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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

martes, 12 de abril de 2011

día 1971. Jesús Aguado, La astucia del vacío. Cuadernos de Benarés 1987-2004


En Wikipedia, apenas si se dan datos biográficos de Jesús Aguado y de Chantal Maillard, que compartió con él largo primer viaje a Benarés. Para mí, un poeta excelente, lleno de sentido, y la poeta española que más me llega y hace trastabillar. Y las visitas a India de los dos, durante larguísimos períodos, no son ajenas a lo que publican y tanto me gusta. Pero oficialmente, casi ni existen.

Compré este libro en cuanto me enteré de que se había publicado (ya había leído extractos de los diarios indios de Maillard). Era algo que no me podía perder; una sensibilidad (hay que quitar todas las limaduras de ñoñería que tiene esta palabra) necesaria. Está formado por 4 períodos de tiempo, si no me equivoco los que aparecieron en una edición anterior; y ahora se le añaden unos apéndices (que en tamaño son la mitad de la primera edición) más un Final.

De lo que contiene el libro, lo explica bien en el Final, del que copiaré la primera página entera. El tamaño de los apartados, con párrafos de dos páginas, me impide poner algunos de los que me han gustado. Espero que con los que he elegido (limitado por el tamaño) y movido por la diversidad, dé una idea mínima del valor de este libro y de este poeta. Pero me da pena que, con tanto subrayado, solo puede poner unos cuantos extractos. Me consuela la seguridad de que acabaréis con el libro en las manos; o, si no es posible, vendréis a leerlo a mi casa.

Período 1987-88

De una carta enviada desde Benarés a María Zambrano cuando llevaba allí cuatro meses:

«... Hasta entonces, lo mejor de mí mismo había llegado a manifestarse a pesar de mí mismo, incluso contra mí mismo, Mi enemigo –ese ser oscuro que todos llevamos dentro– se había adueñado de mi vida y me había suplantado; él vivía mi vida con más brillo que yo –era más encantador, más generoso, más simpático, más dulce, más amable, más ingenioso, más fuerte, etc.–, así que todo el mundo le apreciaba más que a mí y yo cada vez tenía menos posibilidades de tener éxito y vencerle en esta lucha desigual. Hasta los que más me querían, deslumbrados por su apariencia, se habían aliado con él en contra mía. Ahora, pensaba, en Benarés tendré la oportunidad –por obra y gracia de una mujer y de ser esta ciudad una creación del espíritu– de descender a las profundidades de mi ser y rescatarme de las cadenas que mi enemigo me había puesto. Entonces me vería libre de la culpa que era haberme convertido en mi enemigo –o peor: de haberle permitido a él que se transformara ante todos en mí– y, por lo tanto, preparado para recuperar y reasumir mi vocación de suicidarme en la luz.
Mientras escribía, durante el segundo mes, un pequeño libro que le dedico, titulado provisionalmente Acerca de mi enemigo, tuve la intuición de que lo único que estaba más allá de su poder era mi propia muerte, y que, por lo tanto, era mi muerte lo que tenía que invocar en mi ayuda contra él. Decidí, pues, morir, y hacerlo en una de las modalidades que más me cuesta: la renuncia. El resto del tiempo en este lugar lo he pasado aprendiendo a renunciar, que es casi como decir aprendiendo a entregarme.»

Período 1990-91

«Este es un lugar para los sentidos más que para el intelecto –o mejor: aquí el intelecto se metamorfosea en piel suave, en mano despierta, en lengua feliz.»

«–¿Qué haces? –le pregunté a la que veía cada día sentada en los escalones del Assi ghat con un cuaderno de dibujo apoyado en las piernas.
–Hago páginas en blanco –me respondió burlona–. Y no te creas que es fácil- Cuando uno es pintor y viene a un lugar como este y abre un cuaderno como el que tengo aquí, el problema no es ponerse a pintar, sino elegir qué se pinta. Todo sin excepción se te ofrece como modelo. Desde esa lavandera que golpea la ropa contra la piedra hasta aquel monje tibetano de cabeza rapada que está haciendo girar un molinillo de plegarias, [...] Por no hablar de los objetos o los animales. Cuando te das cuenta, y sin haber sacado todavía los lápices o el carboncillo de la bolsa, la página está repleta: cada una de esas posibilidades lucha ferozmente para arrojar a las otras fuera de ella: los búfalos cocean a las alcuzas, los mendigos cojos la emprenden con sus muletas contra los árboles donde las águilas [...] Así que mi misión, tal y como me la he planteado, consiste en armarme de paciencia e ir borrando de la página una a una todas estas opciones. Y a ser posible sin violencia, practicando la ahimsa. Cuando, después de muchísimo tiempo, vuelvo a ver la página inmaculada, blanca de nuevo [...] entonces y solo entonces cojo los lápices dispuesta para empezar a pintar. Sin embargo, desde que hace unos días descubrí este método, al final acabo cerrando el cuaderno y la página sigue intacta.
–No has descubierto un método para dibujar sino para meditar –me atreví a resumir.
–¿Y no es lo mismo?»

