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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

domingo, 9 de enero de 2011

día 1216. Amos Oz, el kibbutz y los palestinos



Este extracto es largo, pero vibrante. Merece la pena el esfuerzo de leerlo porque explica mucho. Fue una verdadera pena que la gente de los kibbutz, esos socialistas que incluso se separaban de sus hijos (los jóvenes vivían en barracones aparte, estudiaban y trabajaban, y solo se encontraban con sus padre en el trabajo o por la tarde, cuando los recibían para “merendar con ellos), que tenían ideas claras sobre el mundo, fueran borrados y aplastados por los ultraortodoxos y la derecha judía. Por eso pasó lo que pasó y pasa. Merece la pena el esfuerzo de leer estas dos páginas. Nunca había leído nada semejante, tan clarificador, sobre la posición de judíos no sionistas que están allí con un arma; aceptando incluso, con cabreo, las propias contradicciones. Como se ve al final.

*****
«Una noche de invierno tuve que hacer guardia con Efraim Avneri. [poco antes ha explicado que los alumnos del décimo curso participaban ya en la vigilancia nocturna.] Con botas, abrigados con viejos anoraks y gorros de lana que picaban, caminábamos por el barro a lo largo de la valla, por detrás de los almacenes y el establo. Un fuerte olor a cáscaras de naranja fermentada, que usaban para el ensilado, se mezclaba con otros olores campestres, estiércol de vaca, paja mojada, vapor corriente del corral, polvo de plumas del gallinero. Le pregunté a Efraim si, en la guerra de la Independencia o en los sucesos de los años treinta, había tenido ocasión de disparar y matar a alguno de esos asesinos.

No podía ver la cara de Efraim en la oscuridad, pero cierta ironía rebelde, cierta tristeza sarcástica y extraña había en su voz cuando me contestó, tras un breve silencio reflexivo:

--¿Asesinos? Pero ¿qué esperas de ellos? Desde su punto de vista, nosotros somos extraterrestres que hemos aterrizado aquí y hemos invadido su tierra, poco a poco hemos ido apoderándonos de ella y, mientras les asegurábamos que habíamos venido para ayudarles, para curarles la tiña y el tracoma, para liberarles del atraso y la ignorancia y del yugo de la opresión feudal, con artimañas nos íbamos quedando con su tierra pedazo a pedazo. Así pues, ¿qué pensabas? ¿Que nos iban a agradecer nuestra bondad? ¿Que iban a salir a recibirnos con tambores y máquinas fotográficas? ¿Que nos iban a entregar respetuosamente las llaves del país solo porque nuestros antepasados estuvieron aquí alguna vez? ¿Qué tiene de raro que se hayan alzado en armas contra nosotros? Y ahora que les hemos causado una derrota  aplastante y cientos de miles viven en campos de refugiados, ¿qué quieres?, ¿esperas tal vez que compartan nuestra alegría y nos deseen lo mejor?

Me quedé atónito. A pesar de que ya me había alejado mucho de la retórica del Jerut y de la familia Klausner [su apellido de nacimiento], aún no era más que dócil producto de la realidad sionista. Las palabras nocturnas de Efraim me espantaron e incluso me hicieron enfadar: por aquellos días un pensamiento de ese tipo se consideraba una traición. Estaba tan asombrado y asustado que repliqué a Efraim Avneri con una queja mordaz:

--Si es así, ¿por qué vas por aquí con un arma? ¿Por qué no te vas del país? ¿O coges el arma y te vas a luchar a su bando?

En la oscuridad oí su risa triste:

--¿A su bando? Pero en su bando no me quieren, en ninguna parte del mundo me quieren. Nadie en el mundo me quiere. Esa es la cuestión. Parece que en todos los países hay demasiados como yo. Solo por eso estoy aquí. Solo por eso llevo un arma, para que no me echen también de aquí. Pero no usaré la palabra «asesinos» para hablar de los árabes que han perdido sus pueblos. De ninguna manera, no usaré a la ligera esa palabra para referirme a ellos. Con respecto a los nazis, sí. Con respecto a Stalin, también. Y con respecto a todos los saqueadores de tierras ajenas.

--¿Pero no se deduce de tus palabras que nosotros aquí también somos saqueadores de tierras ajenas? ¿Qué pasa?, ¿es que no estábamos aquí hace dos mil años? ¿No nos expulsaron de aquí a la fuerza?

