Este blog

[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 14 de septiembre de 2012

Día 1947. Gertrud Kolmar y su poemario Mundos




Gertrud Kolmar, Mundos. Acantilado, 2005. Edición y traducción de Berta Vías Mahou.

Recomendación de lectura:
Interesados de nivel medio por
la poesía y, según Vila-Matas,
“lectores con verdadero fuste
 de tales”.

La versión española que hace Berta es excelente, aunque mi desconocimiento del alemán no me permite hablar de la traducción. Y muy atractiva, y absolutamente necesaria, la Introducción que hace con el título Escondida detrás de sí misma.

La búsqueda de información en español sobre la autora, en Internet, es frustrante. Tres líneas en Wikipedia y poco más, pero quiero copiar parte de un artículo de El País.

El 27 de junio de 2010, Vila-Matas escribió en este diario un artículo titulado Gertrud Kolmar ante el destino, a propósito de su lectura de la novela Susana. Dividido en varios puntos, de los que copio tres: el principio del primero, muy kolmariano; el segundo, el reconocimiento de que había leído, y recordado, este libro y la introducción de Berta Vías, y el final del cuarto.

1. Leyendo en una terraza veraniega Susanna, novela de Gertrud Kolmar. De pronto, escucho en la mesa de al lado, dicha con cierta violencia, una frase que creo haber oído mil veces: "No estoy aquí para que me insulten".
"¿Y para qué crees que estás?", pienso.


3. Recuerdo siempre un artículo de hace años de Berta Vías Mahou hablando de Gertrud Kolmar y de la fortaleza interior que la convirtió en un ejemplo moral en una era de abismo. Nacida en Berlín en 1894, en el seno de una familia de la burguesía judía de origen polaco, Gertrud Kolmar, a diferencia de la mayoría de sus familiares y conocidos, no huyó de la Alemania nazi, sino que, a pesar de las oportunidades que tuvo para escapar, eligió permanecer en su ciudad natal cuidando a su anciano padre. Para Kolmar (a la que, dicho sea nada de paso, Walter Benjamin admiraba por su notable talento poético), la estabilidad sólo podía llegarle a través de una fuerza interna muy espiritual, como si todo -hasta lo peor- pudiera sobrellevarse y como si en el fondo el secreto de esa fuerza consistiera en recordar unas palabras de Hamlet (que Kolmar conocía bien): "Todo consiste en estar preparado".

4. [...]En carta conmovedora a su hermana Hilde, habló de las fundamentales enseñanzas de Spinoza acerca de la libertad de la voluntad humana en medio de su falta de libertad: "Desde el momento en que lo acepté en mi corazón (el trabajo forzado diario), desapareció la presión que pesaba sobre mí. Estaba decidida a considerarlo como una enseñanza y a aprender tanto como fuera posible. De ese modo soy libre en medio de mi falta de libertad. Así quiero presentarme también ante mi destino, aunque sea  alto como una torre, aunque sea negro como una nube amenazadora".En 1943 fue deportada a Auschwitz, donde murió, aunque no se sabe la fecha exacta ni bajo qué circunstancias. Dejó una obra intensa (entre nosotros, Acantilado en 2005 publicó Mundos, gran libro de poesía) y el recuerdo de una memorable grandeza de espíritu y de libertad interior en medio del horror. Acapara actualmente Kolmar a lectores en el sentido más literal de la palabra, lectores con verdadero fuste de tales, quizás porque, en turbadora gran paradoja de hoy y de siempre, se acerca a unas verdades -la monstruosidad de la vida y de nuestro natural estado de escarnio en convivencia con lo más antagónico, la delirante belleza del mundo- que preferiríamos no haber leído nunca, pero que leemos.



El punto 3 está extraído totalmente, menos la frase final, de la Introducción de Berta Vías, de la que entresaco lo siguiente:

Nacida en Berlín, en 1894, Con el nombre  de Gertur Käte en una familia acomodada de abogados judíos asimilados, vivió siempre hacia dentro. “Siempre se sintió responsable frente a los demás. Cuidó primero de su madre, que murió de cáncer, y después de su padre, que no quiso abandonar Alemania a pesar de la creciente amenaza de los nacionalsocialistas”...

