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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 25 de febrero de 2011

día 1982. “The Corrections”, de Jonathan Franzen, y el “Diario de una traducción”, de Ramón Buenaventura. (II)

El Diario
Capítulo I del Diario

Su primer planteamiento es, lógicamente, plantearse lo primero: ¿lo traduzco o no lo traduzco, dadas las circunstancias? Y termina así:

¿Es un libro de tales características un objeto de deseo para traductores?
No lo sé. No para mí, en principio. Cuando Seix-Barral me propuso que ofrendara los seis meses siguientes de mi vida a la tarea de poner en castellano un libro de 568 páginas de 2.450 matrices cada una, escrito por un muy señor mío de quien no había oído hablar en mi vida, y cuya traducción, además, quedaba sometida a cláusula de aprobación por el autor, dije lisa y llanamente que no.
Capítulo II del Diario

Dedica esta página a explicar razones por las que su respuesta fue no. Copio lo principal, incluyendo una jugosa anécdota que revela lo desquiciado de este mundo de las autorías:

Primero, porque eran demasiadas páginas, y uno anda desde hace tres años gestando novela, y a uno le apetecía poquísimo meterse en tan prolongado empeño. Las traducciones largas acaban contaminando al traductor, empapándolo, rebalsándosele en los sesos, dejándole manchas de humedad por todas partes. No son buenas para un escritor.
[...]
Segundo, porque odio las cláusulas de aprobación por el autor. Mi experiencia, en ese sentido, es terrorífica. Ejemplo: cuando yo residía en despachos editoriales, una famosísima escritora neoyorquina —de muy perturbadoras iniciales— nos tuvo atascada una traducción durante semanas, enviándonos comentarios de 20 y 30 folios por capítulo y reclamando incluso que replanteáramos la tarea desde el principio, porque la versión que le proponíamos no era aceptable desde ningún punto de vista.
Sigue contando que, hablando con ella por teléfono, se enteró de que no sabía español y quien hacías las correcciones de “aceptabilidad” era el portero de su finca, madrileño que llevaba allí la ristra de años.

Capítulo III del Diario

Describe la aceptación, por motivos de amistad, y las razones internas por las que, habiendo leído solo las 4 o 5 primeras páginas, consideró que podría enfrentarse al libro. Normalmente pongo pequeños extractos, pero en este diario, de capítulos pequeños y muy ajustados a lo esencial, será mucho menos lo que quede fuera. Casi da pena quitar alguna palabra.

No había leído el libro. Sólo cuatro o cinco páginas —las primeras—, que me parecieron complicadas, pero no irritantemente difíciles. Supongo que no debemos considerar infrecuente el hecho de que un traductor emprenda la traducción de un texto sin haberlo leído antes. Unas veces, porque no ha habido tiempo; otras veces, porque bendito sea el trabajo, venga de donde venga y consista en lo que consista; y otras veces más, por... ¿Teoría personal? Convencido como estoy de que traducir es un acto recreativo (soy consciente del posible equívoco, pero déjenme dejarlo), creo que uno, cuando traduce obras cargadamente literarias, también puede emprender el proceso en igualdad de condiciones con el autor. Cuando Franzen escribió «THE MADNESS of an autumn prairie cold front coming through», primera frase del libro, quizá supiera ya cuál iba a ser la segunda, y la tercera, y la cuarta, más o menos, pero tuvo que crearlas, una por una, sacándolas del caos genésico en que se encuentran las palabras y las ideas antes de que alguien las exprese. Si el traductor crece con la obra, si va reescribiéndola según la lee [...] su capacidad de identificación con el texto puede reforzarse de modo casi mágico. Traducir no es leer. Traducir es convertirse en médium, dejarse ocupar la creatividad por otra persona, permitir que otro escritor escriba en nuestra lengua, con nuestra capacidad lingüística, lo que ya tiene escrito en la suya. Hay un acto de posesión que puede gustarnos o no (a mí no me entusiasma, porque me pesa demasiado el componente escritor), pero que en ciertos trabajos se me antoja indispensable. Qué le vamos a hacer.
Gran descripción del proceso real de una traducción, por el que todos los traductores hemos pasado. Imaginemos que un actor de teatro representara todos los días una obra de 8 o de 9 horas. ¡Qué difícil les sería quitarse la piel del personaje!


La novela

La novela está estructurada en secciones, cada una con su nombre y con un tamaño muy irregular, que depende de lo que el autor quiere contar en cada una. Y dentro de cada sección, hay subsecciones señaladas por un doble espacio, que marca que se pasa a otro tema. Es el momento de agradecer a la Editorial que en este libro caro, de casi 750 páginas, haya tenido a bien no incluir un índice con el número de página de cada sección.

1ª sección: St. Jude (página 9)
Es muy corta y solo consta de dos subsecciones.