«Benarés es ahora, literal y simbólicamente, una pegajosa capa de polvo. Respirar se ha convertido en un trabajo que, de repente, no sé si vale la pena. Al final del día, después de andar por las callejuelas, visitar templos, pedalear, hacer compras, conversar con especialistas de muchas clases –astrólogos, palmistas, músicos, brahmanes, arqueólogos, mitólogos...–, etc.,vuelvo a casa, me doy una ducha fría y, con demasiada frecuencia, me pongo a llorar; ¿qué sentido tiene todo, qué sentido tengo yo en medio de todo? Pero el polvo me salva de la desesperación. Si estas mismas preguntas me las hiciera a plena luz, sin la capa de protección que aquél supone, me destrozaría.»

Período 1999

«Un observatorio astronómico es una red lanzada hacia el cielo para atrapar estrellas y planetas.
Todo libro de poemas es un observatorio enfocado hacia una zona concreta del espacio, un astro o un meteorito o una luz, que nos lo hace visible y nos cuenta sus ritmos y sus leyes.»

«Tras una charla con un erudito
Habla de vibración cósmica, de palabra esencial, del sonido del Universo... pero no sabe escuchar, no está atento, es sordo para la música que interpretan desde la más minúscula piedra hasta el ser más complejo.
“Eres sabio”, le diría, “pero no sabes escuchar, luego no eres sabio. En esta paradoja se resume tu vida: éste es el corazón sin salida que transforma tus conocimientos de especialista en algo vacío y que ha hecho de tu vida un pozo de aguas fecales”.
Pero para qué decirle nada si no escucha.»

«La noche en el hospital de la Universidad. Gente que duerme y se hace la comida por los pasillos y entre las camas. La mayoría de las bombillas, fundidas. Las enfermeras, jovencísimas e inexpertas, he creído entender que son estudiantes de primer año, se esconden en una habitación acristalada y sólo acuden a cambiarle el suero a mi amiga después de mucho insistir. Las montañas de desperdicios a la puerta del cuarto de baño. Las ratas y los gatos paseándose indiferentes entre nosotros. Para no dormirme, escribo sonetos en mi cabeza y paseo por las plantas en penumbra. Al final de un corredor veo una niña descalza de menos de cinco años. Sé quién es, me había fijado antes en su cabecita vendada, en sus ojos acuosos y chispeantes. Va sonámbula, pero por un instante pienso que el que lo está soy yo. La cojo en brazos con cuidado y la llevo a su habitación. Sus padres, que duermen en la cama, vigilan una silueta vacía, un hueco que respira. Yo la reacomodo en él y les beso a los tres en la frente. Mientras regreso junto a mi enferma alguien estertora y, por los lamentos apagados que siguen, supongo que muere. Nadie acudirá a certificar la defunción hasta que amanezca.»

Período 2003-04

Empieza con un poema, del que copio los primeros versos.

«Lo que veo pasar me ve pasar
y por eso estoy vivo.
Lo que veo
detenido me ve quedarme quieto
y por eso no muero.
En mis ojos,
los ojos de los árboles y el río
se miran para ser y darme el ser.»

Uno de varios diálogos sobre la lógica india. Lo elijo por ser el más corto, pero hay algunos buenísimos.

«–He terminado. ¿Qué le debo?
–45 rupias, señor.
–¿45? Si solo he estado media hora.
–Exacto. Media hora, 30 rupias. Aire acondicionado, 15 rupias. 45 rupias, señor.
–¡Pero si el aire acondicionado ha estado apagado!
–Normal, señor. No hace tanto calor.
–¿Entonces por qué me lo cobra?
–Por si hubiera hecho falta, señor.
–Me cobra la posibilidad.
–Y el aparato, señor. ¿O no le tranquiliza saber que estaba ahí por si lo hubiera necesitado? ¿Y no es bonito?
–Vale, pero quítele el polvo y ese paño mugriento de encima, por favor.»

