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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

lunes, 11 de abril de 2011

día 1972. “The Corrections”, de Jonathan Franzen, y el “Diario de una traducción”, de Ramón Buenaventura. (VIII)


DIARIO

Toca avanzar ahora con el diario de Ramón Buenaventura; acelerar con él para que la novela y el Diario terminen más o menos simultáneamente. Recogeré por tanto, cuando me parezca deseable, solo algunas de las dificultades de la traducción a las que se refiere, junto con la solución que les ha dado, para beneficio no únicamente de posibles traductores, sino también de los lectores. Siete capítulos: siete perlas de la sabiduría del lenguaje conectado con la variedad de la vida.

Capítulo XXV

En la traducción de «“What is Cheep’s job designation?», se fija en la pronunciación alargada que hace el lituano del nombre de Chip. Y añade «(se ve que los lituanos tampoco andan muy finos en vocales oscuras)». Lo que ha hecho es dejarlo así solo la primera vez: « En la traducción, creo yo que nos basta con señalar una vez esta peculiaridad, sin tratar de transliterarla en cada ocasión.»

Capítulo XXVI

Hace una confesión en referencia a esas frases retorcidas, tan indiferentes. Me parece importante dar énfasis a esto, porque por algo que en realidad no afecta a la novela, que el autor ha escrito como podría haber escrito otra cosa, un traductor “serio” ha de realizar unas investigaciones por las que, teniendo en cuenta lo que cobra el traductor, es difícil que por esa media hora de trabajo especializado cobrara más de 2 euros. Mejor con sus propias palabras:

«He came up with a wonderful bratwurst-rib eye-bok choy combo. Viene ahora una confesión de traductor: ante frases así, tan indiferentes, siempre le vienen a uno ganas de poner cualquier cosa que venga a generar el mismo efecto en el lector, y dejarse de fidelidades. Aquí, un personaje está tratando de aliviarse la histeria conyugal a base de preparar barbacoas. De lo que se trata es de ir enumerando ocurrencias raras, hasta culminar en la frase de más arriba, a cuya buena comprensión no ayuda nada el empleo de los guiones cortos. (Hay que entender bratwurst + rib eye + bok choy). Bratwurst es palabra alemana embutida en el inglés, y significa: ‘salchicha de cerdo, para freír’. Ribey o rib-eye (palabra rara; encontramos beef rib o eye rib con más frecuencia) viene a ser el cogollo de las costillas. Y bok choy es una especie de repollo chino.
Pero descubrir todo esto no lleva menos de media horita en Internet. Se sufre, oiga.»
Capítulo XXVII

Entre otras cosas, resalta algo que sucede menos, creo, en los escritores españoles, más dados a fijarse en la sintaxis de los personajes. Normalmente, en las traducciones, solemos achacar esto a la impericia del traductor. Merece la pena pues, en descargo de estos profesionales, atender a esta realidad.

«En este punto quizá venga a cuento señalar una curiosa tendencia de los dialoguistas norteamericanos, tanto cinematográficos como literarios: cuando un extranjero habla en inglés, lo único que marca su escaso dominio de la lengua es el acento; pero en lo tocante a la gramática y el vocabulario se expresa como un nativo. Hemos visto —los más sufridores o aburridos, por supuesto— una reciente película hollywoodense de Penélope Cruz que ilustra perfectamente lo que decimos: dicción manchega e idioma impecable. Aquí, el lituano Gitanas habla con acento (recuérdese que decía Cheep, con i larga, en vez de Chip), pero bien podría haberse criado en Wall Street. Qué difícil resulta siempre meterse en la cabeza del extranjero.»
Capítulo XXVIII

El párrafo que copio, termina con una pregunta irónica cuya respuesta conocemos: ¿por qué el Editor va a pagar a alguien que facilite el trabajo del traductor, si este no cobra pluses por dificultades que podrían haber sido aliviadas de partida?

«El escritor decide imitar la penosa realidad tipográfica de casi todos los panfletos publicitarios que circulan por ahí y, de pronto, sin aviso, nos coloca una página entera perdigonada de erratas. Uno de los traductores desperdició su tiempo tratando de encontrar la palabra «carcinocdies», que, evidentemente, sólo puede traducirse por eso mismo, carcinocdies (es decir: carcinoides, con letras trastabilladas). El traductor español, afortunadamente, captó en seguida la gracieta y decidió seguirla a su albedrío, introduciendo más o menos el mismo número de erratas que en el original, pero no necesariamente en las mismas palabras. No es divertido, sin embargo, sobre todo porque el pasaje está plagado de términos científicos muy poco comunes, cuya grafía no conoce uno bien. Si en la editorial se amase un poco más a los denodados traductores, estos detalles nos llegarían señalados de antemano: ojo, maese trujamán, no desgaste usted el diccionario buscando el verbo «profect» de la página tal, que es una ingeniosa erruta por protect. Tampoco sería tan difícil que alguien en la editorial, una vez vendido el libro al extranjero, lo leyese con ojos de traductor y preparase un informe cautelar.»

