mujer así. Tenía conciencia de escritora y “Gertrud
Kolmar se preocupó de hacer llegar copias de sus ciclos de poemas y manuscritos
a aquellas personas que pensaba que podrían salvaguardar sus palabras frente a
la barbarie”.
En la Introducción, centra en
dos, tres o cuatro líneas lo que hay tras cada poema y añade algo importante
sobre la novedad en la forma de este libro: “En Mundos, donde se encuentran algunos de sus mejores poemas, un libro
por el que ella además demostró especial aprecio, Gerturd Kolmar adoptó el
verso libre y abandonó la rima. Resulta así una especie de prosa expresiva
distribuida en líneas de diferente longitud, una forma poética que apareció en
la literatura alemana después de Nietzsche, pero sobre todo después del
expresionismo”.
***
En una primera lectura, dos
poemas, Servir y Arte, me señalaron que estaba leyendo a una de las Grandes. En
lecturas sucesivas (casi inmediatas), ayudándome del repaso de la Introducción,
descubrí lo mismo en los otros poemas, quizá algo menos sencillos para abrir
todo su contenido de inmediato. Copio el primero de los dos.
SERVIR
Tú que
combinas y disuelves las sustancias, las enfrías y las pones al rojo, las
reduces y potencias,
tú que
activas los ácidos, torturas los minerales, encierras una mezcla secreta en
cápsulas, la haces entrar en ebullición en tubos y crisoles,
aun cuando
lo que cueces no sea el alcahest ni el león rojo o el blanco,
adepto de
una alquimia que me parece extraña y prodigiosa:
tú, señor
del fuego, al que domas en una jaula de metal, que ahora se encoge,
arrastrándose como un animal de rapiña al acecho, presto a saltar,
que una vez
rebotó, destrozó los barrotes, cerró sus fieras garras en torno a tus miembros
(¡ay, me da miedo pensarlo!):
quiero
atizar una llama distinta, un ascua dulce, mansa, que en el fogón me acaricie,
ronronee y juegue como un pequeño gato doméstico;
pues quiero
preparar platos variados, una modesta comida que te alegre,
cuando,
cansado, y aún así con una sonrisa, regreses a mis aposentos en penumbra.
¿Por qué me
censuráis?
¿Por qué os
burláis de mí?
¿Porque mi
mundo es chato, con pocos pasos que dar en un cuadrado, entre muros estrechos,
repleto de
cosas baladíes, sin gloria, de insignificantes quehaceres,
colmado con
el entrechocar de las escudillas, el borboteo de los pucheros, los
desagradables vahos de las grasas que transpiran, de la leche que rebosa?
¿Porque
alzo panzudos botes de harina, abro cajitas de especias, rallo la nuez mosca,
peso
hierbas, exprimo el zumo de los limones en copa de cristal, bato las yemas
amarillo dorado en el cuenco azul...?
Sí,
¿acaso
sabéis lo que el molinillo turco de cobre vio en Sarajevo,
y en Eger,
Bohemia, mi jarra, resplandeciente, roja y con manchas blancas como la amanita
muscaria del bosque?
¿Sabéis
que para mí
grandes barcos que sueltan un humo negro surcan todos los mares, que se
arrastran con cargamentos de todas las costas,
que cuando
las semillas pálidas corren entre mis dedos, me miran los plácidos rostros de
los hombres de Rangún
o canta el
semblante más oscuro del negro que cosecha en los campos de arroz de Carolina
del sur?
¿Que del
cofrecillo de madera del té surge, invisible, una india con alhajas de plata,
entre el ondear y el tremolar de sus vestidos de color ocre y terracota?
Con el
picor de la cebolla me llega el eco de las potentes voces de los campesinos
búlgaros.
Y yo
pregunto a las gotas que manan espesas si no las provocó el olivo de mi lejana
patria perdida.
¡Ah,
soleada pradera, con la que desborda mi estrecha y medrosa cocina,
con el
cinturón de viboreras, de aquileas, de cebadilla, de escabiosas,
con las
vacas a manchas que pacen tranquilas, las rítmicas sacudidas de sus rabos como
borlas,
ah, cenefa castaño dorada que entretejen el rojo
de la amapola y el azul de la flor del trigo,
que exhala
la calma del mediodía y el cálido aroma
del futuro
pan!
Cuando eché
unas migas en la mantequilla caliente, rizada,
la sartén
ennegrecida aún transmitió el golpear de mil martillos en las venas de la
tierra,
en el
crepitar aún silbó furibundo el hierro martirizado,
al que,
arrebatado a la madre, violentado en los hornos, se le obligó a tomar forma.
Cuando mi
cuchara, tallada por mano experta, probó la sopa humeante,
sobre el
humilde tejado creció de nuevo una rama de tilo, en flor, rodeada por coros de
abejas.
Viene mi
amigo y come.
Mira, todas
las criaturas estaban a mi servicio, para que yo sirviese al Único.
El amor,
hoy como ayer, puso la mesa.
Toma pues
con amor lo que hay en la fuente:
¡que sea
del agrado de tus ojos, que su olor te resulte agradable, y que lo que te
lleves a la boca te colme!
Sí que es grande.
ResponderEliminar¡Qué alegría! Pudo salvaguardar las palabras para nuestro disfrute posterior.
ya era hora que nos dieras de comer
ResponderEliminarOh...
ResponderEliminar(Gracias)
Las guerras, ISABEL, las malditas guerras (todas), significan más pérdidas de lo que creemos. Vacíos irrellenables. Pero esta fuerte mujer se las arregló para que quedaran. Besos.
ResponderEliminarNo todo va a ser de beber, AROA. Besos.
No sabía que te pasaras por aquí, JESÚS. Esta poeta te es tan cercana. Besos.
La épica de una ¿vida sencilla? Me fascina que esta mujer rompiera con todas las expectativas.
ResponderEliminarLa buscaré.
Abrazos (y gracias)
Qué alegría que, por una vez, sea yo quien te muestra algo a ti
ResponderEliminarAbrazos