“Apenas hablaba con nadie acerca de lo que escribía. Las únicas excepciones fueron sus primos Dora y Walter Benjamin, con quienes compartió su interés por la literatura tanto en conversaciones como por carta, y su hermano Georg, seis años más joven. Pero a ellos la unía una relación de parentesco. Quién sabe si, de no haber sido así, habrían tenido acceso a ese mundo interior. Se necesita mucha prudencia, mucha delicadeza, para penetrar en la recalcitrante reserva de esas almas que se empeñan en esconderse detrás de sí mismas”.

“La soledad, la renuncia y la abnegación tiñeron también sus relaciones amorosas”. En la IGM tuvo relaciones con un oficial que no se casó con ella y la familia la presionó para que abortara, Después se carteó con un químico y poeta, Karl Joseph Keller, a quien está dedicada buena parte de los poemas de Mundos. Se vieron pocas veces, porque el amor que él sintió por sus poemas no se ratificó con la presencia de ella, y terminó la relación en 1939, cuando él (que tenía miedo de que lo relacionaran con una judía) llevaba dos años casado.

Muchos de sus familiares consiguieron salir a tiempo de Alemania, y la instaron a que su padre y ella hicieran lo mismo, pero este se negó y ella se quedó a acompañarlo. Tras la Noche de los Cristales Rotos, empezaron a ser tratados como judíos, perdieron la casa con jardín y se fueron a un miserable piso de alquiler en el gueto, ella tuvo que cumplir los trabajos forzados en una tienda de cajas de cartón para granadas, diez horas al día de lunes a sábado, con gran estrépito de la maquinaria y 50 grados de temperatura.

“A través de sus cartas, la mayoría dirigidas a su hermana Hilde [huida a Suiza] y llena de delicadas observaciones, se aprecia la enorme entereza, la serenidad, con la que esta mujer solitaria y discreta afrontó su destino. Ludwig Chodziesner murió a la edad de ochenta y dos años el 13 de febrero de 1943 en el gueto de Theresiendstadt. Su hija desapareció el 2 de marzo de 1943 en un transporte de judíos a Auschwitz. No se sabe si murió de frío en el camión –los deportados iban en camisa, tal y como los sacaban de las fábricas en las que los tenían trabajando– o si fue gaseada”.

Pero no desapareció su obra, como podría pensarse de una mujer así. Tenía conciencia de escritora y “Gertrud Kolmar se preocupó de hacer llegar copias de sus ciclos de poemas y manuscritos a aquellas personas que pensaba que podrían salvaguardar sus palabras frente a la barbarie”.

En la Introducción, centra en dos, tres o cuatro líneas lo que hay tras cada poema y añade algo importante sobre la novedad en la forma de este libro: “En Mundos, donde se encuentran algunos de sus mejores poemas, un libro por el que ella además demostró especial aprecio, Gerturd Kolmar adoptó el verso libre y abandonó la rima. Resulta así una especie de prosa expresiva distribuida en líneas de diferente longitud, una forma poética que apareció en la literatura alemana después de Nietzsche, pero sobre todo después del expresionismo”.


***

En una primera lectura, dos poemas, Servir y Arte, me señalaron que estaba leyendo a una de las Grandes. En lecturas sucesivas (casi inmediatas), ayudándome del repaso de la Introducción, descubrí lo mismo en los otros poemas, quizá algo menos sencillos para abrir todo su contenido de inmediato. Copio el primero de los dos.