--Es muy sencillo –dijo Efraim--: si no es aquí, ¿dónde está la tierra del pueblo judío? ¿Debajo del mar? ¿En la luna? ¿O es que solo el pueblo judío, entre todos los pueblos del mundo, no se merece una pequeña patria?

--¿Y qué pasa porque se la hayamos quitado a ellos?

--Tal vez hayas olvidado que, casualmente, ellos intentaron matarnos a todos en el 48. En el 48 hubo una guerra terrible y ellos mismos fueron quienes plantearon la cuestión en términos de ellos o nosotros, y nosotros vencimos y les quitamos las tierras. ¡No hay que enorgullecerse de ello! Pero si ellos nos hubiesen vencido en el 48, habría que enorgullecerse mucho menos: no habrían dejado con vida ni a un solo judío. Y realmente en todo su territorio no vive un solo judío. Pero esta es la cuestión: como les quitamos lo que les quitamos en el 48, ahora ya tenemos. Y como ahora ya tenemos, no debemos quitarles más. Se acabó. Esta es toda la diferencia entre tu señor Beguin y yo: si algún día les quitamos más, ahora que ya tenemos, sería un pecado grave.

--¿Y si dentro de un momento aparecen aquí los fedayines?

--Si aparecen –suspiró Efraim--, tendremos que tirarnos aquí mismo al suelo, en el barro, y disparar. Y nos esforzaremos en disparar mejor que ellos y más deprisa que ellos. Pero no les dispararemos porque sean un pueblo de asesinos, sino por la sencilla razón de que también nosotros tenemos derecho a tener un país. No solo ellos. Y ahora, por tu culpa, me siento como Ben Gurión. Si me perdonas, me voy a ir un rato al establo a fumarme un cigarro en silencio y, mientras tanto, vigila bien. Vigila por los dos.»
*****

Una pequeña historia personal que me hace entender a Efraim. Tuve que hacer la mili, sin poder acogerme a prórrogas ni a ningún tipo de alivio, en uno de los 4 cuarteles de Acción Inmediata que había en el país. Faltaban años para la Marcha Verde, pero fue el año de la retrocesión de Sidi-Ifni a Marruecos. A las 9 de la noche se prohibió salir del cuartel bajo ningún concepto, tuvimos que armarnos para combate (casco y munición real) y meter algunas ropas en el saco, esperando así vestidos, sin dormir, a la madrugada, en que unos aviones nos trasladarían a un puerto desde el que iríamos a Sidi-Ifni, porque en aquel momento se pensaba en defender la ciudad combatiendo. Por suerte, el Gobierno de Franco no se sentía fuerte y, a pesar de toda la retórica de valentía e Imperio, a la hora de la verdad se echó atrás y en la madrugada decidió la cesión.

Durante esa larga noche, más de la mitad de la Compañía (unos 200) estaban acojonados; un porcentaje no muy pequeño estaban extasiados ante la aventura (críos de 20 años); un porcentaje reducido de los sensatos y el total de los rojos (por “casualidad”, todos los rojos de la provincia militar habíamos terminado en ese cuartel el más duro), estábamos cadavéricos. De haber sabido que “tal cosa” podía suceder, nos habríamos ido del país antes de aceptar la mili. ¿Qué pintábamos en una guerra entre los franquistas y los súbditos de un rey marroquí corrupto? Ni siquiera cabía la opción de “pasarse” al enemigo. Pero ya era demasiado tarde. Uno de ellos me preguntó (yo era soldado de ametralladoras de esas que se disparan desde el suelo) lo que haría en caso de que fuera necesario disparar. Le contesté que no iba a disparar a lo loco, pero que si venían a por nosotros, lo haría. Así que entiendo esa opción.

Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad. Traducción de Raquel García Lozano. Ediciones Siruela, colección Debolsillo.

2 comentarios:

  1. Jo, NáN Porsupuesto que he leido a Amos oz y con esto me quedo de piedra, porque esto si que no lo habia leido, que por lo que entiendo es su autobiografia...

    He leido de ediciones Siruela unos cuantos

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  2. ¡Acojonante, el diálogo!

    Acabo de aprender más con él que con unos cuantos artículos especializados leídos durante años.

    Acojonante.

    Gracias.

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