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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 4 de febrero de 2011

día 1992. Agradables cuentos Zen


Este librito me atrajo por su portada, y porque me interesa el Zen. Además de las habituales primeras páginas que tratan de explicar lo que no tiene explicación, está formado por una serie de agradables e ingenuos cuentitos. Cada uno tiene una breve introducción del tema y termina con una más breve explicación. He elegido este, primordialmente por su pequeño tamaño; pero también porque adoro el silencio. Siempre que he estado en una habitación, sentado con otras personas sobre el cojín, respirando y en silencio, ha sido una experiencia cada vez distinta e impagable.

(* Abajo, he puesto esta señal a la palabra “Dios”. Cada uno puede pensar lo que quiera, pero nunca en la práctica del zazén la he oído. Si “Buda”, en los centros másortodoxos).


EL SILENCIO

Silencio es un término polisémico, palabra de muchas máscaras concéntricas como la piel de la cebolla. Una palabra que pelamos encantados. Ausencia de ruido, ayuno de la palabra, renunciación, aparece como canto secreto del lenguaje llegado a su fin, música de mil armonías según sean los contenidos de la imaginación, los sentimientos, la intuición. El silencio penetra hasta más allá de donde alcanza el concepto, el intelecto, y nos conduce al corazón de las cosas, nos hace tocar, por poco que nos prestemos a ello el corazón de Dios*. Buda recibe a veces el nombre de “maestro del silencio”. Entre los budistas, especialmente en la rama zen, el silencio está considerado un medio privilegiado de alcanzar la verdad, la fuente oculta.

*

Japón, primera mitad del siglo XIV, durante el shogunato de los Ashikagaka. Un templo perdido en la montaña. Cuatro monjes zen han decidido hacer un sesshin (una especie de retiro) en silencio absoluto. El frío es intenso.
¡Se ha apagado la vela! —dice el monje más joven.
—No tienes que hablar, estamos haciendo un sesshin de silencio total —observa severamente un monje de más edad.
—¡Por qué habláis en vez de callas como habíamos convenido! —señala con humor el tercer monje.
—¡Soy el único que no ha hablado! —dice con satisfacción el cuarto monje.

*

Esta anécdota hace sonreír; pero ilumina con precisión el espíritu del Zen. Lanzan pullas a los monjes, tratan con humor el silencio, pese a que saben que es un elemento esencial de la vía. Y es que el silencio es tan solo el silencio. “Si encuentras a Buda, mata a Buda”, dice una máxima célebre.

Nada tiene que obstaculizar la experiencia personal.
Henri Brunel, Los más bellos cuentos Zen; traducción de Plácido de Prada. Colección El Barquero, José J. de Olañeta, Editor

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