SERVIR

Tú que combinas y disuelves las sustancias, las enfrías y las pones al rojo, las reduces y potencias,
tú que activas los ácidos, torturas los minerales, encierras una mezcla secreta en cápsulas, la haces entrar en ebullición en tubos y crisoles,
aun cuando lo que cueces no sea el alcahest ni el león rojo o el blanco,
adepto de una alquimia que me parece extraña y prodigiosa:
tú, señor del fuego, al que domas en una jaula de metal, que ahora se encoge, arrastrándose como un animal de rapiña al acecho, presto a saltar,
que una vez rebotó, destrozó los barrotes, cerró sus fieras garras en torno a tus miembros (¡ay, me da miedo pensarlo!):
quiero atizar una llama distinta, un ascua dulce, mansa, que en el fogón me acaricie, ronronee y juegue como un pequeño gato doméstico;
pues quiero preparar platos variados, una modesta comida que te alegre,
cuando, cansado, y aún así con una sonrisa, regreses a mis aposentos en penumbra.
¿Por qué me censuráis?
¿Por qué os burláis de mí?
¿Porque mi mundo es chato, con pocos pasos que dar en un cuadrado, entre muros estrechos,
repleto de cosas baladíes, sin gloria, de insignificantes quehaceres,
colmado con el entrechocar de las escudillas, el borboteo de los pucheros, los desagradables vahos de las grasas que transpiran, de la leche que rebosa?
¿Porque alzo panzudos botes de harina, abro cajitas de especias, rallo la nuez mosca,
peso hierbas, exprimo el zumo de los limones en copa de cristal, bato las yemas amarillo dorado en el cuenco azul...?

Sí,
¿acaso sabéis lo que el molinillo turco de cobre vio en Sarajevo,
y en Eger, Bohemia, mi jarra, resplandeciente, roja y con manchas blancas como la amanita muscaria del bosque?
¿Sabéis
que para mí grandes barcos que sueltan un humo negro surcan todos los mares, que se arrastran con cargamentos de todas las costas,
que cuando las semillas pálidas corren entre mis dedos, me miran los plácidos rostros de los hombres de Rangún
o canta el semblante más oscuro del negro que cosecha en los campos de arroz de Carolina del sur?
¿Que del cofrecillo de madera del té surge, invisible, una india con alhajas de plata, entre el ondear y el tremolar de sus vestidos de color ocre y terracota?
Con el picor de la cebolla me llega el eco de las potentes voces de los campesinos búlgaros.
Y yo pregunto a las gotas que manan espesas si no las provocó el olivo de mi lejana patria perdida.

¡Ah, soleada pradera, con la que desborda mi estrecha y medrosa cocina,
con el cinturón de viboreras, de aquileas, de cebadilla, de escabiosas,
con las vacas a manchas que pacen tranquilas, las rítmicas sacudidas de sus rabos como borlas,
ah,  cenefa castaño dorada que entretejen el rojo de la amapola y el azul de la flor del trigo,
que exhala la calma del mediodía y el cálido aroma
del futuro pan!
Cuando eché unas migas en la mantequilla caliente, rizada,
la sartén ennegrecida aún transmitió el golpear de mil martillos en las venas de la tierra,
en el crepitar aún silbó furibundo el hierro martirizado,
al que, arrebatado a la madre, violentado en los hornos, se le obligó a tomar forma.
Cuando mi cuchara, tallada por mano experta, probó la sopa humeante,
sobre el humilde tejado creció de nuevo una rama de tilo, en flor, rodeada por coros de abejas.

Viene mi amigo y come.
Mira, todas las criaturas estaban a mi servicio, para que yo sirviese al Único.
El amor, hoy como ayer, puso la mesa.
Toma pues con amor lo que hay en la fuente:
¡que sea del agrado de tus ojos, que su olor te resulte agradable, y que lo que te lleves a la boca te colme!

6 comentarios:

  1. Sí que es grande.

    ¡Qué alegría! Pudo salvaguardar las palabras para nuestro disfrute posterior.

    ResponderEliminar
  2. Las guerras, ISABEL, las malditas guerras (todas), significan más pérdidas de lo que creemos. Vacíos irrellenables. Pero esta fuerte mujer se las arregló para que quedaran. Besos.

    No todo va a ser de beber, AROA. Besos.

    No sabía que te pasaras por aquí, JESÚS. Esta poeta te es tan cercana. Besos.

    ResponderEliminar
  3. La épica de una ¿vida sencilla? Me fascina que esta mujer rompiera con todas las expectativas.
    La buscaré.
    Abrazos (y gracias)

    ResponderEliminar
  4. Qué alegría que, por una vez, sea yo quien te muestra algo a ti

    Abrazos

    ResponderEliminar