Uno de los numerosos textos filosóficos o psicológicos (de sabiduría duramente conseguida):

«La transparencia es una cualidad de la inteligencia y también del amor. Además, es una de las características de la confianza en el presente: cuando uno se asoma por una ventana ve lo que ve (una familia cenando, un gato paseándose por la balaustrada, una cortina naranja con lunares blancos, unos periódicos en el suelo) pero no ve lo que fue ni lo que será. Por eso la transparencia nunca puede ser utilizada como testigo de cargo en los juicios al pasado o al futuro. La transparencia habla del ahora, del momento actual, de los instantes que aún no se han desvanecido de la retina o las yemas de los dedos. Ser transparente a destiempo es una crueldad innecesaria (revela cosas cuando no debe a quien no podrá soportarlas) y una necedad, ya que, con la pretensión de ser claro, lo que al final consigue es arrojar tinta de calamar y sentimientos turbios sobre el que se acerque curioso o interesado. Y ser transparente por exhibicionismo es una traición: lo que consigue el que la practica será mostrarse él para tachar al otro, usar la transparencia no para acercar sino para matar toda posibilidad de entendimiento. La transparencia es lo contrario: avidez generosa del otro, amor y confianza en lo otro del otro, ganas de ser parte real del otro y de donarle una parte real de uno, contribuir a la creación en marcha del otro y viceversa, atre-verse (que es mirar con valentía a los demás, mirarles desde su principio y desde su final: contemplarles en toda su extensión) a los otros. La transparencia funda la comprensión y, cuando la guía el amor, la fusión con el otro. Por eso es tan importante.»

Final

«Llevo 20 años frecuentando Benarés, una ciudad dura y luminosa que, a pesar del tiempo que le he dedicado, estoy muy lejos de conocer. A lo largo de algunas de mis estancias en ella he ido escribiendo cuadernos de apuntes que tenían la misión de servirme para apuntalar la memoria, no olvidar una imagen o una idea, hacer un artículo o un poema... De entre ellos he entresacado  los fragmentos que forman este libro, que no llega a constituir la o menos del total. El resultado, como se habrá visto, no puede considerarse, en propiedad, un diario aunque en ellos esté consignado el temblor, los grados centígrados de mis días. Debo decir también que he aprovechado para corregir, reordenar y completar estos textos, ya que mi obligación principal no es ser exacto con mi cronología, sino con mis posibilidades en el acto de irse cumpliendo, de irse alumbrando en mí. También se habrá comprobado que por estas páginas cruzan, como estrellas fugaces en un cielo de agosto, varias historias, amorosas por ejemplo, que renuncian de entrada a contarse como tales, que se ofrecen dispersas, ocultas y como a desgana: no las he colocado entre el resto de mis viñetas indias, poemas y reflexiones por capricho sino porque sin ellas, sin la temperatura emocional que ofrecen, todo lo anterior no tendría más que un sentido literario pero no humano, y porque son el detonante de la mayoría de aquéllas y el colirio que purifica mi mirada, y porque diagnostican mi voluntad de permanecer en el aire (de “caducar en el aire”, como diría Quevedo) de los sentimientos y los sentidos y la inteligencia.»

Jesús Aguado, La astucia del vacío: Cuadenos de Benarés 1987-2004. Colección los 5 elementos, DVD Ediciones, 2010.

5 comentarios:

  1. Tenías este libro encima de la mesa el último día que nos vimos en El Retiro. Me hablaste de él. Ya sabes que soy fatal para la poesía pero todo lo que has colgado aquí, me ha encantado.

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  2. Por fuerza hay que ser fatal para algo, y además el porcentaje de los no interesados por la poesía es abrumador e incluye a muy buenas gentes muy aptas para la cosa de la escritura, así que no te lo tomes muy a mal ese desinterés.

    Pues así son las cosas, el modo en que subo entradas al blog. Raramente las escribo recién leído el libro. Lo normal es que lo lea (lo estaba leyendo cuando nos vimos), subraye, tome notas y lo deje de nuevo en la estantería de libros que estoy leyendo o a leer. Un día, sin tardar mucho tiempo, lo cojo, releo por lo menos la mitad, especialmente las páginas con subrayados, y esa segunda lectura parcial me da un sentido más sensato, que es el que subo. Si pasado un tiempo prudencial no me ha convencido de que quiero decir algo de él, lo paso a la estantería de leídos que le corresponde.

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  3. jo, estaba buscando información de este par por tu culpa y llegó aquí, entro y me doy cuenta de que eres túuuuuu rurú

    qué guay

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  4. Oséase (para entenderlo bien): te he dado la brasa charletera con Aguado y con Maillard, hasta el punto de que te metes en Google para buscar información. Encuentras unas entradas que hablan de ellos, te dices "mira qué suerte" y cuando llevas un rato te das cuenta que soy el perpetrador.

    ¿Ha sido realmente así?

    ¡Fantástico!

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