En la primera (pp. 11-20), hace una descripción de la casa, de los padres (Albert y Enid), y de la causa de que la vida de Albert se desarrolle en el sótano. A continuación copio el primer párrafo, con la traducción de la primera frase, que hemos visto en inglés. Son descripciones casi perfectas que llaman la atención por la adjetivación casi humana de los objetos y su funcionamiento (“ráfagas de desorden, sucesivas”, “la discordia nasal de un esparcidor de hierba). Además, solo con ese párrafo como lector me apropié del ambiente. Me queda la duda, sin embargo, de si algunas adjetivaciones anclan el estado anímico o son “insustanciales”: esos adjetivos que matan “El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrella enfriándose”. Pero ya sé que el estilo va a ser barroco y que esa duda me va a acosar en el libro

Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Se palpaba: algo terrible iba a ocurrir. El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrella enfriándose. Ráfagas de desorden, sucesivas. Árboles inquietos, temperaturas en descenso, toda la religión nórdica de las cosas llegando a su fin. No hay aquí niños en los jardines. Largas las sombras en el césped espeso, virando al amarillo. Los robles rojos y los robles palustres y los robles blancos de los pantanos llovían bellotas sobre casas libres de hipoteca. Las ventanas a prueba de temporal se estremecían en los dormitorios vacíos. Y el zumbido y el hipo de un secador de ropa, la discordia nasal de un esparcidor de hierba, el proceso de maduración de unas manzanas lugareñas en una bolsa de papel, el olor de gasolina con que Alfred Lambert había limpiado la brocha, tras su sesión matinal de pintura del sillón biplaza de mimbre.
[...]
El enemigo visible de Enid era Alfred, pero quien hacía de ella una guerrillera era la casa que a ambos ocupaba. [...] A Enid, por desgracia, le faltaba el temperamento necesario para mantener semejante casa, mientras que a Alfred le faltaban los recursos neurológicos.
[...]
¿Y el sillón? El sillón era monumento y símbolo, y no se podía alejar de Alfred. Como no había otro sitio, fue a parar al sótano, y Alfred con él. Y, así, en la casa de los Lambert, como en St. Jude, como en todo el país, la vida empezó a vivirse bajo tierra.

En la segunda subsección (pp. 21-22), nos enteramos de que van a hacer un viaje en el que van a ver a los hijos. Es la presentación de que estos existen. Alfred está nervioso con esa perspectiva y trastea por arriba. Cuando Enid le pregunta lo que está haciendo, hay una descripción de las condiciones neurológicas de este que me ha encantado:

—¿Qué haces, Al?
Se volvió hacia la puerta por donde ella acababa de aparecer. Empezó una frase —Estoy...—, pero así, cuando lo pillaban por sorpresa, cada frase se convertía en una especie de aventura en el bosque: en cuanto perdía de vista la luz del claro por donde acababa de adentrarse, se daba cuenta de que ya no estaban las miguitas que había ido dejando como rastro, que se las habían comido los pájaros, unas cosas silenciosas, muy hábiles, muy rápidas, que apenas distinguía en la oscuridad,

Jonathan Franzen, Las correciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004

4 comentarios:

  1. NAN, leyendo esto creoque me reafirmo en que lo difícil es no ser crítico con la traducción de un idioma que conoces, porque a menudo vas reconociendo giros q el traductor ha traducido de una manera que tú sabes puede ser la más literal, pero no la más acertada. La primera frase que él traduce "The madness... etc" es un pecado leerla en castellano. Lo siento, pero el "coming through" me rechina, y toda la frase... NO.

    Me ha gustado lo explica de sentirte haunted por el autor del q traduces libros enormes. A veces te sientes así casi sólo con leer ciertos libros. Tb he entendido su desazón con los comentarios q le enviaban de NY. Esto pasa igual con los artículos académicos (te lo habrá contado mejor luichico). La desazón cuando te llegan las correcciones es similar a el descando q sientes al "enviar".

    Besos

    di

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  2. No creas que es siempre así de "literal"; en cierta manera, pretende abrir con un "estilo de lenguaje" que está en el original.

    De todas maneras, si se es perfectamente bilingüe (es decir, hasta el punto de reconocer el estilo de lenguaje de cada autor), sería una tontería no leer en la lengua original. Sin referirme ya a aquellos idiomas en los que es obligatoriamente obligado echar mano de las traducciones, creo también que resulta conveniente cuando no existe un dominio excelente.

    Es cierto que se pierden cosas; pero ¿no ocurre lo mismo en libros en nuestra propia lengua, con expresiones y experiencias que se nos escapan? Mi idea es que aunque haya una pérdida, si la traducción es "aceptable" (porque hay por ahí engendros que es mejor ni tocar), la pérdida será mucho menor que el desconocimiento absoluto del autor.

    Quedan todavía muhcas páginas del Diario para que sigamos conversando de la "conciencia" de una traducción.

    También me gustó a mí esa sensación de ponerte en la piel del otro sin poder quitártela. Y me horrorizó (a mí me ha pasado) el lápiz rojo de quien está muy por debajo de la capacidad de juzgar lo que has hecho. Y Luichico, sí, lo ha pasado muchas veces muy mal, retrasándose por tonterías hasta dos años un artículo que "necesitaba" que se publicara. Pero a veces hace de referee y lo pasa peor.

    A ver si subo otro lote hoy mismo.

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  3. No había tenido tiempo de leer esto tranquila.

    Me ha encantado como cuenta el proceso de traducir. Descubriendo y creando al mismo tiempo.

    Voy a por el otro trozo.

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  4. El Diario de Buenaventura, MOLINOS, es implacable y sale de un gran conocimiento de su oficio. Siempre es una bendición leer a alguien que habla de su trabajo con respeto pero sin pelos en la lengua. Aunque es público, es poco conocido salvo por algunos frikis que entramos en esa página del CVC; por eso es la "estrella" de esta serie. Y la novela cuya traducción se convirtió en ese Diario, por sí misma merecedora de atención, es aquí, además, el complemento imprescindible.

    Espero que disfrutéis de la serie tanto como yo eligiendo lo que entresaco y pongo.

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