Capítulo XXIX

Ante la cruz de la asombrosa capacidad generadora de neologismos de los anglohablantes:

«Ante semejante chaparrón de palabras nuevas, muchas de las cuales permanecen en uso durante bastante tiempo, o se abren nicho en el diccionario, lo mejor que el traductor puede esperar es que la suerte le sonría. Cuando de pronto empieza a hablarse de logic bomb (clave de programación que sólo se activa en determinadas circunstancias y que utilizan mucho los fautores de virus o caballos de Troya), la cosa nos viene regalada: bomba lógica; y quien no lo entienda que no lo entienda, porque tampoco los lectores de habla inglesa que no estén especializados en el tema van a cazar el concepto. Pero si toca zeroconf (híbrido de zero configuration: algo que no necesita configuración, que se instala y ya está), lo único que podemos es hacer es a) el ridículo —sacándonos del magín algo parecido a zeroconfig—; b) traducir configuración cero.
Así es la vida. Cabe la esperanza de que dentro de cuatro o cinco siglos se invente en español, y sean los anglos quienes tengan que seguirnos con la lengua fuera.»
Capítulo XXX

Muestra un párrafo que parece totalmente un acertijo y termina en « and the schizophrenic eyes of the cellularly occupied. “Twelve thousand Exxon, upper limit one zero four,” he said». Explica cómo fue dando soluciones, pero aquí copiaré las relativas a este final.

“«The schizophrenic eyes of the cellularly occupied» es… Bueno: un cell phone es un teléfono celular, sólo que en España tendemos a llamarlos móviles, y, por tanto, no podemos calcar «celularmente ocupados» (sí podríamos en la América de habla hispana, por cierto; y sí que entenderían la brillante imagen, también, muchos lectores españoles, porque teléfono celular se ha utilizado y se utiliza: lo que no decimos es celular, «llámame al celular»). Como, de todas formas, la cosa no pasa de chiste, en la versión española dimos «la mirada esquizofrénica de los móvilmente ocupados». El traductor alemán lo tuvo más recio, porque en su tierra se dice Handy por cell phone. Pero no puede negársele ingenio a su propuesta: Gehandycapten, es decir algo así como handycapado. Lo cual, según mis baremos de humor, tiene más gracia que el «cellularly occupied» del original.
Y, por último, «twelve thousand Exxon, upper limit one zero four» reitera lo dicho al principio del fragmento: «doce mil Exxon, límite máximo uno, cero, cuatro».”
Capítulo XXXI

Se refiere aquí, entre otras cosas, al mismo problema que trató en el Capítulo XXVI: una frase retorcida que no es clave para la novela. En este caso, la ha pronunciado alguien en un ascensor; alguien de quien nada sabemos. No hay pistas, pues; pero hay que esforzarse mucho para traducirlas bien. En este caso, tuvo que preguntar a Franzen por el significado de una parte de la frasecita.

«“A pro-am thing in Malaysia with an early leader in the clubhouse, but that could change between 2:11 and 3:11. Can’t miss that.” Alguien, en un ascensor lleno de gente, pronuncia esta frase, así, de pronto. No tenemos ninguna pista importante. Sólo sabemos que el tipo que habla no pega ojo por las noches, porque se pasa las horas pendiente de las noticias deportivas. ¿Estamos ante una frase que sólo puede traducirse preguntándole al autor? Ustedes corríjanme si me equivoco, pero creo que sí, que esta brizna suelta de diálogo es completamente imposible de entender. Porque, verán:
— «Pro-am» está claro, sin ayuda de nadie: pro[fessional] y am[ateur].
— «An early leader in the clubhouse» es, según el propio Franzen, un dicho golfístico. El líder es el que mejor par tiene. Y el líder está pronto en el local social porque les lleva tanta ventaja a los demás, que ha de entretenerse en algo (tomándose un ginger ale, quizá) mientras terminan. Ya ven.
— Pero, claro, la situación puede cambiar entre el noticiario de las 14:11 y el de las 15:11. Y quien habla no quiere perdérselo.
(¿Tendrán algún chiste parecido los golfistas españoles? No fui capaz de averiguarlo.)»
Jonathan Franzen, Las correcciones; traducción de Ramón Buenaventura. Biblioteca Formentor, Seix Barral, abril de 2002
Ramón Buenaventura, Diario de un traductor: I a L, publicado en la sección El trujamán del Centro Virtual Cervantes entre el 29 de enero de 2003 y el 29 de abril de 2004

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